UNA CRÓNICA ALPINA
(Por David Camargo)
(Por David Camargo)
El plan de realizar este tipo de
viaje no era nuevo. Se había deseado con ya anterioridad poder alcanzar 1820
metros en al Alpe d´Huez. Y todo comenzó en el mes de octubre aproximadamente.
De tal investigación se denotaría entonces, que en las cercanías del mítico
puerto de las 21 herraduras, hay kilómetros de escalada de renombre y que desde
tal panorama no valdría la pena viajar para solo un puerto. Esta abundancia de montaña
y de pasos entre las mismas arrojaría entonces la posibilidad de incluir en el
itinerario más de una “Col”. Entonces estaba decidido: sería una semana
completa de entrenamiento en los Alpes adjuntado a al itinerario Col du
Galibier, Col du Glandon con su extensión hasta Col de la Croix de Fer, y
algunos días de tránsito preventivo.
Bajo este panorama, y teniendo en
cuenta la naturaleza del viaje, lo más recomendable era hacer un tipo de
acercamiento en carro hasta la zona de los Rhone-Alpes. Esto fue sin embargo,
para mi desagrado, una búsqueda infructuosa. Debido a mi imposibilidad de
conducir en territorio europeo, sumado a unos costos elevadísimos de trámite
para adquirir una licencia de conducción alemana, busque con relativa
insistencia a un compañero de viaje alemán que disfrutara de las escaladas y
que pudiera, en efecto, conducir para ello. La respuesta: ich muss noch
nachdenken… lass mich mal überlegen… Déjame pensarlo, debo meditarlo
bien, fueron sus respuestas (para este punto de mi estancia en Alemania esas
son respuestas diarias en cualquier tipo de situación por lo que no me
sorprendió) Uno de ellos manifestó tener mucho interés el cual después de un
tiempo se disiparía por compromisos laborales y profesionales.
Entonces, después de mucho
meditar y esperar, decidí seriamente empezar a buscar opciones alternativas
para llegar a la zona y de cumplir el itinerario mental que había trazado con
anterioridad. Para ello, Gott sei Dank (gracias
a Dios) que existen ahora servicios como buses Flixbus y alojamiento por medio
de Airbnb. Realicé un skizze del plan y comencé a buscar opciones. Todo sería
reservado para el mes de junio, donde se pueden tener temperaturas amables para
montar sin acarrear sobrecostos de la temporada alta de verano.
Tras un largo proceso de pagos y
confirmaciones de cuentas y transferencias por internet el itinerario había
quedado fest (fijo). Esta hecho,
pagado y fijo. Me arriesgaría a tener una travesía viajando en buses y trenes,
así como pedaleando con maleta en la espalda. Así pues emprendí un proceso de
preparación que se vería interrumpido varias veces, por el acostumbrado mal
clima de Alemania y por una molestia en la pierna derecha una semana antes de
empezar el viaje. Pero el momento había
llegado y era hora de partir.
Bicicleta en orden, maleta en
orden, cuerpo… casi en orden, mente en absoluto y eficiente orden alemán.
Primer día de transito en bus.
Debí estar en la parada del bus ubicada en aeropuerto de Köln/Bonn a las 3:40
de la mañana. Me esperaban 17 eternas horas de viaje. Mi conexión tomaría la
ruta hacia Frankfurt donde haría un trasbordo a otra línea de bus con destino
Lyon. El viaje nocturno fue bastante unangenehmen,
demasiado incomodo debido a que no había podido dormir bien y me preocupaba
mi bicicleta que colgaba de un soporte para bicis en la parte trasera del bus.
Llegue a Frankfurt a las 6 horas del día martes 20 Junio. Solo dos horas me
separaban de mi próximo bus perfectas para una pausa de desayuno. Belegte Brötchen con heisses Kakao. (Panecillo con queso,
jamón, lechuga y quark con “chocolate” caliente (es chocolate en polvo…) )
Segundo bus: a bordo!!!! Bicicleta: en la bodega, no más gancho!!! Gott sei Dank!!!
