CRÓNICA ALPINA

UNA CRÓNICA ALPINA
(Por David Camargo)

El plan de realizar este tipo de viaje no era nuevo. Se había deseado con ya anterioridad poder alcanzar 1820 metros en al Alpe d´Huez. Y todo comenzó en el mes de octubre aproximadamente. De tal investigación se denotaría entonces, que en las cercanías del mítico puerto de las 21 herraduras, hay kilómetros de escalada de renombre y que desde tal panorama no valdría la pena viajar para solo un puerto. Esta abundancia de montaña y de pasos entre las mismas arrojaría entonces la posibilidad de incluir en el itinerario más de una “Col”. Entonces estaba decidido: sería una semana completa de entrenamiento en los Alpes adjuntado a al itinerario Col du Galibier, Col du Glandon con su extensión hasta Col de la Croix de Fer, y algunos días de tránsito preventivo.

Bajo este panorama, y teniendo en cuenta la naturaleza del viaje, lo más recomendable era hacer un tipo de acercamiento en carro hasta la zona de los Rhone-Alpes. Esto fue sin embargo, para mi desagrado, una búsqueda infructuosa. Debido a mi imposibilidad de conducir en territorio europeo, sumado a unos costos elevadísimos de trámite para adquirir una licencia de conducción alemana, busque con relativa insistencia a un compañero de viaje alemán que disfrutara de las escaladas y que pudiera, en efecto, conducir para ello. La respuesta: ich muss noch nachdenken… lass mich mal überlegen… Déjame pensarlo, debo meditarlo bien, fueron sus respuestas (para este punto de mi estancia en Alemania esas son respuestas diarias en cualquier tipo de situación por lo que no me sorprendió) Uno de ellos manifestó tener mucho interés el cual después de un tiempo se disiparía por compromisos laborales y profesionales.

Entonces, después de mucho meditar y esperar, decidí seriamente empezar a buscar opciones alternativas para llegar a la zona y de cumplir el itinerario mental que había trazado con anterioridad. Para ello, Gott sei Dank (gracias a Dios) que existen ahora servicios como buses Flixbus y alojamiento por medio de Airbnb. Realicé un skizze del plan y comencé a buscar opciones. Todo sería reservado para el mes de junio, donde se pueden tener temperaturas amables para montar sin acarrear sobrecostos de la temporada alta de verano.

Tras un largo proceso de pagos y confirmaciones de cuentas y transferencias por internet el itinerario había quedado fest (fijo). Esta hecho, pagado y fijo. Me arriesgaría a tener una travesía viajando en buses y trenes, así como pedaleando con maleta en la espalda. Así pues emprendí un proceso de preparación que se vería interrumpido varias veces, por el acostumbrado mal clima de Alemania y por una molestia en la pierna derecha una semana antes de empezar el viaje.  Pero el momento había llegado y era hora de partir.

Bicicleta en orden, maleta en orden, cuerpo… casi en orden, mente en absoluto y eficiente orden alemán.

Primer día de transito en bus. Debí estar en la parada del bus ubicada en aeropuerto de Köln/Bonn a las 3:40 de la mañana. Me esperaban 17 eternas horas de viaje. Mi conexión tomaría la ruta hacia Frankfurt donde haría un trasbordo a otra línea de bus con destino Lyon. El viaje nocturno fue bastante unangenehmen, demasiado incomodo debido a que no había podido dormir bien y me preocupaba mi bicicleta que colgaba de un soporte para bicis en la parte trasera del bus. Llegue a Frankfurt a las 6 horas del día martes 20 Junio. Solo dos horas me separaban de mi próximo bus perfectas para una pausa de desayuno. Belegte Brötchen con heisses Kakao. (Panecillo con queso, jamón, lechuga y quark con “chocolate” caliente (es chocolate en polvo…) ) Segundo bus: a bordo!!!! Bicicleta: en la bodega, no más gancho!!! Gott sei Dank!!!

