El Crucero

EL CRUCERO
(Por Wveimar Samaca)
 
Bogotá D.C., sábado 4:30 am. Luego de un sueño bastante inquieto, tal vez por sensación de ansiedad o mantos de duda, estaba listo para afrontar un reto que había estado durante meses en mi cabeza y en la de José, Mauro, Darío, Édgar y otros compinches que no pudieron asistir; el reto de subir el puerto más largo del territorio Colombiano. Y no es para menos. Este puerto, que está ubicado entre los municipios de Aguazul (Casanare) y Sogamoso (Boyacá), más concretamente en lo que se denomina como la carretera del Cusiana o la Ruta 62, cruza la vertiente oriental de la Cordillera Oriental colombiana desde los 295 m.s.n.m. hasta 3.460 m.s.n.m., dando un desnivel positivo de aproximadamente 3.160 m.s.n.m. presentaba las cifras para superar al Alto de Letras o La Línea, otros puertos extensos reconocidos a nivel nacional o incluso internacional. El plan inicial era arrancar en la camioneta de José con nuestras queridas bicis y maletas hasta la ciudad del Sol y del Acero, como se le denomina a Suamox, bastión del antiguo Templo del Sol de los chibchas; Edgar y Mauro se habían adelantado el viernes anterior como grupo de avanzada para “estirar las piernas” en un viaje entre la capital y Sogamoso, que aparte de un pinchazo y la espera de 3 horas en las goteras de Tunja por escampar de un aguacero no tuvo mayores novedades, culminando su travesía de 224 km en horas de la noche. José, Darío, Rodrigo, quien oficiaría como conductor designado durante el transcurso de nuestro periplo, y mi persona saldríamos el sábado en la madrugada para llegar a Sogamoso hacia las 9 am. Nuestro trayecto de enlace a Sogamoso transcurrió sin novedades, y recién llegados al punto de partida, Darío y yo preparamos nuestras bicis para afrontar la primera parte de nuestro recorrido. Debido al cansancio producto del día anterior, Edgar y Mauro decidieron subirse al vehículo acompañante y José decidió no arrancar en su caballito de aluminio por problemas de espalda que estaba arrastrando desde unos días antes. Siendo así, enfrentamos el alto desde su vertiente noroccidental. El trayecto entre Sogamoso y El Crucero presenta 23 km de longitud y un desnivel de 1.023 metros, que resulta en una pendiente media al 3.5% y algunos tramos cortos con rampas entre el 14 y el 15%, culminando en la vereda Las Cintas a 3.442 m.s.n.m. Desde este punto se aprecia el Páramo de Las Cintas y La Sarna, que hacen parte del complejo de Páramo de Pisba, y al coronar se descendió sin pausa hacia el caserío de Toquilla, trayecto influenciado por fuertes ventarrones frontales y laterales que incluso por poco nos sacan de la carretera.
Hasta este momento teníamos buen tiempo, seco e incluso con algo de sol; y cuando retomamos el recorrido en Toquilla los vientos fuertes avisaban de condiciones menos favorables en el prolongado descenso hacia Pajarito (Boyacá), lugar destinado para almorzar. Desde el punto conocido como Peña de Gallo se desgajó un fuerte aguacero que sumado al frío, al viento y la gran cantidad de huecos e irregularidades del pavimento dificultaron el descenso; además, la vía presentaba más tráfico de lo habitual al servir como vía alterna desde el Altiplano Cundiboyacense hacia los Llanos Orientales. En algunos sectores la visibilidad por la lluvia se reducía apenas a unas decenas de metros. Debido a este factor, el recorrido fue más lento de lo habitual y arribé con Darío completamente empapados y embarrados (pero sanos y salvos) a Pajarito sobre las 3 de la tarde. Teniendo en cuenta que las condiciones de tiempo en el tramo restante entre Pajarito y Aguazul no iban a mejorar, decidimos subirnos al carro y guardar energías para la siguiente jornada, y el grupo arribó a Aguazul a las 5:30 pm. En esta localidad, ubicada en el Piedemonte de los Llanos Orientales a mano izquierda del río Unete, nos encontramos con Ader, un conocido de José que había venido desde Bogotá en bus con bicicleta de montaña a bordo para hacer también este gran reto, incluso estrenando zapatillas. Todos aguardábamos que San Pedro cerrara el grifo para día del reto; luego de departir y afinar los últimos detalles de la alimentación para el siguiente día en el hotel, el grupeto al completo logró conciliar el sueño. Domingo 5:10 am, bajo un cielo parcialmente nublado afortunadamente en condiciones secas, nuestro grupo de seis gladiadores junto con Rodrigo piloteando la móvil salieron a enfrentarse al monstruo, con sus respectivos equipos de iluminación necesarios por lo menos para cubrir parte del primer tramo del puerto estimado hasta Pajarito, lugar destinado inicialmente para el desayuno. Este tramo de 31 km (que se podría denominar como Piedemonte) incluye en primer lugar un falso plano de 10 km con un promedio de pendiente del 2%, donde se intercalaban ocasionalmente algunas rampas del 6%; luego se procede a subir el Alto de Boquerón, que en realidad son dos ascensos encadenados con un descenso corto que suman en total 14 km, donde se sube hasta los 1.000 m.s.n.m. y teniendo como características especiales un promedio del 4.2% de pendiente, escondiendo rampas duras del 9, 10 y 12%, para culminar en un descenso de 5 km hasta Pajarito,ubicado en la margen derecha del río Cusiana. El grupo se tomó esta parte inicial con mucha calma, esquivando o sobrepasando los múltiples huecos y sectores sin pavimentar, aunque Mauricio fue uno de los primeros integrantes que iniciaron acciones para seleccionar al grupo. En este sitio yo tuve un pequeño problema mecánico en el tramo de falso plano, el cual se pudo solucionar con el oportuno acompañamiento de Rodrigo.
A pesar de la sensación de frescura en el ambiente, el calor y la humedad se empezó a sentir en los primeros kilómetros del tramo de Piedemonte. Antes de iniciar el ascenso al Boquerón el grupo ya se había seleccionado; después de la desvarada conecté con Darío, Ader, José y Edgar en las rampas iniciales. Algo de tráfico pasaba con frecuencia, por lo que debía irse a un ritmo suave tomando precauciones en las curvas cerradas o sectores en mal estado; en este tramo nos cruzamos con un grupo de colegas en todo terreno que también se enfrentaron a este sector de la subida. El último compañero a quien logré cazar fue a Mauricio, prácticamente coronando el Boquerón. Luego, algo distanciados, emprendimos el descenso hacia Pajarito, donde Ader, Mauricio, Darío, Rodrigo y mi persona paramos a desayunar, mientras que José y Edgar variaron el plan inicial prolongando su parada hasta Curisí, punto marcado en el km 42 de la altimetría. En este momento eran aproximadamente las 9 am, por lo que el tramo entre Pajarito y Curisí se tornó más caliente y húmedo, con una dificultad adicional por la irregularidad del terreno y el estado del pavimento en algunos sitios. En estos 11 km se esconden tramos de descenso rápidos, repechos de doble dígito (incluso del 16 y 18%) y falso llano, a pesar que en la altimetría hay una marcada tendencia hacia el ascenso. Este tramo se tornó bastante difícil por el cansancio y sensación de falta de hidratación. En este tramo José desistió de su intento debido a sus problemas de espalda y con Rodrigo estuvieron al tanto de la necesaria asistencia; Edgar se mantuvo al frente, mientras el grupo que arrancó de Pajarito ya se había roto, con cada integrante marcando su propio ritmo. A partir de Curisí y luego de una curva hacia la derecha, empezó el tramo más duro de este puerto: 30 km al 6% de pendiente media. Un castigo continuo para las piernas cansadas por el desgaste acumulado, aunque a mitad de este duro tramo se siente un ambiente más fresco y la presencia de vegetación un poco más tupida favorece pedalear en la sombra. Iniciando este tramo alcancé a Edgar, pero a un ritmo de aprox. 9-10 km/h; se sentía en algunos momentos pedalear sobre el vacío, alternando en ocasiones con el pedaleo parado en los pedales y pensando en comer e hidratarse bien. Es un tramo crítico física y mentalmente, pero la sensación en el pedaleo para mí (personalmente) fue mucho mejor que en la zona templada, antes de llegar a Curisí. El paisaje alrededor, especialmente en Salto Candelas (km 51) y Peña de Gallo (km 67) es absolutamente impresionante ofreciendo postales que quedan en la memoria de los que afrontamos este reto. Algo particular en este tramo fue el encuentro esporádico de algunos ciclistas, especialmente un grupo de muchachos que afrontaban el reto de hacer semejante travesía ¡en bicicletas de piñón fijo! Mucha valentía y tenacidad de los colegas, los cuales aceptaron también palabras de ánimo y algo de asistencia ofrecida por parte de Rodrigo y José.
En la parte final de este tramo (km 67 a 76) se esconden algunos descensos y rampas de doble digito, para luego afrontar un corto descenso hacia Toquilla, un punto de parada obligatorio para rehidratar y consumir algún alimento con alto valor calórico. La sensación de frío continuo a esta altura (3.000 m.s.n.m.) no permite que el descanso se prolongue por más de cierto tiempo, por lo que era preciso continuar con el reto. Tras esperar a los integrantes durante algunos minutos, decidí montarme en la bici y arrancar en solitario, mientras Ader, Edgar y Mauricio continuaron un poco más rezagados;Darío decidía que hasta este punto culminaba su intento y se subía al carro acompañante. A primera vista de la altimetría este último tramo (km 78 a km 96) pareciera que fuera un poco más sencillo, pero con las piernas minadas por los kilómetros y el desnivel acumulado el recorrer estos últimos 18 kilómetros resultó un auténtico sufrimiento; sin embargo las ganas de coronar pueden más que los deseos de retirarse. El viento frío hizo presencia, aunque no con la intensidad de las ráfagas del día anterior, y aunque entre el páramo de Toquilla (km 85), y el páramo de Las Cintas (últimos 3 km de la altimetría) aparecían tramos continuos con rampas de doble dígito, la sensación de estar cada vez más cerca me hizo olvidar bajarme de la bici… Y en los últimos metros en solitario, puño izquierdo arriba, soltar un grito y mirar hacia el firmamento fue la expresión de la satisfacción por cumplir el reto, bajo una apenas perceptible llovizna. Altimetría de El Crucero desde Aguazul (Fuente: Altimetrías de Colombia) La llovizna en la cumbre del puerto se hizo más intensa, así que decidí esperar a mis compañeros de esta larga y difícil batalla en El Crucero, caserío ubicado en el cruce de la vía a Sogamoso y al municipio de Aquitania. Correspondía afrontar las curvas con cuidado por el piso mojado y superar algunos repechos que se hacían eternos por el frío continuo. Por el cansancio y el frío fue costoso bajarme de la eterna compañera, de mi caballito de aluminio; y también fue costoso creer lo que había hecho hasta hace unos minutos. Cuando mis compañeros de travesía llegaron, la incredulidad se fue transformando poco a poco en emoción y felicidad por el logro cumplido, así como se compartió estos sentimientos con otros ciclistas que poco a poco iban llegando de coronar este impresionante alto. Almuerzo con trucha en el sitio de arribo, algunas cervezas y nos dirigimos hacia el campamento base en Sogamoso. Al culminar la jornada, Ader se despidió de nosotros, por cuestiones laborales tuvo que regresar con su bicicleta en mano a Bogotá en flota, mientras se departían algunas cervezas de más comentando las impresiones y sensaciones de la jornada. Luego, un merecido descanso y el regreso a Bogotá en el vehículo de José el lunes festivo en la mañana. Para cerrar esta crónica, expreso mis más sinceros agradecimientos a Mauricio, Darío y Édgar por su compañía en la bici y creer en esta aventura. A Ader que nos cayó por sorpresa pero fue un excelente compañero sobre la ruta en su bici de montaña y a partir de esta experiencia un amigo más. A Rodrigo por la asistencia que ofreció desde el carro acompañante, sus continuos ánimos y algunas fotos y videos que quedarán para el recuerdo. A José que desde el principio incentivó la idea de hacer este puerto y que ojalá en una pronta ocasión lo logre realizar. A los colegas que nos cruzamos por el camino y ofrecieron una palabra de ánimo; y a las y los lectores que se animaron a leer esta crónica y tal vez se enfrenten al reto de anotar en su lista el puerto más largo de Colombia. EPÍLOGO: Lunes 3:30 pm. Descargo las maletas, mi caballito de aluminio, los datos recogidos en el ciclocomputador… Recuerdo la carretera, las curvas, las sensaciones, la felicidad, las ganas de estar allá nuevamente. Si no podré dormir, será por la ansiedad de estar nuevamente en la carretera.

CRÓNICA ALPINA

UNA CRÓNICA ALPINA
(Por David Camargo)

El plan de realizar este tipo de viaje no era nuevo. Se había deseado con ya anterioridad poder alcanzar 1820 metros en al Alpe d´Huez. Y todo comenzó en el mes de octubre aproximadamente. De tal investigación se denotaría entonces, que en las cercanías del mítico puerto de las 21 herraduras, hay kilómetros de escalada de renombre y que desde tal panorama no valdría la pena viajar para solo un puerto. Esta abundancia de montaña y de pasos entre las mismas arrojaría entonces la posibilidad de incluir en el itinerario más de una “Col”. Entonces estaba decidido: sería una semana completa de entrenamiento en los Alpes adjuntado a al itinerario Col du Galibier, Col du Glandon con su extensión hasta Col de la Croix de Fer, y algunos días de tránsito preventivo.