Fueron muy largas horas de
lectura, sueño, música, paisaje suizo, lectura, música, videos, sueño, paisaje,
etc. Arribamos a la ciudad de Lyon a las 21:21 donde tuve que correr un poco
para alcanzar mi tren que me llevaría a Grenoble, la ciudad puerta de los
Rhone-Alpes. El viaje fue rápido, al menos eso sentí cuando me desperté. Una
noche de reposición y descanso.
Dia dos: Grenoble hacia
Saint-Avre La Chambre. Segundo día de transito en tren para llegar a un
poblado muy pequeño de casas con techos rojos y paredes amarillas y blancas,
algunas de ellas con alpinos acabados en madera, todo eso acompañado por
majestuosas e imponentes montañas, algunas verdes pobladas de coníferas, otras
rocosas y grises, todas altas y muy empinadas: paredes podría decirse. En
Saint-Avre se encuentra el inicio del ascenso hacia la Col du Glandon, lo cual
era visible pues en tal configuración montañosa, un claro en el cielo dejaba
ver lo que sería la ruta de días siguientes. El paso a seguir fue cambiarse
para hacer un ascenso de calentamiento con dirección Montaimont hasta la
capilla Notre Dame de Beaurevers: 6,7 km con una ascensión de 556 mts. Mi
primer ascenso de más de 2 km desde hacía un anio y medio. Mi preocupación era
relativa, pues en Alemania no se tiene la oportunidad de encontrar este tipo de
escaladas, en cuyo caso la ascensión máxima no excede los 3 km. Tome las cosas
con calma y las sensaciones fueron buenas, el paisaje se revelaba impactante
cada vez que se superaba una herradura, en cuyo caso el valle con el poblado,
el rio y los rieles del tren se divisaban cada vez más lejanos. Tal vez era la
adrenalina de estar en los Alpes, tal vez era el impulso del paisaje. Ese día
no me preocupé por el tiempo recorrido o por la inclinación del terreno, fue un
logro haber subido sin atravesarme. Fueron buenas sensaciones, ese día….
Día tres: Col du Galibier, una
oportunidad para recordar.
Al día siguiente y con el ánimo en alto por
el buen ascenso que se había hecho en la tarde anterior, salí a las 9:30 del día
jueves bajo una temperatura de 26 grados Celsius hacia la población de
Saint-Michel-de-Maurienne donde empezaría el ascenso al Col du Galibier. Fueron
20 angustiosos km de calor y sol constante sobre un camino entre el valle. Una carretera
que dejaba ver la naturaleza de las montañas vírgenes que contrastaba con un río
algo turbio debido a trabajos de minería realizados a la altura de Saint-Jeanne-de-Maurienne.
Un viento inclemente, no supe si lateral o frontal dificultaba andar por un
falso plano ascendente. Al ver mi “tacho” (he olvidado como le decimos en
Colombia al dispositivo indicador de velocidad) me sorprendí al ver que por más
esfuerzo no podría alcanzar los 25 km la hora. Y entonces decidí relajarme,
pues sabía que me esperaban 35 km de subida interrumpidos por un descenso de 4
km. Entonces pedalee “guardando”. Recordé entonces las palabras de un compañero
del BSR quien decía siempre guardar para el final y muchos otros compañeros que
le recordaban que “el que guarda, guarda pesares”. Algunos kilómetros mas
adelante sobrepase a un ciclista el cual, si yo no subía de 25 kph, el no
alcanzaba los 20. Entonces me di cuenta que el viento si era determinante en
ese tramo.