Fueron muy largas horas de lectura, sueño, música, paisaje suizo, lectura, música, videos, sueño, paisaje, etc. Arribamos a la ciudad de Lyon a las 21:21 donde tuve que correr un poco para alcanzar mi tren que me llevaría a Grenoble, la ciudad puerta de los Rhone-Alpes. El viaje fue rápido, al menos eso sentí cuando me desperté. Una noche de reposición y descanso.

Dia dos: Grenoble hacia Saint-Avre La Chambre. Segundo día de transito en tren para llegar a un poblado muy pequeño de casas con techos rojos y paredes amarillas y blancas, algunas de ellas con alpinos acabados en madera, todo eso acompañado por majestuosas e imponentes montañas, algunas verdes pobladas de coníferas, otras rocosas y grises, todas altas y muy empinadas: paredes podría decirse. En Saint-Avre se encuentra el inicio del ascenso hacia la Col du Glandon, lo cual era visible pues en tal configuración montañosa, un claro en el cielo dejaba ver lo que sería la ruta de días siguientes. El paso a seguir fue cambiarse para hacer un ascenso de calentamiento con dirección Montaimont hasta la capilla Notre Dame de Beaurevers: 6,7 km con una ascensión de 556 mts. Mi primer ascenso de más de 2 km desde hacía un anio y medio. Mi preocupación era relativa, pues en Alemania no se tiene la oportunidad de encontrar este tipo de escaladas, en cuyo caso la ascensión máxima no excede los 3 km. Tome las cosas con calma y las sensaciones fueron buenas, el paisaje se revelaba impactante cada vez que se superaba una herradura, en cuyo caso el valle con el poblado, el rio y los rieles del tren se divisaban cada vez más lejanos. Tal vez era la adrenalina de estar en los Alpes, tal vez era el impulso del paisaje. Ese día no me preocupé por el tiempo recorrido o por la inclinación del terreno, fue un logro haber subido sin atravesarme. Fueron buenas sensaciones, ese día….

Día tres: Col du Galibier, una oportunidad para recordar. 


Al día siguiente y con el ánimo en alto por el buen ascenso que se había hecho en la tarde anterior, salí a las 9:30 del día jueves bajo una temperatura de 26 grados Celsius hacia la población de Saint-Michel-de-Maurienne donde empezaría el ascenso al Col du Galibier. Fueron 20 angustiosos km de calor y sol constante sobre un camino entre el valle. Una carretera que dejaba ver la naturaleza de las montañas vírgenes que contrastaba con un río algo turbio debido a trabajos de minería realizados a la altura de Saint-Jeanne-de-Maurienne. Un viento inclemente, no supe si lateral o frontal dificultaba andar por un falso plano ascendente. Al ver mi “tacho” (he olvidado como le decimos en Colombia al dispositivo indicador de velocidad) me sorprendí al ver que por más esfuerzo no podría alcanzar los 25 km la hora. Y entonces decidí relajarme, pues sabía que me esperaban 35 km de subida interrumpidos por un descenso de 4 km. Entonces pedalee “guardando”. Recordé entonces las palabras de un compañero del BSR quien decía siempre guardar para el final y muchos otros compañeros que le recordaban que “el que guarda, guarda pesares”. Algunos kilómetros mas adelante sobrepase a un ciclista el cual, si yo no subía de 25 kph, el no alcanzaba los 20. Entonces me di cuenta que el viento si era determinante en ese tramo.

Llegue a Saint-Michel-de-Maurienne donde hice una parada corta para encender la cámara, tomar agua, bajar la temperatura corporal un poco y comer una barra de “proteína y carbohidrato natural”. Me dispuse entonces en la tarea de sortear el primer puerto de primera categoría de la jornada el Col de télégraphe, tarea que hice con un buen ritmo, ni muy rápido mi muy lento, donde conté con la compañía en los primeros kilómetros de dos ciclistas holandeses que llevaban mejor ritmo. Fue un puerto tranquilo de 12,1 km al 6,8% con algunas bonitas curvas de herradura y un bosque alpino lleno de coníferas y vegetación muy verde que me acompañaron hasta el final. Ya en los últimos kms se pudo divisar lo que se había logrado en la ascensión y donde se empiezan a contemplar montañas rocosas con nieve en las puntas, pequeños glaciares que permanecen allí durante todo el anio sin importar el sol o la temperatura del verano. Puerto superado.