Bajo este panorama, y teniendo en cuenta la naturaleza del viaje, lo más recomendable era hacer un tipo de acercamiento en carro hasta la zona de los Rhone-Alpes. Esto fue sin embargo, para mi desagrado, una búsqueda infructuosa. Debido a mi imposibilidad de conducir en territorio europeo, sumado a unos costos elevadísimos de trámite para adquirir una licencia de conducción alemana, busque con relativa insistencia a un compañero de viaje alemán que disfrutara de las escaladas y que pudiera, en efecto, conducir para ello. La respuesta: ich muss noch nachdenken… lass mich mal überlegen… Déjame pensarlo, debo meditarlo bien, fueron sus respuestas (para este punto de mi estancia en Alemania esas son respuestas diarias en cualquier tipo de situación por lo que no me sorprendió) Uno de ellos manifestó tener mucho interés el cual después de un tiempo se disiparía por compromisos laborales y profesionales.

Entonces, después de mucho meditar y esperar, decidí seriamente empezar a buscar opciones alternativas para llegar a la zona y de cumplir el itinerario mental que había trazado con anterioridad. Para ello, Gott sei Dank (gracias a Dios) que existen ahora servicios como buses Flixbus y alojamiento por medio de Airbnb. Realicé un skizze del plan y comencé a buscar opciones. Todo sería reservado para el mes de junio, donde se pueden tener temperaturas amables para montar sin acarrear sobrecostos de la temporada alta de verano.

Tras un largo proceso de pagos y confirmaciones de cuentas y transferencias por internet el itinerario había quedado fest (fijo). Esta hecho, pagado y fijo. Me arriesgaría a tener una travesía viajando en buses y trenes, así como pedaleando con maleta en la espalda. Así pues emprendí un proceso de preparación que se vería interrumpido varias veces, por el acostumbrado mal clima de Alemania y por una molestia en la pierna derecha una semana antes de empezar el viaje.  Pero el momento había llegado y era hora de partir.

Bicicleta en orden, maleta en orden, cuerpo… casi en orden, mente en absoluto y eficiente orden alemán.

Primer día de transito en bus. Debí estar en la parada del bus ubicada en aeropuerto de Köln/Bonn a las 3:40 de la mañana. Me esperaban 17 eternas horas de viaje. Mi conexión tomaría la ruta hacia Frankfurt donde haría un trasbordo a otra línea de bus con destino Lyon. El viaje nocturno fue bastante unangenehmen, demasiado incomodo debido a que no había podido dormir bien y me preocupaba mi bicicleta que colgaba de un soporte para bicis en la parte trasera del bus. Llegue a Frankfurt a las 6 horas del día martes 20 Junio. Solo dos horas me separaban de mi próximo bus perfectas para una pausa de desayuno. Belegte Brötchen con heisses Kakao. (Panecillo con queso, jamón, lechuga y quark con “chocolate” caliente (es chocolate en polvo…) ) Segundo bus: a bordo!!!! Bicicleta: en la bodega, no más gancho!!! Gott sei Dank!!!

Fueron muy largas horas de lectura, sueño, música, paisaje suizo, lectura, música, videos, sueño, paisaje, etc. Arribamos a la ciudad de Lyon a las 21:21 donde tuve que correr un poco para alcanzar mi tren que me llevaría a Grenoble, la ciudad puerta de los Rhone-Alpes. El viaje fue rápido, al menos eso sentí cuando me desperté. Una noche de reposición y descanso.

Dia dos: Grenoble hacia Saint-Avre La Chambre. Segundo día de transito en tren para llegar a un poblado muy pequeño de casas con techos rojos y paredes amarillas y blancas, algunas de ellas con alpinos acabados en madera, todo eso acompañado por majestuosas e imponentes montañas, algunas verdes pobladas de coníferas, otras rocosas y grises, todas altas y muy empinadas: paredes podría decirse. En Saint-Avre se encuentra el inicio del ascenso hacia la Col du Glandon, lo cual era visible pues en tal configuración montañosa, un claro en el cielo dejaba ver lo que sería la ruta de días siguientes. El paso a seguir fue cambiarse para hacer un ascenso de calentamiento con dirección Montaimont hasta la capilla Notre Dame de Beaurevers: 6,7 km con una ascensión de 556 mts. Mi primer ascenso de más de 2 km desde hacía un anio y medio. Mi preocupación era relativa, pues en Alemania no se tiene la oportunidad de encontrar este tipo de escaladas, en cuyo caso la ascensión máxima no excede los 3 km. Tome las cosas con calma y las sensaciones fueron buenas, el paisaje se revelaba impactante cada vez que se superaba una herradura, en cuyo caso el valle con el poblado, el rio y los rieles del tren se divisaban cada vez más lejanos. Tal vez era la adrenalina de estar en los Alpes, tal vez era el impulso del paisaje. Ese día no me preocupé por el tiempo recorrido o por la inclinación del terreno, fue un logro haber subido sin atravesarme. Fueron buenas sensaciones, ese día….

Día tres: Col du Galibier, una oportunidad para recordar. 


Al día siguiente y con el ánimo en alto por el buen ascenso que se había hecho en la tarde anterior, salí a las 9:30 del día jueves bajo una temperatura de 26 grados Celsius hacia la población de Saint-Michel-de-Maurienne donde empezaría el ascenso al Col du Galibier. Fueron 20 angustiosos km de calor y sol constante sobre un camino entre el valle. Una carretera que dejaba ver la naturaleza de las montañas vírgenes que contrastaba con un río algo turbio debido a trabajos de minería realizados a la altura de Saint-Jeanne-de-Maurienne. Un viento inclemente, no supe si lateral o frontal dificultaba andar por un falso plano ascendente. Al ver mi “tacho” (he olvidado como le decimos en Colombia al dispositivo indicador de velocidad) me sorprendí al ver que por más esfuerzo no podría alcanzar los 25 km la hora. Y entonces decidí relajarme, pues sabía que me esperaban 35 km de subida interrumpidos por un descenso de 4 km. Entonces pedalee “guardando”. Recordé entonces las palabras de un compañero del BSR quien decía siempre guardar para el final y muchos otros compañeros que le recordaban que “el que guarda, guarda pesares”. Algunos kilómetros mas adelante sobrepase a un ciclista el cual, si yo no subía de 25 kph, el no alcanzaba los 20. Entonces me di cuenta que el viento si era determinante en ese tramo.

Llegue a Saint-Michel-de-Maurienne donde hice una parada corta para encender la cámara, tomar agua, bajar la temperatura corporal un poco y comer una barra de “proteína y carbohidrato natural”. Me dispuse entonces en la tarea de sortear el primer puerto de primera categoría de la jornada el Col de télégraphe, tarea que hice con un buen ritmo, ni muy rápido mi muy lento, donde conté con la compañía en los primeros kilómetros de dos ciclistas holandeses que llevaban mejor ritmo. Fue un puerto tranquilo de 12,1 km al 6,8% con algunas bonitas curvas de herradura y un bosque alpino lleno de coníferas y vegetación muy verde que me acompañaron hasta el final. Ya en los últimos kms se pudo divisar lo que se había logrado en la ascensión y donde se empiezan a contemplar montañas rocosas con nieve en las puntas, pequeños glaciares que permanecen allí durante todo el anio sin importar el sol o la temperatura del verano. Puerto superado.

Avancé por la carretera que conduce al “Alto de Galibier” como le diríamos en Colombia a este puerto pasando por la población de Valloire, única fuente de abastecimiento salvo algunos paradores pequeños hasta la cima. Allí, note lo que era un escalofrío inusual considerando el sol constante y temperaturas de alrededor 30 grados. Sin prestar mucha atención a ello, hice una parada técnica para comprar agua, comer un banano y medio sándwich de mozzarella en orden de brindar algo de sal al cuerpo. Recordé en ese momento las paradas técnicas con el BSR, que para mí, eran una opción de avituallamiento y una tensa calma llena de adrenalina antes de empezar a “competir” con los compañeros en el ascenso. Y así fue en similar medida. Empecé entonces con algo de nerviosismo y calor frio el ascenso de este monstruo de categoría especial.

Los primeros kms fueron pedaleables y disfrutables, un genuss, una satisfacción que se generaba de una combinación de ver la carretera ascendente, el paisaje de montañas de ceniza volcánica a la derecha y de verdes pastos a la izquierda, buen clima y buen ritmo de pedaleo. Entonces me di cuenta de que el paisaje había cambiado en cuestión de algunos cientos de metros de altura: los arboles eran contados y las hojas de los que habían eran mucho más pequeñas. Recordé entonces el ascenso a la Cuchilla de Guasca.

Fueron casi 8 kms de una pendiente constante de casi 5.5% en una carretera mayormente recta. Hasta que en un punto, tal carretera conduce a una suerte de pared montañosa. Me encontré con tres montanas muy empinadas en donde no había la posibilidad de cruzar, y supongo, hace mucho tiempo, los franceses dijeron: “no hay por donde pasar… pues la mandamos por la montaña…” En cuestión de 500 metros la carretera hace una U y de una inclinación del 5 pasamos tempestuosamente a una recta inclemente del 8.8% promedio en donde se tiene que sacar la energía y pararse en los pedales. Recordé el dolor de espalda baja y muchas de las curvas imprevistas del ascenso al Romeral.

Avanti, avanti… unas cuantas curvas de herradura para seguir subiendo. Las pendientes se mantenían, no cedía la inclinación. Y entonces sentí una sensación terrible en la boca y en estómago. Minutos después sobrevino mareo. Así es, no es nada raro ni nuevo para mí. Recordé entonces las “atravesadas” y dos de estas en especial: la subida de San Francisco hasta el Alto del Vino y desde Silvania hasta Rosas. Sabrán bien mis compañeros, que era habitual que se me acabara la gasolina a mitad de la subida. No hubo más opción sino seguir adelante unos metros y poner pie en tierra, y con algo de dificultad inducir vomito. Del desagradable acto anterior sentí algo de alivio para darme cuenta que la culpable fue la dichosa barra de “Proteína y Carbohidrato” pues había sido devuelta en su mayoría.

Einclicken… enchoclar para seguir. Lo que continuó fue una parte algo menos inclinada donde la temperatura descendió drásticamente hasta unos 15 grados. De igual manera lo hizo el paisaje. El verde había desaparecido y había sido cambiado por una roca filosa de aristas marcadas y rectas, seca y de coloración entre gris y café, se imponía mayormente cubierta parcialmente por nieve. Tras un par de curvas se asomaba un túnel, y en la cima, un grupo de ciclistas que animaban y reían. Allí también divisé las curvas que restaban. Ya estaba hecho, estaba coronado, lo que siguió fue pedalear por una necesidad de llegar arriba y de humanitariamente evitar más sufrimiento. Las piernas yo no respondían a la razón, andaban casi que autónomamente. Pedal tras pedal, fatídico andar. Y divisé la carretera que llevaba al fin a la cima. Ya no estábamos abajo sino a 2600 msnm. Estábamos a la altura de Bogotá. Recordé entonces el aire frio y fresco, la ausencia de oxígeno, un aire muy delgado, liviano, puro y supremamente agradable.

De aquellos 17,6 km de ascensión al 6,8% restaban los momentos para disfrutar el paisaje montañoso. Sesión fotográfica en la cima y un momento de calma con otros ciclistas quienes compartían el sentimiento de satisfacción. Arriba ya la nubosidad era otra y una negra configuración amenazaba con lluvia anunciando la partida de los ciclistas. Fue un descenso tranquilo con muchas paradas para tomar respectivas fotografías y para, en vista de la demora, quedar empapado por un chubasco que no dio espera. Al llegar a Valloire todo fue diferente, el sol brillaba y la temperatura era de unos agradables 24 grados. Pero sin mucha confianza seguí pedaleando de regreso al Col du télégraphe en donde a falta de 600 mts otro chubasco se encargaría de acabar de mojar todo a su paso. Hice una parada de espera en el parador “Relais du Telegraphe” donde un amable caballero me vendió agua mientras me hablaba entre francés, inglés y alemán. Evidentemente su léxico era muy reducido y solo puede entender el precio y agradecerle por su servicio.

La lluvia cesó y emprendí camino a mi alojamiento sin mayores novedades. Resultados: en total 117 km ida y vuelta con una ascensión positiva acumulada de 2915 metros. Dos puertos de montaña, de primera y de categoría especial, 29,7 km de ascenso efectivo, una atravesada, surgimiento de dolor de espalda baja, agotamiento extremo y múltiples quemaduras a causa de sol en la piel. Nada mal para un tercer día.

Día Cuatro: Col du Glandon – Croix de Fer. Wiederholung – Repetición y correciones.


Después de una tarde-noche de estiramientos y de alimentación a base de carbohidratos para reponerse de una pájara, me levante al día siguiente muy temprano para emprender el ascenso a la Col du Glandon con su tramo de extensión hasta la Croix de Fer. Me esperaban 19,5 km al 7,3% hasta Glandon y 2,5 km más al 6,6% hasta Croix de Fer, con una ascensión ganada total de 1921 mts. Gracias a la estrategia tempranera conté con buena temperatura para empezar a pedalear. Bicicleta en orden, estiramientos de pre-calentamiento, alimentación sin barras de contenido extraño empacadas y agua… faltante. Sorpresa grata me di cuando ni en la nevera en los bidones no tenia agua suficiente, cada uno de estos estaba lleno hasta algo menos que la mitad. Y me arriesgue a buscar algún sitio abierto para comprar agua (el agua de la llave no es en lo absoluto potable).