Llegue a
Saint-Michel-de-Maurienne donde hice una parada corta para encender la cámara,
tomar agua, bajar la temperatura corporal un poco y comer una barra de
“proteína y carbohidrato natural”. Me dispuse entonces en la tarea de sortear
el primer puerto de primera categoría de la jornada el Col de télégraphe, tarea
que hice con un buen ritmo, ni muy rápido mi muy lento, donde conté con la
compañía en los primeros kilómetros de dos ciclistas holandeses que llevaban
mejor ritmo. Fue un puerto tranquilo de 12,1 km al 6,8% con algunas bonitas
curvas de herradura y un bosque alpino lleno de coníferas y vegetación muy
verde que me acompañaron hasta el final. Ya en los últimos kms se pudo divisar
lo que se había logrado en la ascensión y donde se empiezan a contemplar montañas
rocosas con nieve en las puntas, pequeños glaciares que permanecen allí durante
todo el anio sin importar el sol o la temperatura del verano. Puerto superado.
Avancé por la carretera que
conduce al “Alto de Galibier” como le diríamos en Colombia a este puerto
pasando por la población de Valloire, única fuente de abastecimiento salvo
algunos paradores pequeños hasta la cima. Allí, note lo que era un escalofrío
inusual considerando el sol constante y temperaturas de alrededor 30 grados.
Sin prestar mucha atención a ello, hice una parada técnica para comprar agua,
comer un banano y medio sándwich de mozzarella en orden de brindar algo de sal
al cuerpo. Recordé en ese momento las paradas técnicas con el BSR, que para mí,
eran una opción de avituallamiento y una tensa calma llena de adrenalina antes
de empezar a “competir” con los compañeros en el ascenso. Y así fue en similar
medida. Empecé entonces con algo de nerviosismo y calor frio el ascenso de este
monstruo de categoría especial.
Los primeros kms fueron
pedaleables y disfrutables, un genuss,
una satisfacción que se generaba de una combinación de ver la carretera
ascendente, el paisaje de montañas de ceniza volcánica a la derecha y de verdes
pastos a la izquierda, buen clima y buen ritmo de pedaleo. Entonces me di
cuenta de que el paisaje había cambiado en cuestión de algunos cientos de
metros de altura: los arboles eran contados y las hojas de los que habían eran
mucho más pequeñas. Recordé entonces el ascenso a la Cuchilla de Guasca.
Fueron casi 8 kms de una
pendiente constante de casi 5.5% en una carretera mayormente recta. Hasta que
en un punto, tal carretera conduce a una suerte de pared montañosa. Me encontré
con tres montanas muy empinadas en donde no había la posibilidad de cruzar, y
supongo, hace mucho tiempo, los franceses dijeron: “no hay por donde pasar…
pues la mandamos por la montaña…” En cuestión de 500 metros la carretera hace
una U y de una inclinación del 5 pasamos tempestuosamente a una recta
inclemente del 8.8% promedio en donde se tiene que sacar la energía y pararse
en los pedales. Recordé el dolor de espalda baja y muchas de las curvas imprevistas
del ascenso al Romeral.
Avanti, avanti… unas cuantas
curvas de herradura para seguir subiendo. Las pendientes se mantenían, no cedía
la inclinación. Y entonces sentí una sensación terrible en la boca y en estómago.
Minutos después sobrevino mareo. Así es, no es nada raro ni nuevo para mí.
Recordé entonces las “atravesadas” y dos de estas en especial: la subida de San
Francisco hasta el Alto del Vino y desde Silvania hasta Rosas. Sabrán bien mis
compañeros, que era habitual que se me acabara la gasolina a mitad de la
subida. No hubo más opción sino seguir adelante unos metros y poner pie en
tierra, y con algo de dificultad inducir vomito. Del desagradable acto anterior
sentí algo de alivio para darme cuenta que la culpable fue la dichosa barra de
“Proteína y Carbohidrato” pues había sido devuelta en su mayoría.