Avancé por la carretera que conduce al “Alto de Galibier” como le diríamos en Colombia a este puerto pasando por la población de Valloire, única fuente de abastecimiento salvo algunos paradores pequeños hasta la cima. Allí, note lo que era un escalofrío inusual considerando el sol constante y temperaturas de alrededor 30 grados. Sin prestar mucha atención a ello, hice una parada técnica para comprar agua, comer un banano y medio sándwich de mozzarella en orden de brindar algo de sal al cuerpo. Recordé en ese momento las paradas técnicas con el BSR, que para mí, eran una opción de avituallamiento y una tensa calma llena de adrenalina antes de empezar a “competir” con los compañeros en el ascenso. Y así fue en similar medida. Empecé entonces con algo de nerviosismo y calor frio el ascenso de este monstruo de categoría especial.

Los primeros kms fueron pedaleables y disfrutables, un genuss, una satisfacción que se generaba de una combinación de ver la carretera ascendente, el paisaje de montañas de ceniza volcánica a la derecha y de verdes pastos a la izquierda, buen clima y buen ritmo de pedaleo. Entonces me di cuenta de que el paisaje había cambiado en cuestión de algunos cientos de metros de altura: los arboles eran contados y las hojas de los que habían eran mucho más pequeñas. Recordé entonces el ascenso a la Cuchilla de Guasca.

Fueron casi 8 kms de una pendiente constante de casi 5.5% en una carretera mayormente recta. Hasta que en un punto, tal carretera conduce a una suerte de pared montañosa. Me encontré con tres montanas muy empinadas en donde no había la posibilidad de cruzar, y supongo, hace mucho tiempo, los franceses dijeron: “no hay por donde pasar… pues la mandamos por la montaña…” En cuestión de 500 metros la carretera hace una U y de una inclinación del 5 pasamos tempestuosamente a una recta inclemente del 8.8% promedio en donde se tiene que sacar la energía y pararse en los pedales. Recordé el dolor de espalda baja y muchas de las curvas imprevistas del ascenso al Romeral.

Avanti, avanti… unas cuantas curvas de herradura para seguir subiendo. Las pendientes se mantenían, no cedía la inclinación. Y entonces sentí una sensación terrible en la boca y en estómago. Minutos después sobrevino mareo. Así es, no es nada raro ni nuevo para mí. Recordé entonces las “atravesadas” y dos de estas en especial: la subida de San Francisco hasta el Alto del Vino y desde Silvania hasta Rosas. Sabrán bien mis compañeros, que era habitual que se me acabara la gasolina a mitad de la subida. No hubo más opción sino seguir adelante unos metros y poner pie en tierra, y con algo de dificultad inducir vomito. Del desagradable acto anterior sentí algo de alivio para darme cuenta que la culpable fue la dichosa barra de “Proteína y Carbohidrato” pues había sido devuelta en su mayoría.

Einclicken… enchoclar para seguir. Lo que continuó fue una parte algo menos inclinada donde la temperatura descendió drásticamente hasta unos 15 grados. De igual manera lo hizo el paisaje. El verde había desaparecido y había sido cambiado por una roca filosa de aristas marcadas y rectas, seca y de coloración entre gris y café, se imponía mayormente cubierta parcialmente por nieve. Tras un par de curvas se asomaba un túnel, y en la cima, un grupo de ciclistas que animaban y reían. Allí también divisé las curvas que restaban. Ya estaba hecho, estaba coronado, lo que siguió fue pedalear por una necesidad de llegar arriba y de humanitariamente evitar más sufrimiento. Las piernas yo no respondían a la razón, andaban casi que autónomamente. Pedal tras pedal, fatídico andar. Y divisé la carretera que llevaba al fin a la cima. Ya no estábamos abajo sino a 2600 msnm. Estábamos a la altura de Bogotá. Recordé entonces el aire frio y fresco, la ausencia de oxígeno, un aire muy delgado, liviano, puro y supremamente agradable.