Ya sobre el pie de la montaña y sin encontrar algún local abierto a tempranas horas no tuve otra opción que continuar y empezar la subida correspondiente al itinerario. Al ir preparado con la altimetría adherida en un pequeño papel al marco de la bicicleta, fueron pasando los primeros 9 km en relativa calma a un promedio del 7%, donde un bosque amable y frondoso protegía la carretera de la incidencia del sol. Coníferas y arbustos diversos de bosque alpino daban la bienvenida a la curva siguiente, que sin ser de herradura, era un logro más. Conté dos herraduras para salir a un terreno relativamente despejado en la población de Saint-Colomban-des-Villards.

Allí era la oportunidad de comprar agua. Había intentado oportunamente ahorrar la mayor cantidad de líquido vital posible y había llegado a dicha población con medio tarro. Sin embargo debía sortear aun varios kilómetros hasta la cima y no quería sufrir a causa de deshidratación. El panorama del pueblo no era bueno, todo cerrado y silencioso. Toque a la puerta de un restaurante en un desesperado intento de comprar agua sin éxito sufriendo una caída torpe y sin consecuencias por perdida de equilibrio. Algunos metros más adelante divise lo que era un Bar, única estación abierta para esa hora. Me detuve y baje rápidamente para no perder ritmo buscando llenar mis cantimploras en un inglés mediocre a lo que me respondieron en francés. La persona allí no hablaba ni entendía la lengua anglosajona. Sin remedio le mostré el bidón a lo cual entendió a la perfección, pasándome una botella de agua de vidrio con una presentación impecable de tan solo 250 ml. Depositándola me di cuenta que necesitaba más. Una más resulto ser insuficiente. Serían tres botellas las que tuve que comprar por un escandaloso precio de 7.50 €. (Haga usted cuentas en pesos colombianos)

Con agua en el tanque era momento de seguir el viaje. Casi similar al puerto del día anterior, en un momento la vegetación se reduce y se pierden casi en su totalidad la existencia de árboles. Pero esta vez no había nieve, ni roca volcánica. Eran montañas rocosas por las que crece atentamente una capa verde, en casos gruesa y presente, en otros, tan delgada como un musgo. El paisaje era cautivador y la pendiente constante del 7-8% también. Pedaleo constante sin mayores apuros. Era la situación perfecta. A falta de dos km para el final de nuevo otra pared de montañas se encargaba de poner las cosas “de pa´rriba”. Los dos últimos km serian rampas con herraduras múltiples de pendiente promedio del 11% y 10% respectivamente. Pero en esta ocasión iba preparado y con energía suficiente, a lo cual con la cadencia indicada pude mantener el ritmo. Cerca de la cima, pude darme cuenta que la cámara a bordo había dejado de grabar. Una lastimosa pérdida de imagen de video. 

Faltaban doscientos metros para la meta del Glandon cuando un rebaño de cabras se apropiaría de la carretera para cruzar de un pastal a otro. Caí en cuenta entonces, que no hay vacas en aquella zona. Solo cabras en la alta montaña, y que de allí, se elaboran excelsos quesos blandos. Y entonces dialogue con las cabras para abrirme paso los pocos metros que quedaban y arribar a la Col du Glandon. El paisaje: majestuosas montañas rocosas pigmentadas con verdes prados, empinadas como paredes por las que pequeñas quebradas y cascadas fluían monte abajo. Un sinnúmero de moscas y otros insectos, a la vez que mariposas intentaban con vehemencia adherirse a todo el cuerpo y la ropa, como si los ciclistas fuéramos vacas… o mejor cabras para continuar con el contexto.

El tiempo allí invertido fue corto en tanto debía seguir mi ascenso hasta la Col de la Croix de Fer. Serian kilómetros muy disfrutables y cortos donde un parador ciclista hacía gala de su posición y albergaba a deportistas entusiasmados y victoriosos de estar allí. La sesión fotográfica de cada uno de ellos, mejor, de cada uno de nosotros en esos parajes es importante. Y no porque sea un logro, o una demostración de capacidad de llegar a Europa, o porque la categoría de la montaña acredite una foto para mostrar la tenacidad de dicho ciclista. No, en mi caso, fue una acción de registro para el recuerdo, pues no se con exactitud, cuando se tenga de nuevo la posibilidad de estar allí: de pasear en los Alpes, de convivir por cuestión de 20 km con la ruta y con las montañas. Eran fotos de júbilo y triunfo a la vez que de nostalgia e incertidumbre.

En el parador me di la oportunidad de degustar una “Orangina” algo así como la Pony Malta, donde la mayoría de colegas viajaban en grupos o en clubes. Muchos de ellos también con sus esposas (esposas ciclistas y esposas conductoras de carro acompañante) Otros pocos franceses locales quienes suben tales puertos, como el Bogotano sube Patios, Romeral o el Alto del Vino. El descenso fue una sesión fotográfica y un rodaje en video (la cámara encendió milagrosamente) que por alguna razón del destino fue silencioso y calmo. Solo se escuchaban entonces algunos pájaros y la fricción de la llanta con el asfalto. Llegar a Saint-Avre fue impactante por la temperatura. De nuevo había sentido el cambio de altura repentinamente. Sería una tarde de viernes tranquila disfrutando un “Quiche Lorain” con salmón y ensalada variada, en compañía de mis huéspedes franceses mientras hablábamos del idioma, de las montañas y curiosamente de los alemanes… aun me pregunto por qué.

Día quinto: Cuando uno está cagado, del cielo le llueve …  (Transito Saint-Avre hasta la estación de Auris en Oisons)

El día número cinco fue una incómoda historia. Tras dos calurosos días de pedaleo, bastante calurosos, para la tercera etapa no me podía sentar. Bien fuera en el sillín, o en una silla, o en la cama, o de pie, el ardor era insoportable. Para llegar a Auris se debe primero pasar por la población de Burg d´Oisons que también es el punto de partida para el Alpe d´Huez. En ese orden de ideas las opciones eran dos únicamente. Tomar un tren hasta Grenoble y pedalear alrededor de 48 km de falso plano ascendente; o subir de nuevo Glandon y descender 34 km. Ambas opciones contemplaban: un servicio de Taxi desde Burg d´Oisons hasta Auris, el pedaleo con maleta en la espalda (7 kg) con la incomodidad y posible escara de glúteos.

Decidí por la primera opción. Al llegar al pie de la montaña de Huez en un calor infernal de 33 grados, con el trasero en llamas, llame a un Taxi para terminar mi tránsito de ese día. Pero ese día, no era el día. El servicio me costaría la medio pendejada de 65 Euros, lo que pensé dos veces. Aún faltaban para mi alojamiento 16.6 km de escalada. Con mucho dolor (de mi billetera y de mi derriere) tuve que empacar mis pertenencias al taxi.

Bájese usted del taxi en la cima de Auris para ver una estación de invierno, un alojamiento lleno de casas y edificios para residir donde no había nada... nada absolutamente. Sin mercados abiertos, sin restaurantes, sin carros, sin gente. Entré en pánico. No quería pensar en tener que descender para comprar cosas básicas como agua o pan. Y al mirar alrededor entre una rabia inmensa por haber hecho tan mala elección de hospedaje. Tuve que bajar un par de km hasta un barriecillo donde un amable hombre local en un perfecto inglés me informo de un mercado en la cima, a lo cual respondí: “ya estuve allá y no hay nada abierto” y con una respuesta sentida y sincera de su parte: “me temo lamentablemente que no hay nada más acá” me vi en la… nada, absolutamente nada.

Subí de nuevo con la convicción y la rabia de no bajar de nuevo no con mi cuerpo en esas condiciones. Y desesperadamente golpee en el mercado, en las puertas, en las ventanas, y timbre varias veces de manera demencial. Una dama mayor salió del piso superior muy acontecida y asustada quien al ver mi rostro de desesperado decidió abrir su mercado para comprar al menos agua. Allí entonces pude adquirir las reservas, lo que quedaba de mercado. Agua y pasta, no había rastros de pan, frutas o similares. Solo cosas básicas. Pasé el resto del día intentando buscando la calma mirando un paisaje simplemente espectacular. Alpe d´Huez me esperaba al día siguiente, tenía que guardar mi energía para lo importante y descansar para ello.

Día Seis: La tierra prometida. Alpe d´Huez


Era el momento. Todo estaba hecho y dicho. A pesar de una intensa tormenta eléctrica la noche anterior que duro alrededor de 4 horas, el día del ascenso prometido había llegado. Sin mayores provisiones en el alojamiento me aliste para descender hasta Bourg d´Oisons y desayunar brevemente y comprar dotación energética para la subida. Al asomarme por la ventana el paisaje: se podía ver la cima de las montañas, todas ellas, pero no divisaba en lo absoluto el valle o su parte inferior. Una densa capa de nubes permanecía en el pie de montaña anunciando, por un lado, riesgo de lluvia y temperaturas frescas simultáneamente, lo cual era a la postre, lo que necesitaba.

Bicicleta en orden y procédase con el descenso. La carretera que me llevaría hasta el inicio del puerto de montaña de categoría especial, es un sinuoso camino complicado de transitar, rocoso y muy angosto por el que acomodadamente cabe un solo carro. Este trayecto estuvo por lo tanto marcado por una niebla densa, algunos derrumbes sin consecuencias o bloqueos, y de infinidad de rocas, hojas, ramas y palos sobre la carretera, todos ellos arrojados a causa de la fuerte precipitación nocturna. Con mucha precaución y temperatura de alrededor de 13 grados el runterfahrt fue exitoso. Pausa para desayuno, compra de frutas y pan…

Era el momento de empezar. Cámara a bordo, relojes en cero… losfahrt. El inicio de este bello puerto de herraduras es lo más complicado. Una rampilla de cerca del 11% promedio es la encargada de calentar las piernas donde se tiene que mantener la calma y no caer en excesos. Llevaba una buena cadencia que me permitía mirar al frente e intentar descubrir el paisaje montañoso, cosa que no fue posible hasta llegar a la cima. Y entonces llegue a la primer curva de herradura, la numero 21. Me di cuenta que en este puerto no hay estas piedrecillas que indican cuanto falta para la cima, sino que se cuenta por herraduras. Es decir en este punto quedaban 21 de ellas. Una tras otra fueron sorteándose en donde cada una de ellas hay nombres de ciclistas ganadores de etapas del TDF con final en Huez. Particularmente también el terreno en cada curva se torna amable y llano, es una oportunidad para retomar fuerza, apretar el ritmo y llegar con impulso a la siguiente rampa para desembocar en la próxima curva y repetir el ciclo. Los primeros km estuvieron marcados por un bosque denso con variadas paredes de roca que marcaban la carretera.

Cuando llegue a la curva número 12 sentí una energía renovadora. Su inscripción: Luis Herrera (Colombie) Recordé haber visto muchos videos de él en escalada con la testa rota y sangrante, y en un cursi y romántico efecto de añoranza al sentirme orgulloso de ser escalador colombiano, seguí mi recorrido a mejor ritmo con un desarrollo más exigente. Las sensaciones eran buenas y se mantuvieron hasta las curvas más altas. En cada contacto con otros ciclistas, que subían o bajaban, respetuosamente saludaba con un bon jour, aun sin saber si eran franceses. En ese punto me tenía sin cuidado su nacionalidad o habla, en cuyo caso la mayoría de ellos me respondieron hello con un marcado acento británico. 

Llegue con energía sobrante a la Chapelle Saint-Antoine y a la población de Huez como tal localizada algunos kilómetros antes de Ville-Alpe y de la llegada del itinerario del TDF. Allí divisé a más pedalistas que subían moderadamente.  El último tramo fue disfrutable, con pendientes más amables del 5.5% y en cuyo asfalto se podían leer miles de nombres, famosos así como aficionados. Supongo que muchos de los acompañantes de los ciclistas no profesionales, se toman la molestia de animarlos de esta manera. A falta de tres herraduras pude ver una villa en lo alto con edificios de madera de aspecto alpino. Tal como se lo ve en televisión y supe que estaba en la cima. Mantuve el tempo de pedaleo sin sacrificar ni aflojar para terminar en una rampilla de algo más del 8% que desbocaba en el Alpe d´Huez. Y se encuentra entonces uno con tiendas, comercio, bares, restaurantes y oficinas de turismo.

La tarea estaba hecha, pero no era suficiente. Seguí adelante para subir un tramo adicional pasando por debajo de un famoso y recordado túnel para llegar a la cima, al menos hasta donde llega la carretera. Ahora si la tarea estaba hecha. Tiempo de descanso y reposición. Con la inminente fecha de regreso a Alemania acercándose como un fantasma detrás de mí, me di la oportunidad de sentarme en un Bar y pedir una Coca Cola y no hacer nada. Haría homenaje al día anterior y no hice nada más que aprovechar un sol tímido que apenas asomaba y saludar someramente a uno que otro colega del pedal. Estaba en un momento de júbilo y de calma, y por supuesto, de resignación. Al día siguiente emprendería mi viaje de regreso a Alemania: a las colinas, a las lluvias incesantes todo el anio, al gris eterno de los carros, las calles, las casas el cielo y la gente. Regresaría al norte.

Después de un merecido lapso de no hacer nada el sol empezaba a brillar y las nubes a ceder. Y emprendí el descenso. Tras algunas curvas pude divisar el valle, y las montañas imponentes en frente de Huez. Son ambas formaciones rocosas muy empinadas y cautivadoras. La sesión fotográfica fue indispensable por razones ya mencionadas. Después de haber hecho una parada en un mercado para provisionarme la tarde del día restante, tomé la bifurcación que lleva a Auris localizada a 2.5km de ascensión de Huez. Y entonces ya con el cielo despejado me di cuenta de los letreros e indicadores de la peligrosidad de la vía, así como un anuncio para ciclistas que decía: 1 cat. Auris en Oisons.

