LA CRONICA

RENOVANDO LA FE

No fue fácil encontrar las palabras para poder expresar tanto tiempo de ausencia en la aparición de nuestras tradicionales crónicas después de cada salida. Pero si alguien tiene que echarse la culpa y asumir con los platos rotos, esa persona sería yo al ser el encargado del departamento de publicidad y mercadeo del grupo, más aún cuando en una de las crónicas pasadas me comprometí a ponerme al día con los relatos atrasados. Con esta carga a cuestas, solo me resta ofrecer nuevamente una sincera disculpa a todos nuestros lectores y seguidores por haber fallado en el intento de retomar el trabajo de cronista, no sin antes tratar de explicarles el motivo de tan larga pausa.

Como algunos de ustedes ya saben no soy un escritor consumado ni pretendo serlo. Al empezar a gestarse este grupo tomé la pluma (el teclado) con el fin primordial de darnos a conocer y motivar a los integrantes del grupo de yahoo a que se vincularan a nuestras primeras salidas. La estrategia tuvo éxito como medio de publicidad y así poco a poco fuimos reclutando la gran mayoría de compañeros que hoy integran el Club de Ciclismo Bogotá Sobre Ruedas. Ahora que estamos fortalecidos y que tenemos el blog, nuevos pedalistas han llegado a través del voz a voz de los mismos compañeros y pocos por las redes sociales modernas. También hay que tener en cuenta que el crecimiento del Club está llegando al límite de nuestra capacidad logística, y esto añadido al mejoramiento del nivel ciclístico interno ha llevado a que empecemos a cerrar el círculo de admisiones y seamos más estrictos con los novatos en cuanto a requisitos mínimos indispensables se refiere.

En ese orden de ideas, la narración de los acontecimientos acaecidos durante una salida oficial de BSR estaba creciendo a la par de nosotros mismos, y lo que en un principio me tomaba un par de horas en escribir, últimamente lo hacía en el doble de tiempo. No se trata tampoco de que los relatos se hayan extendido, pues los hay cortos y largos tanto cuando hacíamos salidas de cinco integrantes como con más de treinta ciclistas; sino en la falta de creatividad que caracteriza a aquellos que no somos artistas y que inevitablemente nos van llevando al abismo de la monotonía literaria. En un vano intento de simplificar el modo de redacción del relato, intenté cambiar sucesos por clasificaciones, lo que me llevó a un laberinto casi sin salida, pues tenía que estar pendiente del orden de llegada de cada compañero y prácticamente terminé enredándome yo mismo y muy probablemente aburriendo al lector. Todo esto finalmente desencadenó en este “letargo cronístico” del cual espero despertar algún día con renovadas fuerzas, no sin antes invitar al grueso del lote a enviar algún escapado para que nos relevemos en la tarea y no dejar la labor a medio empezar.

Lo anterior no significa que lo mismo esté pasando en carretera, todo lo contrario camaradas, un grupo numeroso tiene sus ventajas y amplía el espectro de experiencias inolvidables con amigos que compartimos la misma afición de las bielas. La sana competencia ha redundado en progreso y técnica ciclística, amén de los infaltables duelos con los compañeros de turno, bien sea en los duros ascensos de los puertos de montaña o en los veloces desenlaces de los sprints a meta. Desde aquella última crónica con el inicio de temporada a Bojacá, ya han transcurrido 16 etapas de este Clásico Apertura y hemos dejado atrás la Vuelta a la Sabana arrancando por Patios, Pradera y Canicas,  el embalse de La Regadera, Yerbabuena y Patiguapos, La Victoria, Corralejas, la Aguadita, San Francisco, el Neusa, Mondoñedo, Rosas, la Marranera, Subachoque, el Tablazo, Guatavita, Sesquilé, la Vara y el 27, una C.R.I., el Alto de la Escalera desde Cachipay y recientemente el Aguila y el Páramo por Zipaquirá. El promedio de asistencia está por los 26 pedalistas, siendo 36 unidades la mejor participación hasta el momento durante este año. 18 nuevos integrantes pasaron a engrosar la familia BSR: Marco Tulio Perilla, David Enríquez, Germán Telpiz, Sergio Gutiérrez, Javier Fique, Ferney Carvajal, Marcos Flórez, Orlando Torres, David Parra, Johan Roa, Mauricio Rivera, Cristian Contreras, Alfonso Parra, Felipe Gutiérrez, Alberto Bolívar, Robinson Castrillón y Enrique Ruíz, quien desafortunadamente falleció el mes pasado en un absurdo accidente de tránsito.