De aquellos 17,6 km de ascensión al 6,8% restaban los momentos para disfrutar el paisaje montañoso. Sesión fotográfica en la cima y un momento de calma con otros ciclistas quienes compartían el sentimiento de satisfacción. Arriba ya la nubosidad era otra y una negra configuración amenazaba con lluvia anunciando la partida de los ciclistas. Fue un descenso tranquilo con muchas paradas para tomar respectivas fotografías y para, en vista de la demora, quedar empapado por un chubasco que no dio espera. Al llegar a Valloire todo fue diferente, el sol brillaba y la temperatura era de unos agradables 24 grados. Pero sin mucha confianza seguí pedaleando de regreso al Col du télégraphe en donde a falta de 600 mts otro chubasco se encargaría de acabar de mojar todo a su paso. Hice una parada de espera en el parador “Relais du Telegraphe” donde un amable caballero me vendió agua mientras me hablaba entre francés, inglés y alemán. Evidentemente su léxico era muy reducido y solo puede entender el precio y agradecerle por su servicio.

La lluvia cesó y emprendí camino a mi alojamiento sin mayores novedades. Resultados: en total 117 km ida y vuelta con una ascensión positiva acumulada de 2915 metros. Dos puertos de montaña, de primera y de categoría especial, 29,7 km de ascenso efectivo, una atravesada, surgimiento de dolor de espalda baja, agotamiento extremo y múltiples quemaduras a causa de sol en la piel. Nada mal para un tercer día.

Día Cuatro: Col du Glandon – Croix de Fer. Wiederholung – Repetición y correciones.


Después de una tarde-noche de estiramientos y de alimentación a base de carbohidratos para reponerse de una pájara, me levante al día siguiente muy temprano para emprender el ascenso a la Col du Glandon con su tramo de extensión hasta la Croix de Fer. Me esperaban 19,5 km al 7,3% hasta Glandon y 2,5 km más al 6,6% hasta Croix de Fer, con una ascensión ganada total de 1921 mts. Gracias a la estrategia tempranera conté con buena temperatura para empezar a pedalear. Bicicleta en orden, estiramientos de pre-calentamiento, alimentación sin barras de contenido extraño empacadas y agua… faltante. Sorpresa grata me di cuando ni en la nevera en los bidones no tenia agua suficiente, cada uno de estos estaba lleno hasta algo menos que la mitad. Y me arriesgue a buscar algún sitio abierto para comprar agua (el agua de la llave no es en lo absoluto potable).

Ya sobre el pie de la montaña y sin encontrar algún local abierto a tempranas horas no tuve otra opción que continuar y empezar la subida correspondiente al itinerario. Al ir preparado con la altimetría adherida en un pequeño papel al marco de la bicicleta, fueron pasando los primeros 9 km en relativa calma a un promedio del 7%, donde un bosque amable y frondoso protegía la carretera de la incidencia del sol. Coníferas y arbustos diversos de bosque alpino daban la bienvenida a la curva siguiente, que sin ser de herradura, era un logro más. Conté dos herraduras para salir a un terreno relativamente despejado en la población de Saint-Colomban-des-Villards.

Allí era la oportunidad de comprar agua. Había intentado oportunamente ahorrar la mayor cantidad de líquido vital posible y había llegado a dicha población con medio tarro. Sin embargo debía sortear aun varios kilómetros hasta la cima y no quería sufrir a causa de deshidratación. El panorama del pueblo no era bueno, todo cerrado y silencioso. Toque a la puerta de un restaurante en un desesperado intento de comprar agua sin éxito sufriendo una caída torpe y sin consecuencias por perdida de equilibrio. Algunos metros más adelante divise lo que era un Bar, única estación abierta para esa hora. Me detuve y baje rápidamente para no perder ritmo buscando llenar mis cantimploras en un inglés mediocre a lo que me respondieron en francés. La persona allí no hablaba ni entendía la lengua anglosajona. Sin remedio le mostré el bidón a lo cual entendió a la perfección, pasándome una botella de agua de vidrio con una presentación impecable de tan solo 250 ml. Depositándola me di cuenta que necesitaba más. Una más resulto ser insuficiente. Serían tres botellas las que tuve que comprar por un escandaloso precio de 7.50 €. (Haga usted cuentas en pesos colombianos)