Sorpresa me lleve al ver que aún me faltaba un premio de primera para llegar a mi alojamiento. Pero sin prisa ni pereza lo asumí con un pedaleo regulado, música y un paisaje que se descubría mayormente a la derecha de la carretera. Peligrosamente sortee un túnel corto sin iluminación y peligrosamente me detuve en un tramo para admirar el paisaje aun cuando había un riesgo inminente de accidente en una angosta carretera. Bien podía ser atropellado, o bien podía caer al vacío, en tanto no hay mayor barrera de seguridad que un muro de concreto de unos escasos 40 cm de altura. Sin parar muchas bolas al asunto seguí la marcha para encontrarme con una bifurcación que conduciría a una carretera más ancha y segura. Este último trayecto no tiene mayor complicación más que el cansancio acumulado.

Al terminar el puerto y mi actividad ciclística del día, me dispuse a dar un paseo a pie hasta la Col de Maronne. Siguiendo una línea de la aerosilla conseguí subir unos cuantos metros para en tal punto, ver simultáneamente Huez y Auris. Eso significaba solo una cosa: ambos asentamientos están casi a la misma altura separados por tan solo una montaña. Los cables de la silla aérea se ocultaban tras una colina a la derecha y continuaban su rumbo a Huez en completo silencio y calma, y solo despertarían hasta el invierno.

En ese punto, después de haber escalado el ambicionado Alpe d´Huez y contemplar la maravilla de los Alpes, me senté en un montículo y esperar que anocheciera. Largas horas de paisaje para descubrir que había tomado la misma foto varias veces. La vida es demasiado corta para deleitarse con los Alpes, con la belleza de sus nevadas cimas contrastantes con verdes pastos que demuestran la diferencia de altitud y de climas en un solo espacio. Estaba en una de las tierras prometidas para los ciclistas. Entonces pensé en la belleza de las montañas rocosas bajando hacia Choachí; o del cañón visible por la vía que conduce a San Antonio; o el clima lluvioso y confuso del páramo en La Cuchilla. Todas de ellas igualmente tierras prometidas. Los Alpes no son mejores o peores, sino diferentes, la ascensión vertical es mayor y posiblemente también la pendiente promedio, pero no son en ningún caso más “duras”. Solo se debe tener en cuenta que en cada una de estas conformaciones montañosas, allá y acá, se encuentran seres algo tocados, locos, temerarios, perdidos de la cabeza, amantes del sufrimiento y exigentes con sigo, dispuestos a darlo todo para superar ese muro de millones de toneladas de tierra, a quienes se les llama: ciclistas.
  
El retorno a Alemania fue… igual que Alemania: aburrido. Por eso no habrá párrafos extensos para ello más que esta breve mención.

Gracias a mi Novia que me llamaba todos los días muchas veces al día, a mi familia que me llama todos los días desde Colombia, a mi moza y amante (la Scott que aguantó mucho látigo) y a todos ustedes atentos y fieles compañeros del BSR por leer este pedazo de crónica. Saludos desde el Norte. Como decimos acá: Liebe Grüße. 




Giro de Italia

100 Años del Giro de Italia
Por: Juan Camilo Ramirez


“Han transcurrido 107 años desde aquella mañana del 13 de mayo de 1909, desde entonces pasaron 99 ediciones que son un viaje en la historia de nuestro país y un hito deportivo.”

Faltan menos de 15 días para que comience la edición #100 del Giro d’Italia, una de las grandes vueltas del ciclismo que reúne a los mejores del mundo. Desde el 13 de mayo de 1909 — fecha de la primera edición — han transcurrido 2 guerras mundiales, cerca de 300.000 kilómetros, cientos de etapas, miles de lágrimas y gotas sudor derramadas, y por ello vale la pena recordar por qué el Giro es una de las carreras más bellas que tenemos en la actualidad.

Su origen se remonta a La Gazzetta dello Sport, un periódico italiano dedicado al mundo del deporte cuyo color característico es el rosado (por ello el líder del Giro viste la maglia rosa). Inspirándose en el Tour de Francia creado en 1903, La Gazzetta decidió crear una competición local que recorriera la mayor parte de Italia a lo largo de varias etapas. En su primera edición, el Giro contó con 8 etapas para un total de 2.448 kilómetros. En la actualidad, la edición #100 tendrá 21 etapas para un total de 3.463 kilómetros.

El Giro d’Italia en sus inicios era una carrera muy diferente a la que vemos hoy en día. Era una competición supremamente exigente, tenaz, dura e incluso inhumana dirían algunos. Para ilustrar la cruda realidad del Giro en sus inicios, la edición #6 es considerada por algunos como la más dura versión de todos los tiempos. Disputada en el año 1914, partió desde Milán en horas de la madrugada recorriendo 3.162 kilómetros en tan solo 8 etapas, es decir, una media de 395 kilómetros por etapa (la media de la edición centenaria es de 164 kilómetros). En esta dura versión, se disputaron 2 etapas con una extensión de 468 kilómetros (esto es como recorrer de Bogotá a Medellín). En la sexta etapa de esta versión, los participantes partieron desde la ciudad de Bari hasta llegar a L'Aquila, al sur de Italia, recorriendo 428 kilómetros. El italiano Luigi Lucotti fue el ganador de la etapa con un tiempo de 19 horas y 20 minutos. De los 81 participantes que partieron, tan solo 8 completaron el Giro en su totalidad. El ganador de esta edición, Alfonso Calzolari de 27 años, completó el Giro en 135 horas a una media de 23 kilómetros por hora superando por casi 2 horas al segundo lugar (en la edición #99, el ganador Vicenzo Nibali completó el Giro en 86 horas a una media de 40 kilómetros por hora superando al segundo lugar, Esteban Chaves en 52 segundos). Después de esta edición #6, el Giro se vería interrumpido durante cinco años a causa de la primera guerra mundial (lo mismo ocurriría en 1940 gracias a la segunda guerra mundial).

Los corredores gastaban horas enteras pedaleando en sus caballitos de acero (no en carbono como hoy en día) bajo la lluvia, atravesando campos, lodos, barrizales y destapados sin ningún tipo de “ayudas” (en esa época no existían barras energéticas, cascos aerodinámicos, mangas térmicas, guantes de confort, intercomunicadores, ciclocomputadores, bandas de ritmo cardiaco, platos ovalados, culotes, zapatillas de clip ni nada por el estilo). Era el ciclista de carne y hueso contra el mundo. Utilizaban pesados jerseys de lana con muy poca o nula movilidad. En caso de lluvia, la lana absorbía el agua y el barro y para colmo de males, no era permitido cambiar el uniforme en plena carrera.

En las primeras ediciones del Giro, el trofeo de campeón se otorgaba a quien obtuviera la mayor cantidad de puntos a lo largo de la carrera, no quien tuviera el mejor tiempo de llegada. Los corredores no utilizaban jerseys distintivas, así que era difícil saber quién iba en primer lugar. Sin embargo, a mediados del siglo pasado esto cambió, y fue cuando se empezaron a utilizar las maglias de distintos colores para designar a cada corredor sobresaliente. La maglia rosa (rosada) designa al líder de la carrera; la maglia azzurra (azu) se otorga al líder de la montaña (antiguamente, para el líder de la montaña se utilizaba el color verde pero debido a un cambio de patrocinador, se emplea el color azul); la maglia bianca (blanca) inviste al mejor corredor más joven del pelotón por debajo de los 25 años; y por último, la maglia rossa (roja) venía identificando al líder de la clasificación por puntos del Giro desde el año 2010, pero en la edición #100 se volverá a utilizar la histórica maglia ciclamino (ciclamen en honor a la planta) que fue empleada por primera vez desde 1970 y que fue sustituida por la roja 40 años después.

Las bicicletas por supuesto también han sufrido cambios extremos. Anteriormente no tenían cambios, rondaban los 15 kilos y sus componentes eran en acero con rines en madera. Los corredores llevaban los neumáticos colgados en el pecho y ante cualquier avería, debían arreglárselas ellos mismos. Los frenos se mantienen en el mismo lugar y los calapies ya eran de uso común. Posteriormente la rueda trasera tenía un piñón a cada lado, así cuando llegara la montaña los corredores desmontaban la rueda y le daban la vuelta. El descarrilador llegó a finales de los años 30, aunque se pareciera más a una palanca de cambios y contaba únicamente con 3 piñones. Sorprendentemente, los ciclistas eran capaces de recorrer grandes distancias sin importar el tipo de terreno, pues además del mal estado de las carreteras, los deportistas también afrontaban riachuelos, caminos empedrados, ventiscas, fuertes lluvias y hasta tormentas de nieve. 

A pesar de que el número de participantes en el Giro fue incrementando con el paso del tiempo, durante 41 años estuvo dominado por los italianos hasta 1950, año en que el suizo Hugo Koblet fue el primer extranjero en ganar la competición. El campeón del Giro más joven de todos los tiempos se llamó Fausto Coppi y es considerado uno de los más grandes ciclistas de todos los tiempos. Con tan solo 20 años, Coppi gana la versión #28 de la ronda italiana a 2 minutos de ventaja del segundo lugar. En honor al famoso corredor, en cada edición del Giro se denomina Cima Coppi como al puerto de mayor altitud (para la versión #100 la Cima Coppi será el famoso Passo dello Stelvio con 2.757 msnm).

Infortunadamente no todo puede ser color de rosa así sea en el Giro d’Italia. A diferencia de otros deportes, el ciclismo contiene esa pizca de adrenalina y peligro en cada recorrido que afrontan los corredores y tramos donde los profesionales suelen superar los 100 kilómetros por hora con la única protección que un casco de poliestireno y una capa de tela elástica puede brindar. En el año 1952, el italiano Orfeo Ponsin sufre una caída en la cuarta etapa de la competición produciéndole la muerte. Este lamentable hecho se repitió en 1976 con el español Juan Manuel Santisteban y 10 años después con el italiano Emilio Ravasio. En la edición #94 el belga Wouter Weylandt murió a causa de un golpe en la cabeza durante el duro descenso del Passo del Bocco. Como un lindo homenaje, durante la siguiente etapa la totalidad de los corredores se mantuvieron en un solo pelotón y al llegar a meta, los corredores del Leopard – Trek llegaron juntos agarrados de la mano. Desde el año siguiente, el número 108 (dorsal que llevaba Wouter el día del accidente) fue retirado permanentemente del pelotón. En esta misma edición, Alberto Contador fue descalificado y sancionado por la UCI por el caso Contador, polémica que acusa al corredor de haberse dopado con Clembuterol y de este modo se le otorga a Michele Scarponi el trofeo de campeón. 

Después de cien años del Giro Italia y tantas historias por contar, tantos corredores por nombrar, tantas polémicas por recordar y tantas victorias por celebrar, hasta ahora comienza lo bueno. Nairo Quintana fue el primer latinoamericano en proclamarse campeón de la ronda italiana en el año 2014. Rigoberto Urán se llevó el segundo lugar esa misma edición y el año anterior. En la edición #99 Esteban Chaves se lleva el segundo lugar y con él, ya han sido 4 podios ocupados por colombianos en los últimos 4 años. Esperamos que este año se repita la proeza y que el título de campeón del Giro d’Italia #100 llegue a Colombia. 

CRÓNICA DE LA LINEA

BUSCANDO LA LINEA

La cita era el viernes a las 7 am pasando el peaje de la calle 13, se me iba haciendo un poco tarde y llegue a las 7:15 enterándome de la noticia que a Rubencho se le había presentado un problema familiar y a última hora había tenido que cancelar, al estar ya completos arrancamos buscando la población de Madrid para encontrarnos con Parra y pasarle las maletas ya que su señora las llevaría en el carro. La siguiente parada era en Guayabal de Siquima a desayunar y así se hizo, una vez recargadas baterías continuamos el descenso buscando el corto alto de Bituima para pasar posteriormente por Viani y seguir el camino a empezar el precioso descenso hacia Cambao, poco más de veinte kilómetros espectaculares por una carretera en perfecto estado, poco tráfico y una pendiente que no se siente muy brava ya que en algunos tramos inclusive hay que pedalear. A esta población llegamos sobre la 1 pm una hora más tarde de lo pensado producto de mi demora a la hora de llegar al punto de encuentro, la parada donde Parra y un ritmo relajado. En este punto cometimos un error y es que debimos haber almorzado pero no lo hicimos pensando en el sancocho que había ofrecido Parrita y repitiéndose la misma historia que había acontecido en el paseo a “La Holanda”. Sin querer ser desagradecido al próximo que ofrezca sancocho hay que recibírselo y agradecérselo pero hay que almorzar donde lo coja a uno mediodía por cuestión del desgaste que se hace y la demanda de energía que requiere el cuerpo. En vez de eso aprovechamos para una merecida hidratación bajo un calor sofocante. Al rato proseguimos el camino tras la población de Ambalema y es así como unos 6 kms después de tomar la carretera que conduce a Armero Guayabal giramos a la izquierda y nos encontramos con una carretera en buen estado, sin señalización, poco tráfico y plana completamente. Una parada corta a comer y tomar algo y ya el hambre comenzaba a hacer estragos. De esta población a salir a la principal que viene de Mariquita y va para Ibague pasando por Alvarado, nuestro destino final por ese día, hay unos 27 kms los cuales están repartidos en la mitad más o menos en buen estado y la otra mitad grave, un asfalto rugoso en donde las piedras están agarradas por una mínima capa de asfalto y el resto rizadito maluco lo que termino en pinchazo para Darío y para mí. Al fin llegamos al cruce de la principal lo que nos ponía a 12  kms de Alvarado, otra parada corta a la cual Parra no quiso unirse aquejado por calambres y prefiriendo seguir el camino, una vez tomada la gaseosa respectiva tomamos la principal con una corta parada para despinchada de Nestor y finalmente sobre las 5:30 llegamos a Alvarado directamente al restaurante que había
escogido nuestro anfitrión para atacar un poderoso y exquisito sancocho que devoramos acompañado de una deliciosa limonada. Una vez calmada el hambre pasamos a la casa de los padres de Parra a saludar. Aprovechamos su hospitalidad para tomar un baño, cambiarnos, despinchar, charlar un rato sobre lo acontecido en el día y lo que nos esperaba el día siguiente y ahí cometimos otro error que fue no comprar avituallamiento y de lo cual tarde nos daríamos cuenta al día siguiente. A eso de las 10 de la noche fuimos al hotel a descansar. 173 kilómetros desde el peaje más lo recorrido desde la casa nos sumo unos 200 kms, etapa sin mucha montaña y que a la alarga seria la jornada más calurosa de nuestro paseo.