Einclicken… enchoclar para seguir. Lo que continuó fue una parte
algo menos inclinada donde la temperatura descendió drásticamente hasta unos 15
grados. De igual manera lo hizo el paisaje. El verde había desaparecido y había
sido cambiado por una roca filosa de aristas marcadas y rectas, seca y de
coloración entre gris y café, se imponía mayormente cubierta parcialmente por
nieve. Tras un par de curvas se asomaba un túnel, y en la cima, un grupo de
ciclistas que animaban y reían. Allí también divisé las curvas que restaban. Ya
estaba hecho, estaba coronado, lo que siguió fue pedalear por una necesidad de
llegar arriba y de humanitariamente evitar más sufrimiento. Las piernas yo no
respondían a la razón, andaban casi que autónomamente. Pedal tras pedal,
fatídico andar. Y divisé la carretera que llevaba al fin a la cima. Ya no
estábamos abajo sino a 2600 msnm. Estábamos a la altura de Bogotá. Recordé
entonces el aire frio y fresco, la ausencia de oxígeno, un aire muy delgado,
liviano, puro y supremamente agradable.
De aquellos 17,6 km de ascensión
al 6,8% restaban los momentos para disfrutar el paisaje montañoso. Sesión
fotográfica en la cima y un momento de calma con otros ciclistas quienes
compartían el sentimiento de satisfacción. Arriba ya la nubosidad era otra y una
negra configuración amenazaba con lluvia anunciando la partida de los
ciclistas. Fue un descenso tranquilo con muchas paradas para tomar respectivas
fotografías y para, en vista de la demora, quedar empapado por un chubasco que
no dio espera. Al llegar a Valloire todo fue diferente, el sol brillaba y la
temperatura era de unos agradables 24 grados. Pero sin mucha confianza seguí
pedaleando de regreso al Col du télégraphe en donde a falta de 600 mts otro chubasco
se encargaría de acabar de mojar todo a su paso. Hice una parada de espera en
el parador “Relais du Telegraphe” donde un amable caballero me vendió agua
mientras me hablaba entre francés, inglés y alemán. Evidentemente su léxico era
muy reducido y solo puede entender el precio y agradecerle por su servicio.
La lluvia cesó y emprendí camino
a mi alojamiento sin mayores novedades. Resultados: en total 117 km ida y
vuelta con una ascensión positiva acumulada de 2915 metros. Dos puertos de
montaña, de primera y de categoría especial, 29,7 km de ascenso efectivo, una
atravesada, surgimiento de dolor de espalda baja, agotamiento extremo y múltiples
quemaduras a causa de sol en la piel. Nada mal para un tercer día.
Día Cuatro: Col du Glandon –
Croix de Fer. Wiederholung – Repetición y correciones.
Después de una tarde-noche de
estiramientos y de alimentación a base de carbohidratos para reponerse de una
pájara, me levante al día siguiente muy temprano para emprender el ascenso a la
Col du Glandon con su tramo de extensión hasta la Croix de Fer. Me esperaban 19,5
km al 7,3% hasta Glandon y 2,5 km más al 6,6% hasta Croix de Fer, con una
ascensión ganada total de 1921 mts. Gracias a la estrategia tempranera conté
con buena temperatura para empezar a pedalear. Bicicleta en orden,
estiramientos de pre-calentamiento, alimentación sin barras de contenido
extraño empacadas y agua… faltante. Sorpresa grata me di cuando ni en la nevera
en los bidones no tenia agua suficiente, cada uno de estos estaba lleno hasta
algo menos que la mitad. Y me arriesgue a buscar algún sitio abierto para
comprar agua (el agua de la llave no es en lo absoluto potable).
Ya sobre el pie de la montaña y
sin encontrar algún local abierto a tempranas horas no tuve otra opción que
continuar y empezar la subida correspondiente al itinerario. Al ir preparado
con la altimetría adherida en un pequeño papel al marco de la bicicleta, fueron
pasando los primeros 9 km en relativa calma a un promedio del 7%, donde un
bosque amable y frondoso protegía la carretera de la incidencia del sol. Coníferas
y arbustos diversos de bosque alpino daban la bienvenida a la curva siguiente,
que sin ser de herradura, era un logro más. Conté dos herraduras para salir a
un terreno relativamente despejado en la población de
Saint-Colomban-des-Villards.