Con agua en el tanque era momento de seguir el viaje. Casi similar al puerto del día anterior, en un momento la vegetación se reduce y se pierden casi en su totalidad la existencia de árboles. Pero esta vez no había nieve, ni roca volcánica. Eran montañas rocosas por las que crece atentamente una capa verde, en casos gruesa y presente, en otros, tan delgada como un musgo. El paisaje era cautivador y la pendiente constante del 7-8% también. Pedaleo constante sin mayores apuros. Era la situación perfecta. A falta de dos km para el final de nuevo otra pared de montañas se encargaba de poner las cosas “de pa´rriba”. Los dos últimos km serian rampas con herraduras múltiples de pendiente promedio del 11% y 10% respectivamente. Pero en esta ocasión iba preparado y con energía suficiente, a lo cual con la cadencia indicada pude mantener el ritmo. Cerca de la cima, pude darme cuenta que la cámara a bordo había dejado de grabar. Una lastimosa pérdida de imagen de video. 

Faltaban doscientos metros para la meta del Glandon cuando un rebaño de cabras se apropiaría de la carretera para cruzar de un pastal a otro. Caí en cuenta entonces, que no hay vacas en aquella zona. Solo cabras en la alta montaña, y que de allí, se elaboran excelsos quesos blandos. Y entonces dialogue con las cabras para abrirme paso los pocos metros que quedaban y arribar a la Col du Glandon. El paisaje: majestuosas montañas rocosas pigmentadas con verdes prados, empinadas como paredes por las que pequeñas quebradas y cascadas fluían monte abajo. Un sinnúmero de moscas y otros insectos, a la vez que mariposas intentaban con vehemencia adherirse a todo el cuerpo y la ropa, como si los ciclistas fuéramos vacas… o mejor cabras para continuar con el contexto.

El tiempo allí invertido fue corto en tanto debía seguir mi ascenso hasta la Col de la Croix de Fer. Serian kilómetros muy disfrutables y cortos donde un parador ciclista hacía gala de su posición y albergaba a deportistas entusiasmados y victoriosos de estar allí. La sesión fotográfica de cada uno de ellos, mejor, de cada uno de nosotros en esos parajes es importante. Y no porque sea un logro, o una demostración de capacidad de llegar a Europa, o porque la categoría de la montaña acredite una foto para mostrar la tenacidad de dicho ciclista. No, en mi caso, fue una acción de registro para el recuerdo, pues no se con exactitud, cuando se tenga de nuevo la posibilidad de estar allí: de pasear en los Alpes, de convivir por cuestión de 20 km con la ruta y con las montañas. Eran fotos de júbilo y triunfo a la vez que de nostalgia e incertidumbre.

En el parador me di la oportunidad de degustar una “Orangina” algo así como la Pony Malta, donde la mayoría de colegas viajaban en grupos o en clubes. Muchos de ellos también con sus esposas (esposas ciclistas y esposas conductoras de carro acompañante) Otros pocos franceses locales quienes suben tales puertos, como el Bogotano sube Patios, Romeral o el Alto del Vino. El descenso fue una sesión fotográfica y un rodaje en video (la cámara encendió milagrosamente) que por alguna razón del destino fue silencioso y calmo. Solo se escuchaban entonces algunos pájaros y la fricción de la llanta con el asfalto. Llegar a Saint-Avre fue impactante por la temperatura. De nuevo había sentido el cambio de altura repentinamente. Sería una tarde de viernes tranquila disfrutando un “Quiche Lorain” con salmón y ensalada variada, en compañía de mis huéspedes franceses mientras hablábamos del idioma, de las montañas y curiosamente de los alemanes… aun me pregunto por qué.