Al día siguiente muy temprano tomamos camino rumbo a La Línea nuestro primer destino crucial. La idea era al llegar a Ibague, tomar la variante para evitar entrar a la ciudad musical de Colombia.
El camino de Alvarado a Ibague es canson, una leve tendencia  al ascenso que no permite tomar buen paso  y que se hace eterno, 26 kms hasta llegar a la glorieta que lo mete a uno a Ibague por la carrera 5, tomamos la variante y 3 kms adelante llegamos a otra glorieta que conduce al aeropuerto Perales, seguimos por la variante y otros 3 kms adelante llegamos a otra glorieta que corresponde hacia el lado de Ibague a la Av del Ferrocarril y finalmente 2 kms después llegamos a la ultima glorieta que viene de Gualanday y en donde comienzan 40 kms rompe piernas hasta Cajamarca.  A estas alturas ya tenía la pálida encima así que al pillar de reojo un puestico de comida decidí dar media vuelta y parar a comer algo urgentemente. Par milos, un sándwich y una nucita calmaron el hambre, proseguí y unos metros adelante encontré a mis compañeros desayunando así que me les uní. Boqueron, otro puerto que no se el nombre y El Tigre son los tres premios de montaña de 4 categoría que nos encontramos antes de llegar a Cajamarca. Una vez en el pueblo paramos un rato para tomar y comer algo y emprender el ascenso. Decidimos tomarlo con calma con Darío, los tigres ya nos habían pasado, procuramos mantener un paso que lento pero seguro nos iba acercando a la cima a un promedio entre 8 y 10 km/h a lo largo de sus 22 kilómetros. Los primeros 10 kms hasta el peaje Cajamarca tienen algunos cortos tramos suaves y los 4 siguientes son manejables pero a partir de ahí quedan 9 kms con promedio del 8 % y curvas del 10 % y hasta el 14 %.  Faltando unos 4 kms para coronar vimos a lo lejos a Néstor lo cual nos causó extrañeza y pensé que algún mal estaba aquejándolo para verse subir lentamente, esto me iba envalentonando un poco y decidí adelantármele a mi compañero de ruta pero ese esfuercito adicional me costó fuerzas extras que iba a necesitar más adelante. A unos dos kms de coronar vi a Néstor sentado a la orilla de la carretera yo iba grave de piernas así que decidí parar con la excusa de preguntarle a Nestor que le pasaba y efectivamente al joven los calambres lo traían jodido, tres o cuatro minutos para reponerse y seguir y en ese momento nos adelantó Darío que como buen diesel iba a su paso con la firme idea de no bajarse de la bici. Al fin coronamos, 2:25 de subida y después de tomar algo caliente decidimos emprender el descenso. Vale la pena decir que como cosa rara prácticamente todo el ascenso nos hizo sol y en la cima el clima era bueno cosa que cambiaría al descender y encontrarnos con lluvia y piso mojado hasta llegar a Calarca cual perros mojados, engarrotados del frio y buscando rápidamente el hotel para cambiarnos. Después de instalados salimos a buscar comida, después unas poquitas polas y a dormir. 123.5 kms y un poco mas de 8 horas efectivas de pedaleo.

Llovió casi toda la noche y por lo tanto el panorama al siguiente día temprano no era muy esperanzador, aun así no había marcha atrás y después de tomar un desayuno ligero arrancamos. De los 23 kms que tiene La Línea por este lado los 10 primeros los recordaba no muy duros pero son algo complicados e igual tienen su exigencia. Más o menos a la mitad se encuentra un descanso, pero al finalizar este lo recibe a uno una rampa que se siente como un bofetón en toda la cara como advirtiendo al atrevido ciclista lo que le espera y empieza “cansaperros”, el infierno. Duros, durísimos 11 kms donde la pendiente no baja del 8 % o 9 % y nos encontramos curvas hasta un 13 %. Una mezcla entre dolor, un cansancio tenaz y un sentimiento de satisfacción increíble. A pesar de las malas sensaciones con el clima este estuvo benigno y no nos llovió, fresquito todo el camino pero sin agua. Nos encontramos en una tienda poco después de empezar el descenso y hay ya cambio la vaina, nuevamente el agua hacia presencia para acompañarnos todo el descenso lo cual lo hace peligroso, en ciertas curvas así se baje suave toda aplicar toda la potencia al frenar y donde se pise una mancha de aceite o algo no creo que el resultado sea muy bueno inclusive en ciertas curvas con mucha pendiente tocaba tomarlas por el vértice por el tráfico y quedaba uno con la sensación de en cualquier momento salir volando por encima del manilar. Una vez en Cajamarca paramos a tomar desayuno ahora si en serio y sobre todo algo caliente pues se repetía la escena del día anterior en Calarca. En ese punto nos despedimos de Parra que nos entregaba las maletas y se iba a Alvarado. Yesid que se encontraba en Gualanday había pensado en arrancar temprano hacia Cajamarca y donde nos cruzáramos se devolvía con nosotros pero temprano me había avisado que le había tocado abortar la misión pues en Gualanday también había estado lloviendo toda la noche y como hasta las 9 de la mañana lo cual nos indicaba que el clima no iba a mejorar. Afortunadamente el regreso hasta Boqueron se hace rápidamente al hacerse la mayoría del camino en descenso hasta llegar al inicio del corto puerto del mismo nombre. Y precisamente al salir de este punto la embarre, una distracción y termine metiéndome a Ibague, Darío que iba detrás mío trato de avisarme para corregir el error pero no le escuche y en un buen gesto no me dejo solo y se fue detrás mío. Después de preguntar a varias personas encontramos la salida a Gualanday por la Avenida del

Ferrocarril, muy apropiado el nombre para la locomotora llamada Darío, la cual afortunadamente tiende al descenso y que más adelante se convierte en la Av. Picaleña pronto salimos al peaje lo que significaba que ya estábamos muy cerca de Gualanday. Llegamos a la casa de los padres de Yesid en el pueblo quien muy amablemente nos había ofrecido un refrigerio cuando pasáramos. Un gusto muy grande saludar a los padres de Yesid y volver al sitio que nos albergó en Agosto del 2014 cuando hicimos la primera incursión a La Línea. Ya la tarea se presentaba más fácil, ya lo complicado se había superado o sea que lo que faltaba era puro trámite. Arrancamos de Gualanday y en una hora estábamos en Flandes almorzando, sobre las 3:30 más o menos. Agua de Dios ya se veía cerca y finalmente a eso de las 5:30 llegamos. Fue como si nos hubieran quitado un peso de encima, como si se hubiera liberado una tensión inmensa. Nos instalamos en una tiendita a la entrada del pueblo, el ambiente, el clima, la música y la felicidad por lo hecho hasta ese momento nos relajo.

Una charla fantástica, las bromas, unas politas bien frías y Darío con su cuartico de niquelado, increíble, muy bacano ese ambiente de camaradería. Nos hospedamos en “La Estación del Ciclista” un sitio con fotos antiguas muy chéveres, trofeos, medallas y que usualmente es sitio de hospedaje para excursiones de ciclo montañismo que hacen por los alrededores. Ir a buscar comida al centro del pueblo y a dormir.174.5 kilómetros y algo más de 9 horas efectivas de pedaleo.

Se repitió la historia, agua toda la noche y mañana nublada. La noche anterior habíamos tenido una amable discusión con Darío acerca de por dónde devolvernos. Darío insistía que por La Gran Vía era más rápido sin contar con el hecho que por ese lado le quedaba más fácil para llegar a Fontibon. Yo insistía que por Mesitas era menos montaña y por lo tanto menos complicado. Al llegar al cruce para Viota efectivamente Darío se la jugó con la de él y prefirió seguir derecho, los otros seguimos hacia Viota buscando El Triunfo y Mesitas. El Triunfo es un puerto de unos 11 kilómetros de los cuales los 5 primeros son casi que un Romeral cortico. Sabía que superados esos primeros kilómetros la tarea era más fácil pero no me acordaba de lo realmente duros que son o mejor dicho al afrontarlos me di cuenta que llevaba mi cuerpo hasta el límite del esfuerzo y en una de sus durísimas curvas me quede encascarado  y apenas alcance a soltarme para no caer, no daba más, toco a lo Froome pero sin alientos para correr unos veinte metros mientas salía del sector duro y más adelante me toco repetir la operación, Finalmente salimos de esos kms, posteriormente Sander pincho y después de un breve descanso decidí continuar hasta Mesitas para esperarlos allá y encontrarme con Javier. Una vez nos reunimos paramos a la salida de Mesitas. Arrancamos a las 12:20 y a las 12:30 recibimos reporte de Darío que acababa de llegar a La Gran Vía. Le tenía confianza a Mesitas sitio habitual de entrenamiento así  que sabía que era cuestión de coger un pasito y listo. Al pasar por Santandercito vi a Sander y Néstor así que decidí hacer también una corta parada a comer algo. Aunque el clima era maluco no estaba lloviendo y eso ya era una ventaja pues esa es una carretera más angosta que ancha y estaba subiendo bastante carro lo que se complicaría si llovía. Finalmente, a las 3:45 llegue a Chuzaca, Javier esperaba en las tienditas pero no se me ocurrió pasar por allí así que después de esperar unos 5 minuticos a ver si Sander y Néstor llegaban y al empezar a lloviznar y sentir mucho frio decidí continuar y llegar a casa. Sander y Néstor habían decidido parar a almorzar por eso no llegaron.

Eso a grandes rasgos fue todo jóvenes. Definitivamente el paseo más exigente que hemos hecho en el BSR, gracias a Dios todo sin novedad todos llegamos a casa bien y a propósito a Darío le llovió desde el peaje antes de La Mesa hasta La Cabra,  mis respetos señor.

Y como buenos ciclistas, muchas gracias a Parrita, a su esposa Carolina y a sus padres por sus amables atenciones. A Yesid, a Sandra y sus padres por siempre ser muy amables con el colectivo BSR.

Un abrazo.

LA CRONICA

RENOVANDO LA FE

No fue fácil encontrar las palabras para poder expresar tanto tiempo de ausencia en la aparición de nuestras tradicionales crónicas después de cada salida. Pero si alguien tiene que echarse la culpa y asumir con los platos rotos, esa persona sería yo al ser el encargado del departamento de publicidad y mercadeo del grupo, más aún cuando en una de las crónicas pasadas me comprometí a ponerme al día con los relatos atrasados. Con esta carga a cuestas, solo me resta ofrecer nuevamente una sincera disculpa a todos nuestros lectores y seguidores por haber fallado en el intento de retomar el trabajo de cronista, no sin antes tratar de explicarles el motivo de tan larga pausa.

Como algunos de ustedes ya saben no soy un escritor consumado ni pretendo serlo. Al empezar a gestarse este grupo tomé la pluma (el teclado) con el fin primordial de darnos a conocer y motivar a los integrantes del grupo de yahoo a que se vincularan a nuestras primeras salidas. La estrategia tuvo éxito como medio de publicidad y así poco a poco fuimos reclutando la gran mayoría de compañeros que hoy integran el Club de Ciclismo Bogotá Sobre Ruedas. Ahora que estamos fortalecidos y que tenemos el blog, nuevos pedalistas han llegado a través del voz a voz de los mismos compañeros y pocos por las redes sociales modernas. También hay que tener en cuenta que el crecimiento del Club está llegando al límite de nuestra capacidad logística, y esto añadido al mejoramiento del nivel ciclístico interno ha llevado a que empecemos a cerrar el círculo de admisiones y seamos más estrictos con los novatos en cuanto a requisitos mínimos indispensables se refiere.

En ese orden de ideas, la narración de los acontecimientos acaecidos durante una salida oficial de BSR estaba creciendo a la par de nosotros mismos, y lo que en un principio me tomaba un par de horas en escribir, últimamente lo hacía en el doble de tiempo. No se trata tampoco de que los relatos se hayan extendido, pues los hay cortos y largos tanto cuando hacíamos salidas de cinco integrantes como con más de treinta ciclistas; sino en la falta de creatividad que caracteriza a aquellos que no somos artistas y que inevitablemente nos van llevando al abismo de la monotonía literaria. En un vano intento de simplificar el modo de redacción del relato, intenté cambiar sucesos por clasificaciones, lo que me llevó a un laberinto casi sin salida, pues tenía que estar pendiente del orden de llegada de cada compañero y prácticamente terminé enredándome yo mismo y muy probablemente aburriendo al lector. Todo esto finalmente desencadenó en este “letargo cronístico” del cual espero despertar algún día con renovadas fuerzas, no sin antes invitar al grueso del lote a enviar algún escapado para que nos relevemos en la tarea y no dejar la labor a medio empezar.