Allí era la oportunidad de
comprar agua. Había intentado oportunamente ahorrar la mayor cantidad de líquido
vital posible y había llegado a dicha población con medio tarro. Sin embargo
debía sortear aun varios kilómetros hasta la cima y no quería sufrir a causa de
deshidratación. El panorama del pueblo no era bueno, todo cerrado y silencioso.
Toque a la puerta de un restaurante en un desesperado intento de comprar agua
sin éxito sufriendo una caída torpe y sin consecuencias por perdida de
equilibrio. Algunos metros más adelante divise lo que era un Bar, única
estación abierta para esa hora. Me detuve y baje rápidamente para no perder
ritmo buscando llenar mis cantimploras en un inglés mediocre a lo que me
respondieron en francés. La persona allí no hablaba ni entendía la lengua
anglosajona. Sin remedio le mostré el bidón a lo cual entendió a la perfección,
pasándome una botella de agua de vidrio con una presentación impecable de tan solo
250 ml. Depositándola me di cuenta que necesitaba más. Una más resulto ser insuficiente.
Serían tres botellas las que tuve que comprar por un escandaloso precio de 7.50
€. (Haga usted cuentas en pesos colombianos)
Con agua en el tanque era momento
de seguir el viaje. Casi similar al puerto del día anterior, en un momento la
vegetación se reduce y se pierden casi en su totalidad la existencia de árboles.
Pero esta vez no había nieve, ni roca volcánica. Eran montañas rocosas por las
que crece atentamente una capa verde, en casos gruesa y presente, en otros, tan
delgada como un musgo. El paisaje era cautivador y la pendiente constante del
7-8% también. Pedaleo constante sin mayores apuros. Era la situación perfecta.
A falta de dos km para el final de nuevo otra pared de montañas se encargaba de
poner las cosas “de pa´rriba”. Los dos últimos km serian rampas con herraduras múltiples
de pendiente promedio del 11% y 10% respectivamente. Pero en esta ocasión iba
preparado y con energía suficiente, a lo cual con la cadencia indicada pude
mantener el ritmo. Cerca de la cima, pude darme cuenta que la cámara a bordo
había dejado de grabar. Una lastimosa pérdida de imagen de video.
Faltaban doscientos metros para
la meta del Glandon cuando un rebaño de cabras se apropiaría de la carretera
para cruzar de un pastal a otro. Caí en cuenta entonces, que no hay vacas en
aquella zona. Solo cabras en la alta montaña, y que de allí, se elaboran
excelsos quesos blandos. Y entonces dialogue con las cabras para abrirme paso
los pocos metros que quedaban y arribar a la Col du Glandon. El paisaje:
majestuosas montañas rocosas pigmentadas con verdes prados, empinadas como
paredes por las que pequeñas quebradas y cascadas fluían monte abajo. Un
sinnúmero de moscas y otros insectos, a la vez que mariposas intentaban con
vehemencia adherirse a todo el cuerpo y la ropa, como si los ciclistas fuéramos
vacas… o mejor cabras para continuar con el contexto.
El tiempo allí invertido fue
corto en tanto debía seguir mi ascenso hasta la Col de la Croix de Fer. Serian
kilómetros muy disfrutables y cortos donde un parador ciclista hacía gala de su
posición y albergaba a deportistas entusiasmados y victoriosos de estar allí.
La sesión fotográfica de cada uno de ellos, mejor, de cada uno de nosotros en
esos parajes es importante. Y no porque sea un logro, o una demostración de
capacidad de llegar a Europa, o porque la categoría de la montaña acredite una
foto para mostrar la tenacidad de dicho ciclista. No, en mi caso, fue una
acción de registro para el recuerdo, pues no se con exactitud, cuando se tenga
de nuevo la posibilidad de estar allí: de pasear en los Alpes, de convivir por
cuestión de 20 km con la ruta y con las montañas. Eran fotos de júbilo y
triunfo a la vez que de nostalgia e incertidumbre.