Día quinto: Cuando uno está cagado, del cielo le llueve …  (Transito Saint-Avre hasta la estación de Auris en Oisons)

El día número cinco fue una incómoda historia. Tras dos calurosos días de pedaleo, bastante calurosos, para la tercera etapa no me podía sentar. Bien fuera en el sillín, o en una silla, o en la cama, o de pie, el ardor era insoportable. Para llegar a Auris se debe primero pasar por la población de Burg d´Oisons que también es el punto de partida para el Alpe d´Huez. En ese orden de ideas las opciones eran dos únicamente. Tomar un tren hasta Grenoble y pedalear alrededor de 48 km de falso plano ascendente; o subir de nuevo Glandon y descender 34 km. Ambas opciones contemplaban: un servicio de Taxi desde Burg d´Oisons hasta Auris, el pedaleo con maleta en la espalda (7 kg) con la incomodidad y posible escara de glúteos.

Decidí por la primera opción. Al llegar al pie de la montaña de Huez en un calor infernal de 33 grados, con el trasero en llamas, llame a un Taxi para terminar mi tránsito de ese día. Pero ese día, no era el día. El servicio me costaría la medio pendejada de 65 Euros, lo que pensé dos veces. Aún faltaban para mi alojamiento 16.6 km de escalada. Con mucho dolor (de mi billetera y de mi derriere) tuve que empacar mis pertenencias al taxi.

Bájese usted del taxi en la cima de Auris para ver una estación de invierno, un alojamiento lleno de casas y edificios para residir donde no había nada... nada absolutamente. Sin mercados abiertos, sin restaurantes, sin carros, sin gente. Entré en pánico. No quería pensar en tener que descender para comprar cosas básicas como agua o pan. Y al mirar alrededor entre una rabia inmensa por haber hecho tan mala elección de hospedaje. Tuve que bajar un par de km hasta un barriecillo donde un amable hombre local en un perfecto inglés me informo de un mercado en la cima, a lo cual respondí: “ya estuve allá y no hay nada abierto” y con una respuesta sentida y sincera de su parte: “me temo lamentablemente que no hay nada más acá” me vi en la… nada, absolutamente nada.

Subí de nuevo con la convicción y la rabia de no bajar de nuevo no con mi cuerpo en esas condiciones. Y desesperadamente golpee en el mercado, en las puertas, en las ventanas, y timbre varias veces de manera demencial. Una dama mayor salió del piso superior muy acontecida y asustada quien al ver mi rostro de desesperado decidió abrir su mercado para comprar al menos agua. Allí entonces pude adquirir las reservas, lo que quedaba de mercado. Agua y pasta, no había rastros de pan, frutas o similares. Solo cosas básicas. Pasé el resto del día intentando buscando la calma mirando un paisaje simplemente espectacular. Alpe d´Huez me esperaba al día siguiente, tenía que guardar mi energía para lo importante y descansar para ello.

Día Seis: La tierra prometida. Alpe d´Huez


Era el momento. Todo estaba hecho y dicho. A pesar de una intensa tormenta eléctrica la noche anterior que duro alrededor de 4 horas, el día del ascenso prometido había llegado. Sin mayores provisiones en el alojamiento me aliste para descender hasta Bourg d´Oisons y desayunar brevemente y comprar dotación energética para la subida. Al asomarme por la ventana el paisaje: se podía ver la cima de las montañas, todas ellas, pero no divisaba en lo absoluto el valle o su parte inferior. Una densa capa de nubes permanecía en el pie de montaña anunciando, por un lado, riesgo de lluvia y temperaturas frescas simultáneamente, lo cual era a la postre, lo que necesitaba.