Lo anterior no significa que lo mismo esté pasando en carretera, todo lo contrario camaradas, un grupo numeroso tiene sus ventajas y amplía el espectro de experiencias inolvidables con amigos que compartimos la misma afición de las bielas. La sana competencia ha redundado en progreso y técnica ciclística, amén de los infaltables duelos con los compañeros de turno, bien sea en los duros ascensos de los puertos de montaña o en los veloces desenlaces de los sprints a meta. Desde aquella última crónica con el inicio de temporada a Bojacá, ya han transcurrido 16 etapas de este Clásico Apertura y hemos dejado atrás la Vuelta a la Sabana arrancando por Patios, Pradera y Canicas,  el embalse de La Regadera, Yerbabuena y Patiguapos, La Victoria, Corralejas, la Aguadita, San Francisco, el Neusa, Mondoñedo, Rosas, la Marranera, Subachoque, el Tablazo, Guatavita, Sesquilé, la Vara y el 27, una C.R.I., el Alto de la Escalera desde Cachipay y recientemente el Aguila y el Páramo por Zipaquirá. El promedio de asistencia está por los 26 pedalistas, siendo 36 unidades la mejor participación hasta el momento durante este año. 18 nuevos integrantes pasaron a engrosar la familia BSR: Marco Tulio Perilla, David Enríquez, Germán Telpiz, Sergio Gutiérrez, Javier Fique, Ferney Carvajal, Marcos Flórez, Orlando Torres, David Parra, Johan Roa, Mauricio Rivera, Cristian Contreras, Alfonso Parra, Felipe Gutiérrez, Alberto Bolívar, Robinson Castrillón y Enrique Ruíz, quien desafortunadamente falleció el mes pasado en un absurdo accidente de tránsito.

Las salidas no oficiales, aquellas que se programan los puentes festivos, tampoco han faltado y algunos compañeros han tenido la oportunidad de viajar por Cundinamarca, Boyacá, Tolima y el Eje Cafetero; subiendo puertos emblemáticos como lo son
El Trigo, Letras y La Línea, y repasando otros en toda su extensión y dureza en largas jornadas sin descanso que hablan por sí solas de la fortaleza de nuestros pedalistas aficionados. Mas por falta de tiempo, de entrenamiento, de dinero, de todas las anteriores o de ninguna de ellas; nunca había contemplado la posibilidad de involucrarme en alguno de estos ciclopaseos del grupo, pues vale la pena aclarar que siendo un animal de tierra fría, la práctica del ciclismo por altitudes por debajo de los 1.500 m.s.n.m.  no son precisamente mi fuerte ni causan el mismo efecto de satisfacción que si lo hiciera por terrenos menos calientes, bien sea por la temperatura, la deshidratación y últimamente las nuevas pequeñas amenazas para la salud como lo son el Chicunguña y el Zica. Por otro lado no creo tener la nalga suficiente para aguantarme más de dos días seguidos sentado en la bicicleta sin que una buena quemada aparezca entre las peñas.

“Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma”. Luego de un viaje que hicieron algunos compañeros por Villa de Leyva y otros pueblos boyacenses, José, el promotor de estos ciclopaseos, llegó hablando maravillas de aquellas cercanas tierras y exhortó a las filas a que se animaran a un nuevo viaje por Boyacá. Pocas fueron las respuestas, más una de ellas, de boca de Edgar, le quedó sonando al insaciable ciclista: “Deberíamos ir a Cómbita a visitar a Nairo”. Me atrevería a decir que ese mismo día se puso en marcha la planeación, pues poco tiempo después, hace un mes largo, la invitación quedó en el buzón de correo del grueso del lote: Ciclopaseo a “La Villita”, fechas propuestas Sábado 4 y domingo 5 de junio o Domingo 5 y Lunes festivo 6.

“Es este o ninguno” – me dijo José por teléfono cuando estaba en la fase de preproducción y me ponía al tanto de las fechas dispuestas – “Está como le gusta: tierra fría y máximo dos días. Si no se apunta tiene huevo”. Y tenía toda la razón, era ahora o nunca. Si hubiera sido el puente anterior le hubiera dicho de una vez que no pues estaba ya comprometido con mis hijos, pero preciso el siguiente festivo tenía vía libre y hubiera sido un desperdicio quedarme acostado viendo televisión en la casa. En aquel instante le di falsas esperanzas aventurándome un “listo, de una” que ni siquiera yo mismo sabía si iba a cumplir. Al formalizarse la invitación por correo electrónico el asunto pasaba a grado de seriedad, sumamente respaldado por la respuesta de la manada con unos diez asistentes confirmados en tan solo un par de horas. Éxito total de taquilla.

A medida que se acercaba la fecha los “primeros peros” se iban despejando y nuevas dudas me asaltaban. El itinerario se acomodaba a mis capacidades físicas (eso creía yo) y climáticas. A falta de un carro acompañante irían cuatro, el hospedaje estaba confirmado y la fecha elegida por todos (sábado y domingo) dejaba la inmejorable posibilidad de tomarnos un día entero de descanso antes de volver a la rutina del trabajo. La única disculpa que tenía por ahora para “sacar el cuerpo” era el factor dinero, que por ser época de inicio de mes, siempre golpea el bolsillo con cuentas de diversa índole y de difícil aplazamiento. Faltando un par de días se hizo un nuevo llamado para reconfirmar la asistencia y saber a ciencia cierta quiénes eran los que son y son los que eran. Y aunque formalmente nunca di mi respuesta, José ya daba por hecho que yo asistiría sin novedad. “¿Y si llueve?, ¿Y si me faltan las fuerzas?, ¿Si no hay cama pa’ tanta gente?, ¿Si el Paro Agrario cierra la vía?, ¿Si la bicicleta amanece pinchada?” eran preguntas que me hacía cada vez que pensaba en el bendito paseo, buscando tal vez en el fondo de ellas, el empujón que me sacara de la lista de confirmados.

Entramos en las últimas 24 horas antes de la cita en el punto de encuentro. Un día lluvioso no presagiaba buenas sensaciones para el siguiente, sin embargo el ambiente en el chat de whatsapp del grupo era jovial y hervía con las últimas recomendaciones y comentarios de compañeros que lastimosamente no podrían asistir. José me envió un cronograma fríamente calculado con los tiempos que debíamos acatar de acuerdo al promedio de velocidad en tramos específicos del recorrido, el cual me pareció de lo más viable de cumplir aún en el escenario más pesimista. Le dije que estaba de acuerdo y a continuación le propuse que lo reenviara a los participantes. “– No, eso sí que no –contestó- que tal que no me cuadren las cuentas y empiecen a joderme”. Tenía toda la razón, él ya había pasado por un par de situaciones con reloj fuera de control en anteriores ciclopaseos, llegando incluso a aterrizajes a punta de linterna. Seguí con mis quehaceres laborales y cuando reaccioné en sí, me di cuenta que inconscientemente siempre había querido hacer este viaje, no en vano había comprado provisiones para el camino, alistado los uniformes, revisado la bicicleta, pagado las cuentas, despachado el trabajo, avisado a la familia y extrañamente nunca le había dicho que no iría a José. Finalmente la noche de la víspera estábamos confirmados 16 pedalistas, 3 carros acompañantes y 7 tripulantes. Todo estaba fríamente calculado y eso me asustaba.  Al otro día saldría de la casa y dejaba las cosas en orden. ¿Una premonición?, ¿El Destino?, ¿Maricadas mías?... yo sí creo.

La última salida larga mía la había hecho dos semanas antes con el grupo en la etapa a Cachipay. Desde aquel día solo un par de entrenamientos cortos de no más de 30 km cada uno la siguiente semana, nada el puente festivo y otro “cortico” el jueves anterior. Con ese antecedente me iba a empacar en los siguientes dos días, más de 300 km. combinados entre montaña y plano, algo notable para uno de los felinos del grupo, para mí una proeza. Sabía que el estado físico y la disposición mental no lo es todo en este tipo de salidas, así que aquella noche al llegar del trabajo fui gratamente atendido por un suculento plato hondo rebosante de pasta, otro más pequeño de papas con mayonesa y uno más grande con abundante arroz y albóndigas; la ofensa máxima para un médico nutricionista, el salvavidas postrero de cualquier ciclista de fondo. Mientras esperaba que el estómago se estabilizara, el celular avanzaba penosamente en su carga de batería. Cuadré y verifiqué minuciosamente las dos alarmas programadas del reloj para despertarme a tiempo y no quedarme solo en el intento. Empaqué y repasé todo lo que necesitaría para el viaje: uniformes, ropa, calzado, utensilios de aseo, líquidos de reserva y la infaltable Crema No. 4, la que haría la diferencia entre devolverme pedaleando sentado o en el peor de los casos al mejor estilo de Chris Horner, solo que durante 150 km. Por último, lo más importante, las respectivas oraciones al Jefe de Jefes, pidiendo como siempre guiarnos por el buen camino y apartarnos del mal, dejando en Su Voluntad los acontecimientos por venir. Señor, con una señal será suficiente para volver a la cama y abortar la misión.

El sueño fue intranquilo, no precisamente por las ansias del viaje, sino por los ruidos constantes de unos compatriotas vecinos que festejaban el triunfo de la Selección Colombia en la inauguración de la Copa América. La algarabía se extendió incluso al despuntar el día y cuando sonó el despertador ya tenía los ojos bien abiertos. Prendí el celular y noté que tenía un mensaje del whatsapp, era un compañero que nos deseaba la mejor de las suertes. Una débil luz se filtraba por la pesada cortina de la ventana anunciando que el día D había llegado. Salí del cuarto y me dirigí a la sala para tener una mejor perspectiva del día, mis peores miedos se esfumaron en cinco pasos, afuera estaba la señal: el sol asomaba radiante y solitario, tiñendo de azul profundo un cielo desprovisto de nube alguna… el buen camino a seguir estaba en todo su esplendor, increíble pero cierto.

La rutina de cada domingo se repetía hoy sábado con un aliciente especial y unas ganas de estar ya montado y rodando con la manada. Empaqué aquellos artículos que solo podían hacerlo hasta el último momento y encimé dos bananos de “ñapa” antes de cerrar la maleta y ponérmela en la espalda. Saqué las caramañolas de la nevera y las enfundé en su lugar correspondiente de la flaca. Salí del apartamento, me persigné, bajé las escaleras, prendí el ciclocomputador, coloqué los relojes en cero y me fundí con la negra, ahora éramos uno solo y teníamos mucho terreno que recorrer. A las 7:20 estuve en el punto de encuentro de la Autopista Norte con Calle 182 donde Néstor ya esperaba. El tránsito hacia la salida de Bogotá estaba atestado de automóviles que se movían lento. Cinco minutos después llegó Rodrigo y otro tanto después llegó el primer carro acompañante seguido de los demás compañeros: Darío, Sander, Carlos, Javier, Rubén, José, Yang, Gabriel, Luigi, Edgar, Luis Fernando, Leonardo y Sergio. Nos saludamos y acomodamos las últimas maletas en el vehículo mientras que los otros dos carros se iban abriendo paso entre la maraña de aquel trancón. Finalmente, con 15 minutos de retraso del cronograma, a eso de las 7:45 a.m. tomamos la partida y empezamos a dejar atrás nuestra querida Bogotá, la casa de Bogotá Sobre Ruedas.

Con mucho cuidado fuimos saliendo a flote de aquella encrucijada vehicular que fue cediendo en la medida que avanzábamos y nos alejábamos del mundanal caos capitalino. A la altura del peaje el tránsito ya se había normalizado y las calzadas lucían despejadas e infinitas hacia el norte. Esperamos a que llegara el último rezagado y retomamos la travesía boyacense.
El clima no había sufrido cambio alguno y el sol nos arropaba en cálido abrazo matutino. Poco a poco fuimos ganando en velocidad y no tardamos en ponernos sobre los 30 km/h. Llegando a Briceño el vehículo rojo (carro 1) con la familia de Luis Fernando a bordo, se nos acercó por el costado y asomando una providencial mano por la ventanilla fue repartiendo a cada uno un exquisito sándwich envuelto sutilmente en papel de aluminio. Cualquier parecido con un vehículo de asistencia de una carrera profesional no era coincidencia y solo hubiera faltado que alguno de nosotros recibiera todos los paquetes y se los hubiera enfundado en su camiseta para después repartirlos, o que mejor aún, aprovechando el “mano a mano” tripulante-ciclista, nos hubiéramos aferrado un momento exiguo para dejarnos llevar aunque fuera por un pequeño instante por el impulso del automotor.  Por su parte el vehículo verde (carro 2) al mando de la esposa de Darío hacía las veces de carro escoba y cerraba la caravana, mientras que el vehículo blanco (carro 3) con la familia de Sergio iba y volvía cubriendo todos los ángulos posibles empezando lo que a la postre sería un impecable trabajo profesional de reportería gráfica.

El expreso BSR seguía su inexorable rumbo en lote compacto y bordeando los 35 km/h, cuando a la altura de Gacháncipá y al acabarse la doble calzada, los compañeros que iban en punta siguieron el desvío del flujo vehicular, mientras que otros seguimos a Sander que prefirió avanzar por donde veníamos, una vía que aunque estaba cerrada dejaba pasar por un lado a la misma calzada amplia y despejada, pero que desafortunadamente unos 300 metros más adelante finalizaba abruptamente sin darnos otra opción que volver a la carretera antigua, no sin antes sortear un verdadero lodazal, vestigio y prueba de las lluvias que habían caído el día anterior.
La embarrada no pasó a mayores, y aunque resbalé con la bicicleta, logré evitar la caída y salimos de nuevo al asfalto firme, algunos con las herraduras de los frenos atestadas de barro, lo que conllevó a hacer una parada no programada para despejar el paso de las ruedas. A pesar de esto, el acumulado del cronograma no sobrepasaba los 15 minutos de retraso, gracias en buena parte al buen ritmo de carrera que traíamos desde que pasamos La Caro.