En el parador me di la
oportunidad de degustar una “Orangina” algo así como la Pony Malta, donde la
mayoría de colegas viajaban en grupos o en clubes. Muchos de ellos también con
sus esposas (esposas ciclistas y esposas conductoras de carro acompañante) Otros
pocos franceses locales quienes suben tales puertos, como el Bogotano sube
Patios, Romeral o el Alto del Vino. El descenso fue una sesión fotográfica y un
rodaje en video (la cámara encendió milagrosamente) que por alguna razón del
destino fue silencioso y calmo. Solo se escuchaban entonces algunos pájaros y
la fricción de la llanta con el asfalto. Llegar a Saint-Avre fue impactante por
la temperatura. De nuevo había sentido el cambio de altura repentinamente. Sería
una tarde de viernes tranquila disfrutando un “Quiche Lorain” con salmón y
ensalada variada, en compañía de mis huéspedes franceses mientras hablábamos
del idioma, de las montañas y curiosamente de los alemanes… aun me pregunto por
qué.
Día quinto: Cuando uno está
cagado, del cielo le llueve … (Transito
Saint-Avre hasta la estación de Auris en Oisons)
El día número cinco fue una incómoda
historia. Tras dos calurosos días de pedaleo, bastante calurosos, para la
tercera etapa no me podía sentar. Bien fuera en el sillín, o en una silla, o en
la cama, o de pie, el ardor era insoportable. Para llegar a Auris se debe
primero pasar por la población de Burg d´Oisons que también es el punto de
partida para el Alpe d´Huez. En ese orden de ideas las opciones eran dos
únicamente. Tomar un tren hasta Grenoble y pedalear alrededor de 48 km de falso
plano ascendente; o subir de nuevo Glandon y descender 34 km. Ambas opciones
contemplaban: un servicio de Taxi desde Burg d´Oisons hasta Auris, el pedaleo
con maleta en la espalda (7 kg) con la incomodidad y posible escara de glúteos.
Decidí por la primera opción. Al
llegar al pie de la montaña de Huez en un calor infernal de 33 grados, con el
trasero en llamas, llame a un Taxi para terminar mi tránsito de ese día. Pero
ese día, no era el día. El servicio me costaría la medio pendejada de 65 Euros,
lo que pensé dos veces. Aún faltaban para mi alojamiento 16.6 km de escalada.
Con mucho dolor (de mi billetera y de mi derriere) tuve que empacar mis
pertenencias al taxi.
Bájese usted del taxi en la cima
de Auris para ver una estación de invierno, un alojamiento lleno de casas y
edificios para residir donde no había nada... nada absolutamente. Sin mercados
abiertos, sin restaurantes, sin carros, sin gente. Entré en pánico. No quería
pensar en tener que descender para comprar cosas básicas como agua o pan. Y al
mirar alrededor entre una rabia inmensa por haber hecho tan mala elección de
hospedaje. Tuve que bajar un par de km hasta un barriecillo donde un amable
hombre local en un perfecto inglés me informo de un mercado en la cima, a lo
cual respondí: “ya estuve allá y no hay nada abierto” y con una respuesta
sentida y sincera de su parte: “me temo lamentablemente que no hay nada más
acá” me vi en la… nada, absolutamente nada.
Subí de nuevo con la convicción y
la rabia de no bajar de nuevo no con mi cuerpo en esas condiciones. Y
desesperadamente golpee en el mercado, en las puertas, en las ventanas, y
timbre varias veces de manera demencial. Una dama mayor salió del piso superior
muy acontecida y asustada quien al ver mi rostro de desesperado decidió abrir
su mercado para comprar al menos agua. Allí entonces pude adquirir las
reservas, lo que quedaba de mercado. Agua y pasta, no había rastros de pan,
frutas o similares. Solo cosas básicas. Pasé el resto del día intentando buscando
la calma mirando un paisaje simplemente espectacular. Alpe d´Huez me esperaba
al día siguiente, tenía que guardar mi energía para lo importante y descansar
para ello.
Día Seis: La tierra prometida.