Bicicleta en orden y procédase con el descenso. La carretera que me llevaría hasta el inicio del puerto de montaña de categoría especial, es un sinuoso camino complicado de transitar, rocoso y muy angosto por el que acomodadamente cabe un solo carro. Este trayecto estuvo por lo tanto marcado por una niebla densa, algunos derrumbes sin consecuencias o bloqueos, y de infinidad de rocas, hojas, ramas y palos sobre la carretera, todos ellos arrojados a causa de la fuerte precipitación nocturna. Con mucha precaución y temperatura de alrededor de 13 grados el runterfahrt fue exitoso. Pausa para desayuno, compra de frutas y pan…

Era el momento de empezar. Cámara a bordo, relojes en cero… losfahrt. El inicio de este bello puerto de herraduras es lo más complicado. Una rampilla de cerca del 11% promedio es la encargada de calentar las piernas donde se tiene que mantener la calma y no caer en excesos. Llevaba una buena cadencia que me permitía mirar al frente e intentar descubrir el paisaje montañoso, cosa que no fue posible hasta llegar a la cima. Y entonces llegue a la primer curva de herradura, la numero 21. Me di cuenta que en este puerto no hay estas piedrecillas que indican cuanto falta para la cima, sino que se cuenta por herraduras. Es decir en este punto quedaban 21 de ellas. Una tras otra fueron sorteándose en donde cada una de ellas hay nombres de ciclistas ganadores de etapas del TDF con final en Huez. Particularmente también el terreno en cada curva se torna amable y llano, es una oportunidad para retomar fuerza, apretar el ritmo y llegar con impulso a la siguiente rampa para desembocar en la próxima curva y repetir el ciclo. Los primeros km estuvieron marcados por un bosque denso con variadas paredes de roca que marcaban la carretera.

Cuando llegue a la curva número 12 sentí una energía renovadora. Su inscripción: Luis Herrera (Colombie) Recordé haber visto muchos videos de él en escalada con la testa rota y sangrante, y en un cursi y romántico efecto de añoranza al sentirme orgulloso de ser escalador colombiano, seguí mi recorrido a mejor ritmo con un desarrollo más exigente. Las sensaciones eran buenas y se mantuvieron hasta las curvas más altas. En cada contacto con otros ciclistas, que subían o bajaban, respetuosamente saludaba con un bon jour, aun sin saber si eran franceses. En ese punto me tenía sin cuidado su nacionalidad o habla, en cuyo caso la mayoría de ellos me respondieron hello con un marcado acento británico. 

Llegue con energía sobrante a la Chapelle Saint-Antoine y a la población de Huez como tal localizada algunos kilómetros antes de Ville-Alpe y de la llegada del itinerario del TDF. Allí divisé a más pedalistas que subían moderadamente.  El último tramo fue disfrutable, con pendientes más amables del 5.5% y en cuyo asfalto se podían leer miles de nombres, famosos así como aficionados. Supongo que muchos de los acompañantes de los ciclistas no profesionales, se toman la molestia de animarlos de esta manera. A falta de tres herraduras pude ver una villa en lo alto con edificios de madera de aspecto alpino. Tal como se lo ve en televisión y supe que estaba en la cima. Mantuve el tempo de pedaleo sin sacrificar ni aflojar para terminar en una rampilla de algo más del 8% que desbocaba en el Alpe d´Huez. Y se encuentra entonces uno con tiendas, comercio, bares, restaurantes y oficinas de turismo.

La tarea estaba hecha, pero no era suficiente. Seguí adelante para subir un tramo adicional pasando por debajo de un famoso y recordado túnel para llegar a la cima, al menos hasta donde llega la carretera. Ahora si la tarea estaba hecha. Tiempo de descanso y reposición. Con la inminente fecha de regreso a Alemania acercándose como un fantasma detrás de mí, me di la oportunidad de sentarme en un Bar y pedir una Coca Cola y no hacer nada. Haría homenaje al día anterior y no hice nada más que aprovechar un sol tímido que apenas asomaba y saludar someramente a uno que otro colega del pedal. Estaba en un momento de júbilo y de calma, y por supuesto, de resignación. Al día siguiente emprendería mi viaje de regreso a Alemania: a las colinas, a las lluvias incesantes todo el anio, al gris eterno de los carros, las calles, las casas el cielo y la gente. Regresaría al norte.