A raíz de este percance y la llegada al siguiente peaje con la consabida tachuela, el grupo se disgregó y cada uno se ajustó a su paso. Por mi parte me quedé atrás esperando a Rodrigo mientras superábamos este pequeño obstáculo, al cabo del cual también llegó Yang; y un instante después estábamos bajando los tres por el costado opuesto y alcanzando a Gabriel antes de cruzar por el puente de Sesquilé. Este último se quedó con Rodrigo para enfrentar el ascenso al Sisga, mientras que Yang seguía de largo y yo alcanzaba a José, con quien finalmente subimos a paso moderado este primer puerto del día. Arriba nos esperaban algunos compañeros quienes se lanzaron con José de inmediato al descenso, mientras que yo, que tenía que hacer una pequeña necesidad, pasaba un susto (no fui el único) tratando de soltarme de los choclos de los pedales que ya estaban soldados como producto del barro seco que se había convertido en una piedra casi sólida.
Después de recomendar a los integrantes faltantes con el carro 1 que aguardaba a los coleros, tomé el camino en bajada y antes de llegar al puente del rebosadero hice señas a los demás, que estaban en sesión fotográfica, para que reanudáramos la marcha y así reagruparnos de nuevo en Chocontá, donde reabasteceríamos baterías con un suculento desayuno. Al llegar al restaurante de turno, la rueda trasera de la bici de Carlitos avisó de pinchazo, justo a tiempo por fortuna. Unos 10 minutos después llegaron los dos rezagados escoltados por el carro 1 y completando así el primer tramo del día. A un lado de una de las mesas, José me confirmaba que tan solo íbamos descuadrados en 10 minutos del cronograma.

A las once en punto arrancamos de nuevo. Rodrigo acusó cansancio físico por falta de entrenamiento, sumándole a esto una molestia en la rodilla que ya le aquejaba de hace un tiempo, por lo que pidió cupo en el carro 2, siendo admitido y encargado además de ser el conductor elegido, pues la esposa de Darío ya estaba cansada de estar detrás del volante. Sander, Néstor y Rubén tomaron la delantera y se perdieron en el horizonte, mientras que el resto de la manada seguíamos a paso moderado.
“Ahora si comienza lo bueno” – sentenció Javier una vez salimos de Chocontá, palabras que no guardaban nada de mentira en lo absoluto, pues nada más pasar la población de Villapinzón empezaron a sucederse los primeros repechos, avistamientos de la montaña que nos perseguiría por el resto de la jornada. Gabriel presentó los primeros síntomas de sus eternos calambres y pidió cupo en el carro 1. Por mi parte y conociéndome, preferí tomar un paso moderado y no adaptarme al de mis colegas, perdiendo un poco de terreno en las subidas y volviendo a conectar en las bajadas. Junto a mí venía José, que también se la tomaba suave y sin afanes.

Luego de coronar uno de tantos repechos, empezamos a bajar a lo que daba la bicicleta, cuando sentí el temible bote de la rueda, señal inequívoca de que había pinchado. Ni modos, frené suavemente y me hice a un costado donde afortunadamente quedé estacionado en medio del carro 3 y el 2. La estrategia era que nadie parara y así mantener el cronograma sin pérdida de tiempo por lo que inmediatamente subí la bicicleta, desmonté la rueda y me subí con ella en el carro de los Pinzón para ir despinchando en movimiento mientras me adelantaba y veía a mis compañeros pasar por la ventanilla y sufrir con el siguiente repecho.
La camioneta me dejó por delante del grupo de atrás ya que a los tres tigres punteros no los logramos alcanzar. Bajé rápido la bicicleta y acabé de inflar la llanta para montarla después. En medio de estas maniobras algunos compañeros volvieron a sobrepasarnos y solo logré ponerme por delante de Luis Fernando y Carlos, el cual había pinchado nuevamente y ahora era asistido por José. Al estar un poco más fresco que los demás y con renovadas fuerzas, seguí solo con el impulso en las bajadas y pedaleando con el desarrollo más suave en la subida, esperando que los compañeros rezagados me volvieran a dar alcance y tal vez poder ayudar con algo de rueda en el ascenso. Efectivamente Luis Fernando fue el primero en llegarme pero en la siguiente cuesta volvió a quedarse. Más adelante en la subida a Tierra Negra, apareció José y con él completamos la subida a este alto de no poca gradiente donde nos esperaban el resto de camaradas. Arriba, con el sol perpendicular sobre nuestras cabezas y perdiendo líquido a cada momento, apareció providencialmente Edgar con dos cervezas frías cuál oasis en pleno desierto. Me supo a gloria el dichoso líquido, muy merecido por cierto. Al poco tiempo apareció Carlitos y Luis Fernando, completando de nuevo el combo.

Faltaban 10 minutos para llegar al Puente de Boyacá y las cuentas del cronograma ya casi estaban ajustadas, sin perder más tiempo reanudamos la marcha cuesta abajo y pasamos derecho por el monumento dejando para otra ocasión la sesión fotográfica, hoy íbamos justos. La carretera otra vez se tendió hacia arriba y entramos en el único tramo que está en obra, con un solo carril por sentido a disposición, el cual superamos sin inconvenientes y con la paciencia de los autos que venían tras de nosotros, que se portaron muy educadamente con la caravana.
Valga la pena aquí comentar que durante todo el trayecto tanto de ida como de regreso, el expreso BSR fue respetado, aplaudido y saludado por los pitos de los carros que nos adelantaban; momentos estos de orgullo y satisfacción para nosotros, siendo esto consecuencia directa de lo que hacen nuestros campeones en Europa y que redunda en las carreteras de nuestro propio país. Muchas gracias a ellos.

Cuando volvió la doble calzada y por efecto de la leve pendiente, el grupo volvió a disgregarse. Rubén que iba en el medio fue el siguiente damnificado por pinchazo y quedó relegado con algunos compañeros ayudándole. Adelante Sander y Néstor se perdían en la lejanía, mientras que Leonardo llegando al inicio de la variante de Tunja tomaba el camino equivocado y se llevaba tras de sí a Carlos, Luigi, Yang y a este servidor. Cuando nos dimos cuenta ya era demasiado tarde y estábamos dentro de la ciudad. No había de otra, tocaba atravesarla de punta a punta y volver a reconectar con los demás en la variante. A lo hecho, pecho. Sabíamos que aunque por las variantes suele ser más largo el trayecto, siempre rendirá más que por entre los pueblos, por lo que no bajamos la guardia a pesar de que en tres oportunidades tuvimos que superar rampas de considerable pendiente.
Finalmente la capital boyacense se fue diluyendo del paisaje y avistamos el puente de empalme con la variante, que cruzamos justo en el momento exacto en que los rezagados del grupo y el carro escoba pasaban por debajo. “Llegamos apenas”- dijo Luigi cuando los vimos y apretamos las tuercas para volver a alcanzarlos y hacer con ellos los últimos kilómetros antes de llegar a la segunda parada estipulada en el cruce a Cómbita, donde nuevamente recargaríamos las ya agotadas reservas de todos. Eran pasadas las tres de la tarde, el cronograma estaba ajustado.

El almuerzo no llenó las expectativas de algunos aunque sí los estómagos, pero en las actuales circunstancias cualquier bocado de comida sabía a manjares. En el caso de nuestra mesa, los cuchucos con espinazo que pedimos venían sin este último ingrediente, el cual fue reemplazado por una tabla de carnes, que para algunos estaba un poco dura, menos para los gatos del establecimiento que se la tragaron sin chistar. Extrañamente a Gabriel le quedó grande su pedido y nos cedió un bocado de una exquisita yuca y otra carne en mejores condiciones que agradecimos al acompañarla con un par de cervezas frías.
Creo que en las otras mesas contaron con mejor suerte por lo que no podemos juzgar a la ligera al restaurante sino más bien achacar el regular servicio a que llegamos pasada la hora del almuerzo y ya se había vendido casi todo.

El sol radiante proseguía su lento recorrido hacía el occidente y nosotros aún no habíamos llegado a nuestro destino. Sergio y familia se habían adelantado al pueblo para comprar un no se qué no se dónde. No había tiempo para reposar demasiado de las viandas, por lo que volvimos a tomar la herramienta y retomamos la ruta. Cruzamos por un lado de Cómbita, que por lo que dijo Javier, es poco más que el parque principal y las casas de alrededor, la carretera ya picaba hacia arriba y en el cruce nos esperaba el papá de Sergio quién al paso de la caravana, ya disgregada por las rampas, nos informaba que quedaban 3 kilómetros para la cima. De los 16 pedalistas, solo quedábamos 13 en pedales, pues Sergio iba con su familia y Luis Fernando ya había concluido su tarea del día. Felicitaciones tocayo, me quito el sombrero. Gabriel, que había tomado un nuevo aire, se desmoralizó con el pronóstico de terreno a subir y claudicó en la siguiente curva. De todo lo recorrido hasta ahora, esta era la parte más dura de la jornada y las rampas en vez de disminuir tendían al alza. Por mi mente cruzaron imágenes del niño Nairo subiendo a diario por esta loma y forjando las piernas que un futuro lo premiarían como el mejor escalador del mundo. Carlitos sufría al lado mío y Edgar cerraba el grupo, tomé leve delantera y alcancé a Darío justo en el sitio en que la montaña nos daba algo de tregua y avistando una torre de comunicaciones le dije a Darío que ya estábamos cerca.
Los dichosos 3 kilómetros se alargaron a 4 y mientras el declive se ponía a favor de nosotros, llegaron de nuevo Carlos y Edgar con quienes coronamos por fin este durísimo repecho que nos desembocó en la vía a Bucaramanga. El resto de compañeros ya nos había sacado suficiente terreno y entramos en la disyuntiva de si tomar a izquierda (Tunja) o derecha (Barbosa). De pronto divisamos un ciclista bajando por el filo de la montaña y dedujimos que no podía ser otro que un BSR, así que el instinto de manada nos lanzó tras de él, descolgándonos unos tres kilómetros donde en una curva a la derecha vimos a nuestro ídolo pintado sobre la fachada de una casa, no había duda, habíamos llegado a nuestra meta de esta peregrinación: la casa de los padres de Nairo Alexánder Quintana.

La felicidad por este primer objetivo logrado fue total y no fue opacada ni siquiera cuando nos enteramos por boca de su señora madre, que efectivamente Nairoman había estado ahí pero que había partido a la una de la tarde.
Y aunque hubiera sido muy emocionante habernos encontrado con este monstruo del ciclismo mundial, las posibilidades de toparlo eran algo con lo que no contábamos. La sesión fotográfica esta vez fue extensa y sin pecar de abuso de confianza, doña Eloisa nos acompañó para varias de las tomas. Que humildad, que sencillez, que nobleza, que amabilidad, que sedonón tan verraco, deme unas cervecitas por favor, muchas gracias, todo muy bonito, llaveros, mugs, cobijas y demás souvenires se mezclaban con los abarrotes y “galguerías” que ofrecía muy atentamente la “Tienda La Villita”. A estas alturas de la travesía el cronograma de José, que no había arriesgado a compartir por temor a ser linchado, nos indicaba que los tiempos estaban perfectamente sincronizados y que su bola de cristal y/o tarot no le habían fallado esta vez. Buena esa José, algún día se le iba a dar la habichuela y que mejor ocasión que por Boyacá donde está la mata de las verduras.

Todo muy rico, muy chévere, pero como hasta el sol tiene que descansar, su luz no nos acompañaría mas allá de una hora adicional y todavía quedaba el regreso a Tunja y luego llegar a Soracá.
Nos despedimos de doña Eloisa como si fuera la propia madre de todos los ciclistas con la promesa de volver algún día y encontrar, esta vez sí, a Nairo, ojalá ya con el trofeo del Tour de Francia en su repisa. Nos enfundamos las chaquetas y volvimos a subir lo que habíamos bajado cuando salimos a la carretera principal para luego lanzarnos en un largo descenso que nos desembocó de nuevo en Tunja pero por un lado diferente de donde pasamos con los perdidos hacía un par de horas. El grupo se había fraccionado en dos y los de adelante marchaban con el carro 3de escolta, mientras que atrás nos acompañaban el 1 y el 2. Con Javier cómo guía, pronto nos vimos inmersos en el tránsito vespertino de la ciudad y sin mayor dificultad nos llevó a la variante donde nos advirtió sabiamente: -“Hay dos rutas para llegar, las dos son subiendo pero la corta es durísima y el camino largo es más pedaleable, ustedes elijen”- Sin pensarlo dos veces escogimos la larga a sabiendas que nos demoraría un poco más. Bajamos un par de kilómetros por la variante en dirección a Bogotá y encontramos el entramado de glorietas que pasaban por debajo y nos ponían en la dirección correcta. Efectivamente había que subir una pequeña colina pero el trazado estaba bien planificado y el ascenso era lo más parecido a un Mondoñedo desde Mosquera. Javier se fue adelante mientras que Yang y yo lo seguíamos de lejitos y cerrando el grupo José, Edgar, Darío y Gabriel. A medio camino de coronar y con el día moribundo Yang me dijo: “¿Y hasta el hotel queda en un premio de montaña?” –“Ja, ja, ja, si señor”- le contesté cayendo en cuenta de todo lo que habíamos trepado hoy- “Y todavía nos falta subir las bicicletas hasta el cuarto piso del hotel”- Agregué para darle más dramatismo al cierre. Cinco minutos después de coronar, arribábamos a Soracá, fin de la primera jornada y con unos 200 kilómetros acumulados solo desde la calle 170 con Autopista Norte. Allí nos esperaban el resto de compañeros que salieron adelante y que guiados por los tigres Sander y Néstor, tuvieron que soportar las duras rampas del camino corto, un “minitablazo” al decir de algunos de los implicados.