Las salidas no oficiales, aquellas que se programan los puentes festivos, tampoco han faltado y algunos compañeros han tenido la oportunidad de viajar por Cundinamarca, Boyacá, Tolima y el Eje Cafetero; subiendo puertos emblemáticos como lo son
El Trigo, Letras y La Línea, y repasando otros en toda su extensión y dureza en largas jornadas sin descanso que hablan por sí solas de la fortaleza de nuestros pedalistas aficionados. Mas por falta de tiempo, de entrenamiento, de dinero, de todas las anteriores o de ninguna de ellas; nunca había contemplado la posibilidad de involucrarme en alguno de estos ciclopaseos del grupo, pues vale la pena aclarar que siendo un animal de tierra fría, la práctica del ciclismo por altitudes por debajo de los 1.500 m.s.n.m.  no son precisamente mi fuerte ni causan el mismo efecto de satisfacción que si lo hiciera por terrenos menos calientes, bien sea por la temperatura, la deshidratación y últimamente las nuevas pequeñas amenazas para la salud como lo son el Chicunguña y el Zica. Por otro lado no creo tener la nalga suficiente para aguantarme más de dos días seguidos sentado en la bicicleta sin que una buena quemada aparezca entre las peñas.

“Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma”. Luego de un viaje que hicieron algunos compañeros por Villa de Leyva y otros pueblos boyacenses, José, el promotor de estos ciclopaseos, llegó hablando maravillas de aquellas cercanas tierras y exhortó a las filas a que se animaran a un nuevo viaje por Boyacá. Pocas fueron las respuestas, más una de ellas, de boca de Edgar, le quedó sonando al insaciable ciclista: “Deberíamos ir a Cómbita a visitar a Nairo”. Me atrevería a decir que ese mismo día se puso en marcha la planeación, pues poco tiempo después, hace un mes largo, la invitación quedó en el buzón de correo del grueso del lote: Ciclopaseo a “La Villita”, fechas propuestas Sábado 4 y domingo 5 de junio o Domingo 5 y Lunes festivo 6.

“Es este o ninguno” – me dijo José por teléfono cuando estaba en la fase de preproducción y me ponía al tanto de las fechas dispuestas – “Está como le gusta: tierra fría y máximo dos días. Si no se apunta tiene huevo”. Y tenía toda la razón, era ahora o nunca. Si hubiera sido el puente anterior le hubiera dicho de una vez que no pues estaba ya comprometido con mis hijos, pero preciso el siguiente festivo tenía vía libre y hubiera sido un desperdicio quedarme acostado viendo televisión en la casa. En aquel instante le di falsas esperanzas aventurándome un “listo, de una” que ni siquiera yo mismo sabía si iba a cumplir. Al formalizarse la invitación por correo electrónico el asunto pasaba a grado de seriedad, sumamente respaldado por la respuesta de la manada con unos diez asistentes confirmados en tan solo un par de horas. Éxito total de taquilla.

A medida que se acercaba la fecha los “primeros peros” se iban despejando y nuevas dudas me asaltaban. El itinerario se acomodaba a mis capacidades físicas (eso creía yo) y climáticas. A falta de un carro acompañante irían cuatro, el hospedaje estaba confirmado y la fecha elegida por todos (sábado y domingo) dejaba la inmejorable posibilidad de tomarnos un día entero de descanso antes de volver a la rutina del trabajo. La única disculpa que tenía por ahora para “sacar el cuerpo” era el factor dinero, que por ser época de inicio de mes, siempre golpea el bolsillo con cuentas de diversa índole y de difícil aplazamiento. Faltando un par de días se hizo un nuevo llamado para reconfirmar la asistencia y saber a ciencia cierta quiénes eran los que son y son los que eran. Y aunque formalmente nunca di mi respuesta, José ya daba por hecho que yo asistiría sin novedad. “¿Y si llueve?, ¿Y si me faltan las fuerzas?, ¿Si no hay cama pa’ tanta gente?, ¿Si el Paro Agrario cierra la vía?, ¿Si la bicicleta amanece pinchada?” eran preguntas que me hacía cada vez que pensaba en el bendito paseo, buscando tal vez en el fondo de ellas, el empujón que me sacara de la lista de confirmados.