Alpe d´Huez
Era el momento. Todo estaba hecho
y dicho. A pesar de una intensa tormenta eléctrica la noche anterior que duro
alrededor de 4 horas, el día del ascenso prometido había llegado. Sin mayores
provisiones en el alojamiento me aliste para descender hasta Bourg d´Oisons y
desayunar brevemente y comprar dotación energética para la subida. Al asomarme
por la ventana el paisaje: se podía ver la cima de las montañas, todas ellas,
pero no divisaba en lo absoluto el valle o su parte inferior. Una densa capa de
nubes permanecía en el pie de montaña anunciando, por un lado, riesgo de lluvia
y temperaturas frescas simultáneamente, lo cual era a la postre, lo que
necesitaba.
Bicicleta en orden y procédase
con el descenso. La carretera que me llevaría hasta el inicio del puerto de
montaña de categoría especial, es un sinuoso camino complicado de transitar,
rocoso y muy angosto por el que acomodadamente cabe un solo carro. Este
trayecto estuvo por lo tanto marcado por una niebla densa, algunos derrumbes
sin consecuencias o bloqueos, y de infinidad de rocas, hojas, ramas y palos
sobre la carretera, todos ellos arrojados a causa de la fuerte precipitación
nocturna. Con mucha precaución y temperatura de alrededor de 13 grados el runterfahrt fue exitoso. Pausa para
desayuno, compra de frutas y pan…
Era el momento de empezar. Cámara
a bordo, relojes en cero… losfahrt. El
inicio de este bello puerto de herraduras es lo más complicado. Una rampilla de
cerca del 11% promedio es la encargada de calentar las piernas donde se tiene
que mantener la calma y no caer en excesos. Llevaba una buena cadencia que me
permitía mirar al frente e intentar descubrir el paisaje montañoso, cosa que no
fue posible hasta llegar a la cima. Y entonces llegue a la primer curva de
herradura, la numero 21. Me di cuenta que en este puerto no hay estas
piedrecillas que indican cuanto falta para la cima, sino que se cuenta por
herraduras. Es decir en este punto quedaban 21 de ellas. Una tras otra fueron
sorteándose en donde cada una de ellas hay nombres de ciclistas ganadores de
etapas del TDF con final en Huez. Particularmente también el terreno en cada
curva se torna amable y llano, es una oportunidad para retomar fuerza, apretar
el ritmo y llegar con impulso a la siguiente rampa para desembocar en la
próxima curva y repetir el ciclo. Los primeros km estuvieron marcados por un
bosque denso con variadas paredes de roca que marcaban la carretera.
Cuando llegue a la curva número
12 sentí una energía renovadora. Su inscripción: Luis Herrera (Colombie) Recordé
haber visto muchos videos de él en escalada con la testa rota y sangrante, y en
un cursi y romántico efecto de añoranza al sentirme orgulloso de ser escalador
colombiano, seguí mi recorrido a mejor ritmo con un desarrollo más exigente.
Las sensaciones eran buenas y se mantuvieron hasta las curvas más altas. En
cada contacto con otros ciclistas, que subían o bajaban, respetuosamente
saludaba con un bon jour, aun sin
saber si eran franceses. En ese punto me tenía sin cuidado su nacionalidad o
habla, en cuyo caso la mayoría de ellos me respondieron hello con un marcado acento británico.
La tarea estaba hecha, pero no
era suficiente. Seguí adelante para subir un tramo adicional pasando por debajo
de un famoso y recordado túnel para llegar a la cima, al menos hasta donde
llega la carretera. Ahora si la tarea estaba hecha. Tiempo de descanso y
reposición. Con la inminente fecha de regreso a Alemania acercándose como un fantasma
detrás de mí, me di la oportunidad de sentarme en un Bar y pedir una Coca Cola
y no hacer nada. Haría homenaje al día anterior y no hice nada más que
aprovechar un sol tímido que apenas asomaba y saludar someramente a uno que
otro colega del pedal. Estaba en un momento de júbilo y de calma, y por
supuesto, de resignación. Al día siguiente emprendería mi viaje de regreso a
Alemania: a las colinas, a las lluvias incesantes todo el anio, al gris eterno
de los carros, las calles, las casas el cielo y la gente. Regresaría al norte.