A medida que entrábamos en el “Hospedaje La María”, la propietaria nos iba acomodando en las habitaciones. Los carros acompañantes y las bicicletas también tenían asegurado su lugar en el mismo edificio y fueron las primeras en entrar en hibernación después del abultado kilometraje. Uno a uno fuimos reapareciendo por los pasillos ya con ropa limpia y un baño reparador encima. Pasadas las 8 nos dirigimos a un asadero – restaurante y dimos cuenta de una media docena de pollos con arroz, papa y demás acompañamientos, que repusieron las calorías perdidas y acumularon algo para el siguiente día. Después de la comida y como era de esperar, la gran mayoría se entregó a los brazos de morfeo y descansar cuánto más fuera posible, más sin embargo un puñado y medio de pedalistas de cuyos nombres no quiero acordarme y que guardaré en anonimato para evitar comentarios malintencionados de la prensa; todavía sufrían los rigores de la deshidratación a gran escala y lo único con que pudieron calmarla fue con unas ricas, deliciosas y espumeantes cervezas soracenses, que fueron despachadas sin remordimiento alguno mientras se rajaba a diestra y siniestra de los no presentes, en buenos términos valga la aclaración. La tertulia se cerró pasada la medianoche con un pacto de caballeros que rezaba: “lo que se dijo en Soracá se queda en Soracá”. Más no puedo decir.

Tengo que confesar que en mi caso la noche no fue tan reparadora como hubiera querido. La ausencia total de ruido que solo es posible sentir en estos pueblos “alejados del bullicioso y de la falsa sociedad”, como dijo Chente; me dificultó conciliar el sueño rápidamente. Por otra parte, un ligero dolor de estómago y algo de resaca muy mínima, me despertaron antes de que entrara el primer vestigio de luz solar por la pequeña ventana del cuarto y me obligaron a visitar el baño en la madrugada cuando el grueso del pelotón aún dormía.
A las 6 de la mañana volvió a sonar la alarma del reloj que tenía ajustada para el día anterior, pero solo hasta una media hora después empezaron a sentirse los primeros ruidos del contingente que se preparaba para la jornada decisiva. El sueño empezaba a apoderarse de mí en un ligero duermevela, justo ahora cuando tenía que levantarme y partir. Cuando salí del cuarto la gran mayoría ya estaban enfundados en sus uniformes variopintos y se disponían a empacar sus pertenencias en sendas maletas. Quince minutos después estaba en igualdad de condiciones con el optimismo a rebosar luego de comprobar que el temido dolor muscular que acostumbro a sentir al día siguiente de mis jornadas domingueras no existía en lo absoluto, probablemente a causa de las precauciones sabiamente tomadas. Al bajar al “lobby” del hospedaje y pasar al “parking” encontré al equipo enérgico alistando juiciosamente el equipaje para el regreso. Dos tigres, Sander y Rubén, se habían salido de sus jaulas y escapado furtivamente del pueblo con rumbo a Jenesano, dizque para estirar las piernas con unos 20 km adicionales de montaña, no hay respeto con estos felinos. Con la ayuda de Darío (aire) y Luigi (pegante) despinché la manguera averiada el día anterior y la embutí en el portaherramientas. Saldamos las cuentas pendientes del bar (que la noche anterior habíamos atendido en la modalidad de autoservicio) y nos despedimos amablemente de doña Carmen y su esposo, agradeciéndoles su enorme hospitalidad y prometiéndoles regresar algún día de estos, si Dios no la presta.

El sol volvía a inundar de luz y calor el ambiente, señal que otra vez agradecimos de todo corazón al Santísimo. A la salida del hospedaje, fuimos obsequiados con bananos por parte de la tripulación del carro 1, alimento indispensable anticalambre para lo que nos esperaba. Nos detuvimos en una cafetería frente al parque principal e improvisamos un desayuno light para no salir con el estómago vacío a darle manivela a las flacas. Cada uno se aprovisionó según su apetito y necesidades, llenando las cantimploras para los siguientes 70 km., pues según lo convenido no volveríamos a parar sino hasta mitad de camino, en Chocontá, para un refrigerio más “trancado”. A las 8:30 de la mañana crujieron los motores de los carros acompañantes y con el cielo azul como testigo, abandonamos este pintoresco pueblo bajo la mirada atenta de los transeúntes que nos despidieron sin despedirse, deseándonos tal vez desde su puro corazón campesino un feliz viaje y regreso a casa.

De regreso tomamos el camino largo por el que llegamos los últimos la víspera, que no obstante nos calentó las piernas con un par de kilómetros de cuesta tendida hasta un alto donde se divisaba la ciudad de Tunja en toda su amplitud, para luego descolgarnos por la pendiente que nos conectaba con la variante. Al llegar a la intersección tomamos el último descanso y nos metimos de lleno en la autopista con los primeros 5 kilómetros ininterrumpidos de ascenso constante que fraccionaron el grupo apenas empezando con Néstor y Darío en la punta, Luigi flotando en el medio; José, Leonardo, Edgar, Carlos, Sergio, Yang y este cronista en el grupo principal seguidos por Gabriel y cerrando Javier y Luis Fernando. Al concluir la variante y también la cuesta; preferimos tomarla suave con José y dejamos que solo el impulso nos llevara en los descensos para dejar que las piernas descansasen. Los compañeros de la vanguardia se fueron perdiendo en la serpenteante carretera, mientras que José y yo aplicábamos la misma terapia en los siguientes repechos, tomando yo la ventaja en las bajadas donde “la negra” por ser más pesada picaba en punta para luego ceder en la siguiente subida y ser alcanzado de nuevo. Pasamos el Puente de Boyacá y nos involucramos en el siguiente puerto duro, Tierra Negra, donde fuimos alcanzados por Javier, quien prácticamente seguiría de largo. En el posterior descenso, Luis Fernando me dio alcance y rodamos un buen tiempo, pero una “chichiligencia” lo volvió a rezagar al comienzo del tercer puerto de consideración, al cual llegué con lo justo a la cima en parte por el gradiente de la cuesta, el viento y el sol implacable. José venía a la retaguardia en el momento en que divisamos el providencial aviso “Alto de Ventaquemada” y despachábamos así el último escollo de consideración de la mañana.

A partir de este punto y a sabiendas que luego del descenso el terreno sería más benévolo con las piernas, me fui tomando confianza y ganando en ritmo de pedaleo, a tal punto que no volví a ver a José en el retrovisor y me concentré únicamente en los kilómetros que me restaban para llegar al refrigerio. Apuré en pequeñas dosis las viandas que llevaba para el camino a la par que ya iba desocupando la segunda caramañola. Pasé por Villapinzón con la moral de que faltaba poco para el siguiente pueblo, pero los 13 kilómetros que los separan se me hicieron eternos. Cuando al fin divisé las famosas antenas repetidoras a mi derecha y mientras tomaba un trago, los tigres que habían desertado aquella mañana de la concentración pasaron como bólidos y no me dieron el más mínimo chance de chuparles rueda aunque fuera en el límite de mis fuerzas. Finalmente el pueblo fue asomándose en una curva, pero hubo que rodar otro buen rato para llegar al restaurante donde ya estaban acomodados los que iban adelante. Al minuto llegó José y poco después lo harían Luis Fernando y Gabriel, completando los pedalistas que habíamos partido desde Soracá no hacía más de tres horas antes.

Las sensaciones no eran buenas ahora que estaba sentado a la mesa, las piernas me dolían y me sentía exhausto y somnoliento. Pedí unos huevos con arroz pues el apetito no daba para más. Me tomé un par de gaseosas y llené con agua las caramañolas que todavía contenían algo del Powerade de la recarga matutina. Llamé a la casa para avisar de mi paradero y me aseguré que hubiera una silla disponible en alguno de los carros por si las fuerzas me faltaban. Todavía quedaban unos 60 km. para llegar a Bogotá, Alto del Sisga incluido y la meta se me hacía larga, casi infinita.
Luis Fernando hizo un llamado al orden en el regreso para que a falta del último tramo casi todo en terreno llano pero tal vez el más duro de toda la odisea, nos mantuviéramos en grupo y así poder colaborarnos mutuamente y afrontar el remate en manada, al mejor estilo de Bogotá Sobre Ruedas. Este S.O.S. fue un alivio para la agobiante jornada y conllevó a un desenlace inolvidable.

Un día de sol en medio de este clima invernal era algo sorprendente en esta época, pero dos días seguidos de intenso verano eran un verdadero milagro, que solo el Altísimo nos ofrecía como recompensa a las lavadas que más de uno de los que hoy estábamos aquí, habíamos aguantado en el transcurso de esta temporada. El astro rey acariciándonos las espaldas fue el último recuerdo que tenemos cuando abandonamos el apacible hogar del restaurante en Chocontá y nos enfrentamos de nuevo con la árida autopista. El libreto empezó a interpretarse tal y como lo planteó Luis Fernando y la subida al Sisga fue neutralizada en su totalidad, marcando él mismo el paso a seguir y escoltado por el resto de compañeros, o mejor dicho casi todos, pues Sander, Néstor y Darío hicieron caso omiso de la recomendación y apenas hicieron terreno sobre nosotros, apretaron el acelerador y no los volvimos a ver en carretera. Gabriel no confió en sus capacidades y pidió que uno de los carros lo remolcara con él a bordo hasta el puente del rebosadero donde volvió a montar su bicicleta. Igual, lo alcanzamos y dejamos atrás, por lo que creo que mejor optó por colgar las zapatillas de una vez por todas y hacer lo que más le gusta: viajar augusto en carro, sin preocupaciones y sumando puntos para la combinada, en la que no tiene competencia.

Coronamos el Sisga con la satisfacción de si fuera el mismísimo Alto de La Línea y celebramos por la otra vertiente con un raudo descenso “a tumba abierta” aprovechando la amplitud de la vía, el poco viento y las ganas de llegar lo antes posible.
Como es costumbre nos volvimos a reagrupar pasando el puente de Sesquilé y sorteamos sin dificultad la tachuela que antecede el peaje, ahora sí solo quedaba terreno plano. Dejamos atrás los carros acompañantes debido al trancón vehicular para pagar el arancel y rodando cuidadosamente en fila india por la despejada berma cruzamos Gachancipá a moderados 30 km/h para luego tomar la variante de Tocancipá, donde el desnivel a favor hizo que la velocidad se elevara hasta el siguiente piso del acelerador. Nos fuimos turnando en la punta con relevos no programados pero coordinados, que unidos a la ausencia de viento nos pusieron a rodar como si estuviéramos disputando un sprint de etapa. Los rostros no expresaban lo que traíamos a cuestas, las fuerzas salieron de no se dónde, la alegría y la camaradería se fue contagiando en el lote, el expreso BSR transitaba como flotando sobre los rieles, ciclismo puro en acción.

Al pasar Briceño aparecieron de nuevo los vehículos de asistencia, el móvil de prensa pasó a un lado y empezó lo que podría describirse como una sesión fotográfica a campo traviesa. A cual más se disputaban por pasar al frente del pelotón y salir en primer plano en la foto, ora Luigi, ora Edgar, ora Carlos, todos querían darse su shampoo gráfico y robar cámara, mientras el obturador disparaba ráfagas multicolor de imágenes para la posteridad. Sin embargo el exceso de fama, como suele suceder, se le subió a algunos a la cabeza y en su afán de estar más cerca de cada toma, subieron las agujas del velocímetro hasta sobrepasar el límite de algunos, por lo que tocó llamar al orden y volver a encarrilar a las ovejas al rebaño, se acercaba el repecho de Almaviva y no queríamos desbaratar el tren antes de tiempo. Luis Fernando neutralizó este último rompepiernas y el puente siguiente de La Caro
corrió por mi cuenta. Al descender por el lado opuesto la jauría no se pudo contener más y en una explosión de júbilo, alegría y mezcla de toda clase de emociones, los once binomios que permanecíamos juntos rompimos filas e hicimos nuestra última escaramuza como cierre y fin de la emisión, demostrándonos a nosotros mismos que todavía teníamos energía para rato y que solo nos detendría la Voluntad Divina en nuestra inagotable sed de cabalgatas ciclísticas por cuanta carretera se nos atravesase. Hoy se renovaba la fe en el grupo.

Muchas gracias a todos los compañeros pedalistas que hicieron parte de esta aventura ciclística. A José por toda la logística del recorrido, altimetrías, cronograma, reservaciones, etc. A Luis Fernando y señora, hijo y señora, por la asistencia en el carro 1 y los refrigerios. A Darío y señora por la asistencia en el carro 2. A Sergio y familia, padre y madre por la asistencia en el carro 3, a la hermana por el excelente trabajo de reportería gráfica. A Sander, Néstor y Rubén por poner el paso a seguir (aunque nunca los alcanzamos) pero que son la meta a cumplir. A Leonardo, Javier, Luigi, Edgar, Yang y Carlos por la paciencia y espera con los gatos de las ligas menores; a Rodrigo por su osadía y por servir de conductor elegido y a Gabriel por su entusiasmo y ganas, así se suba cada rato al carro, que le vamos a hacer. A todos los compañeros que nos acompañaron via WhatsApp enviándonos mensajes de apoyo y deseándonos la mejor de las suertes. A todos los conductores que nos echaron pito por la carretera, en un claro gesto de apoyo al ciclismo nacional. A la mamá de Nairo Quintana por su amabilidad y paciencia a la hora de posar para la foto. A doña Carmen por fiarnos medio petaco de cerveza estando dormida. A San Pedro por brindarnos este par de días del carajo. A Dios por llevarnos y traernos sin inconvenientes que lamentar. A todos ustedes por aguantarse esta larguísima crónica sin quedarse dormidos, ola, ola, olaaaa, despierten!