Entramos en las últimas 24 horas antes de la cita en el punto de encuentro. Un día lluvioso no presagiaba buenas sensaciones para el siguiente, sin embargo el ambiente en el chat de whatsapp del grupo era jovial y hervía con las últimas recomendaciones y comentarios de compañeros que lastimosamente no podrían asistir. José me envió un cronograma fríamente calculado con los tiempos que debíamos acatar de acuerdo al promedio de velocidad en tramos específicos del recorrido, el cual me pareció de lo más viable de cumplir aún en el escenario más pesimista. Le dije que estaba de acuerdo y a continuación le propuse que lo reenviara a los participantes. “– No, eso sí que no –contestó- que tal que no me cuadren las cuentas y empiecen a joderme”. Tenía toda la razón, él ya había pasado por un par de situaciones con reloj fuera de control en anteriores ciclopaseos, llegando incluso a aterrizajes a punta de linterna. Seguí con mis quehaceres laborales y cuando reaccioné en sí, me di cuenta que inconscientemente siempre había querido hacer este viaje, no en vano había comprado provisiones para el camino, alistado los uniformes, revisado la bicicleta, pagado las cuentas, despachado el trabajo, avisado a la familia y extrañamente nunca le había dicho que no iría a José. Finalmente la noche de la víspera estábamos confirmados 16 pedalistas, 3 carros acompañantes y 7 tripulantes. Todo estaba fríamente calculado y eso me asustaba.  Al otro día saldría de la casa y dejaba las cosas en orden. ¿Una premonición?, ¿El Destino?, ¿Maricadas mías?... yo sí creo.

La última salida larga mía la había hecho dos semanas antes con el grupo en la etapa a Cachipay. Desde aquel día solo un par de entrenamientos cortos de no más de 30 km cada uno la siguiente semana, nada el puente festivo y otro “cortico” el jueves anterior. Con ese antecedente me iba a empacar en los siguientes dos días, más de 300 km. combinados entre montaña y plano, algo notable para uno de los felinos del grupo, para mí una proeza. Sabía que el estado físico y la disposición mental no lo es todo en este tipo de salidas, así que aquella noche al llegar del trabajo fui gratamente atendido por un suculento plato hondo rebosante de pasta, otro más pequeño de papas con mayonesa y uno más grande con abundante arroz y albóndigas; la ofensa máxima para un médico nutricionista, el salvavidas postrero de cualquier ciclista de fondo. Mientras esperaba que el estómago se estabilizara, el celular avanzaba penosamente en su carga de batería. Cuadré y verifiqué minuciosamente las dos alarmas programadas del reloj para despertarme a tiempo y no quedarme solo en el intento. Empaqué y repasé todo lo que necesitaría para el viaje: uniformes, ropa, calzado, utensilios de aseo, líquidos de reserva y la infaltable Crema No. 4, la que haría la diferencia entre devolverme pedaleando sentado o en el peor de los casos al mejor estilo de Chris Horner, solo que durante 150 km. Por último, lo más importante, las respectivas oraciones al Jefe de Jefes, pidiendo como siempre guiarnos por el buen camino y apartarnos del mal, dejando en Su Voluntad los acontecimientos por venir. Señor, con una señal será suficiente para volver a la cama y abortar la misión.

El sueño fue intranquilo, no precisamente por las ansias del viaje, sino por los ruidos constantes de unos compatriotas vecinos que festejaban el triunfo de la Selección Colombia en la inauguración de la Copa América. La algarabía se extendió incluso al despuntar el día y cuando sonó el despertador ya tenía los ojos bien abiertos. Prendí el celular y noté que tenía un mensaje del whatsapp, era un compañero que nos deseaba la mejor de las suertes. Una débil luz se filtraba por la pesada cortina de la ventana anunciando que el día D había llegado. Salí del cuarto y me dirigí a la sala para tener una mejor perspectiva del día, mis peores miedos se esfumaron en cinco pasos, afuera estaba la señal: el sol asomaba radiante y solitario, tiñendo de azul profundo un cielo desprovisto de nube alguna… el buen camino a seguir estaba en todo su esplendor, increíble pero cierto.