Después de un merecido lapso de
no hacer nada el sol empezaba a brillar y las nubes a ceder. Y emprendí el
descenso. Tras algunas curvas pude divisar el valle, y las montañas imponentes
en frente de Huez. Son ambas formaciones rocosas muy empinadas y cautivadoras.
La sesión fotográfica fue indispensable por razones ya mencionadas. Después de
haber hecho una parada en un mercado para provisionarme la tarde del día
restante, tomé la bifurcación que lleva a Auris localizada a 2.5km de ascensión
de Huez. Y entonces ya con el cielo despejado me di cuenta de los letreros e
indicadores de la peligrosidad de la vía, así como un anuncio para ciclistas
que decía: 1 cat. Auris en Oisons.
Sorpresa me lleve al ver que aún
me faltaba un premio de primera para llegar a mi alojamiento. Pero sin prisa ni
pereza lo asumí con un pedaleo regulado, música y un paisaje que se descubría
mayormente a la derecha de la carretera. Peligrosamente sortee un túnel corto
sin iluminación y peligrosamente me detuve en un tramo para admirar el paisaje
aun cuando había un riesgo inminente de accidente en una angosta carretera.
Bien podía ser atropellado, o bien podía caer al vacío, en tanto no hay mayor
barrera de seguridad que un muro de concreto de unos escasos 40 cm de altura.
Sin parar muchas bolas al asunto seguí la marcha para encontrarme con una
bifurcación que conduciría a una carretera más ancha y segura. Este último
trayecto no tiene mayor complicación más que el cansancio acumulado.
Al terminar el puerto y mi
actividad ciclística del día, me dispuse a dar un paseo a pie hasta la Col de
Maronne. Siguiendo una línea de la aerosilla conseguí subir unos cuantos metros
para en tal punto, ver simultáneamente Huez y Auris. Eso significaba solo una
cosa: ambos asentamientos están casi a la misma altura separados por tan solo
una montaña. Los cables de la silla aérea se ocultaban tras una colina a la
derecha y continuaban su rumbo a Huez en completo silencio y calma, y solo
despertarían hasta el invierno.
En ese punto, después de haber
escalado el ambicionado Alpe d´Huez y contemplar la maravilla de los Alpes, me
senté en un montículo y esperar que anocheciera. Largas horas de paisaje para
descubrir que había tomado la misma foto varias veces. La vida es demasiado corta
para deleitarse con los Alpes, con la belleza de sus nevadas cimas
contrastantes con verdes pastos que demuestran la diferencia de altitud y de
climas en un solo espacio. Estaba en una de las tierras prometidas para los
ciclistas. Entonces pensé en la belleza de las montañas rocosas bajando hacia
Choachí; o del cañón visible por la vía que conduce a San Antonio; o el clima
lluvioso y confuso del páramo en La Cuchilla. Todas de ellas igualmente tierras
prometidas. Los Alpes no son mejores o peores, sino diferentes, la
ascensión vertical es mayor y posiblemente también la pendiente promedio, pero
no son en ningún caso más “duras”. Solo se debe tener en cuenta que en cada una
de estas conformaciones montañosas, allá y acá, se encuentran seres algo
tocados, locos, temerarios, perdidos de la cabeza, amantes del sufrimiento y
exigentes con sigo, dispuestos a darlo todo para superar ese muro de millones
de toneladas de tierra, a quienes se les llama: ciclistas.
El retorno a Alemania fue… igual
que Alemania: aburrido. Por eso no habrá párrafos extensos para ello más que
esta breve mención.
Gracias a mi Novia que me llamaba
todos los días muchas veces al día, a mi familia que me llama todos los días
desde Colombia, a mi moza y amante (la Scott que aguantó mucho látigo) y a
todos ustedes atentos y fieles compañeros del BSR por leer este pedazo de
crónica. Saludos desde el Norte. Como decimos acá: Liebe Grüße.
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