Después de un merecido lapso de no hacer nada el sol empezaba a brillar y las nubes a ceder. Y emprendí el descenso. Tras algunas curvas pude divisar el valle, y las montañas imponentes en frente de Huez. Son ambas formaciones rocosas muy empinadas y cautivadoras. La sesión fotográfica fue indispensable por razones ya mencionadas. Después de haber hecho una parada en un mercado para provisionarme la tarde del día restante, tomé la bifurcación que lleva a Auris localizada a 2.5km de ascensión de Huez. Y entonces ya con el cielo despejado me di cuenta de los letreros e indicadores de la peligrosidad de la vía, así como un anuncio para ciclistas que decía: 1 cat. Auris en Oisons.

Sorpresa me lleve al ver que aún me faltaba un premio de primera para llegar a mi alojamiento. Pero sin prisa ni pereza lo asumí con un pedaleo regulado, música y un paisaje que se descubría mayormente a la derecha de la carretera. Peligrosamente sortee un túnel corto sin iluminación y peligrosamente me detuve en un tramo para admirar el paisaje aun cuando había un riesgo inminente de accidente en una angosta carretera. Bien podía ser atropellado, o bien podía caer al vacío, en tanto no hay mayor barrera de seguridad que un muro de concreto de unos escasos 40 cm de altura. Sin parar muchas bolas al asunto seguí la marcha para encontrarme con una bifurcación que conduciría a una carretera más ancha y segura. Este último trayecto no tiene mayor complicación más que el cansancio acumulado.

Al terminar el puerto y mi actividad ciclística del día, me dispuse a dar un paseo a pie hasta la Col de Maronne. Siguiendo una línea de la aerosilla conseguí subir unos cuantos metros para en tal punto, ver simultáneamente Huez y Auris. Eso significaba solo una cosa: ambos asentamientos están casi a la misma altura separados por tan solo una montaña. Los cables de la silla aérea se ocultaban tras una colina a la derecha y continuaban su rumbo a Huez en completo silencio y calma, y solo despertarían hasta el invierno.

En ese punto, después de haber escalado el ambicionado Alpe d´Huez y contemplar la maravilla de los Alpes, me senté en un montículo y esperar que anocheciera. Largas horas de paisaje para descubrir que había tomado la misma foto varias veces. La vida es demasiado corta para deleitarse con los Alpes, con la belleza de sus nevadas cimas contrastantes con verdes pastos que demuestran la diferencia de altitud y de climas en un solo espacio. Estaba en una de las tierras prometidas para los ciclistas. Entonces pensé en la belleza de las montañas rocosas bajando hacia Choachí; o del cañón visible por la vía que conduce a San Antonio; o el clima lluvioso y confuso del páramo en La Cuchilla. Todas de ellas igualmente tierras prometidas. Los Alpes no son mejores o peores, sino diferentes, la ascensión vertical es mayor y posiblemente también la pendiente promedio, pero no son en ningún caso más “duras”. Solo se debe tener en cuenta que en cada una de estas conformaciones montañosas, allá y acá, se encuentran seres algo tocados, locos, temerarios, perdidos de la cabeza, amantes del sufrimiento y exigentes con sigo, dispuestos a darlo todo para superar ese muro de millones de toneladas de tierra, a quienes se les llama: ciclistas.
  
El retorno a Alemania fue… igual que Alemania: aburrido. Por eso no habrá párrafos extensos para ello más que esta breve mención.

Gracias a mi Novia que me llamaba todos los días muchas veces al día, a mi familia que me llama todos los días desde Colombia, a mi moza y amante (la Scott que aguantó mucho látigo) y a todos ustedes atentos y fieles compañeros del BSR por leer este pedazo de crónica. Saludos desde el Norte. Como decimos acá: Liebe Grüße. 




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