La rutina de cada domingo se repetía hoy sábado con un aliciente especial y unas ganas de estar ya montado y rodando con la manada. Empaqué aquellos artículos que solo podían hacerlo hasta el último momento y encimé dos bananos de “ñapa” antes de cerrar la maleta y ponérmela en la espalda. Saqué las caramañolas de la nevera y las enfundé en su lugar correspondiente de la flaca. Salí del apartamento, me persigné, bajé las escaleras, prendí el ciclocomputador, coloqué los relojes en cero y me fundí con la negra, ahora éramos uno solo y teníamos mucho terreno que recorrer. A las 7:20 estuve en el punto de encuentro de la Autopista Norte con Calle 182 donde Néstor ya esperaba. El tránsito hacia la salida de Bogotá estaba atestado de automóviles que se movían lento. Cinco minutos después llegó Rodrigo y otro tanto después llegó el primer carro acompañante seguido de los demás compañeros: Darío, Sander, Carlos, Javier, Rubén, José, Yang, Gabriel, Luigi, Edgar, Luis Fernando, Leonardo y Sergio. Nos saludamos y acomodamos las últimas maletas en el vehículo mientras que los otros dos carros se iban abriendo paso entre la maraña de aquel trancón. Finalmente, con 15 minutos de retraso del cronograma, a eso de las 7:45 a.m. tomamos la partida y empezamos a dejar atrás nuestra querida Bogotá, la casa de Bogotá Sobre Ruedas.

Con mucho cuidado fuimos saliendo a flote de aquella encrucijada vehicular que fue cediendo en la medida que avanzábamos y nos alejábamos del mundanal caos capitalino. A la altura del peaje el tránsito ya se había normalizado y las calzadas lucían despejadas e infinitas hacia el norte. Esperamos a que llegara el último rezagado y retomamos la travesía boyacense.
El clima no había sufrido cambio alguno y el sol nos arropaba en cálido abrazo matutino. Poco a poco fuimos ganando en velocidad y no tardamos en ponernos sobre los 30 km/h. Llegando a Briceño el vehículo rojo (carro 1) con la familia de Luis Fernando a bordo, se nos acercó por el costado y asomando una providencial mano por la ventanilla fue repartiendo a cada uno un exquisito sándwich envuelto sutilmente en papel de aluminio. Cualquier parecido con un vehículo de asistencia de una carrera profesional no era coincidencia y solo hubiera faltado que alguno de nosotros recibiera todos los paquetes y se los hubiera enfundado en su camiseta para después repartirlos, o que mejor aún, aprovechando el “mano a mano” tripulante-ciclista, nos hubiéramos aferrado un momento exiguo para dejarnos llevar aunque fuera por un pequeño instante por el impulso del automotor.  Por su parte el vehículo verde (carro 2) al mando de la esposa de Darío hacía las veces de carro escoba y cerraba la caravana, mientras que el vehículo blanco (carro 3) con la familia de Sergio iba y volvía cubriendo todos los ángulos posibles empezando lo que a la postre sería un impecable trabajo profesional de reportería gráfica.

El expreso BSR seguía su inexorable rumbo en lote compacto y bordeando los 35 km/h, cuando a la altura de Gacháncipá y al acabarse la doble calzada, los compañeros que iban en punta siguieron el desvío del flujo vehicular, mientras que otros seguimos a Sander que prefirió avanzar por donde veníamos, una vía que aunque estaba cerrada dejaba pasar por un lado a la misma calzada amplia y despejada, pero que desafortunadamente unos 300 metros más adelante finalizaba abruptamente sin darnos otra opción que volver a la carretera antigua, no sin antes sortear un verdadero lodazal, vestigio y prueba de las lluvias que habían caído el día anterior.
La embarrada no pasó a mayores, y aunque resbalé con la bicicleta, logré evitar la caída y salimos de nuevo al asfalto firme, algunos con las herraduras de los frenos atestadas de barro, lo que conllevó a hacer una parada no programada para despejar el paso de las ruedas. A pesar de esto, el acumulado del cronograma no sobrepasaba los 15 minutos de retraso, gracias en buena parte al buen ritmo de carrera que traíamos desde que pasamos La Caro.

A raíz de este percance y la llegada al siguiente peaje con la consabida tachuela, el grupo se disgregó y cada uno se ajustó a su paso. Por mi parte me quedé atrás esperando a Rodrigo mientras superábamos este pequeño obstáculo, al cabo del cual también llegó Yang; y un instante después estábamos bajando los tres por el costado opuesto y alcanzando a Gabriel antes de cruzar por el puente de Sesquilé. Este último se quedó con Rodrigo para enfrentar el ascenso al Sisga, mientras que Yang seguía de largo y yo alcanzaba a José, con quien finalmente subimos a paso moderado este primer puerto del día. Arriba nos esperaban algunos compañeros quienes se lanzaron con José de inmediato al descenso, mientras que yo, que tenía que hacer una pequeña necesidad, pasaba un susto (no fui el único) tratando de soltarme de los choclos de los pedales que ya estaban soldados como producto del barro seco que se había convertido en una piedra casi sólida.
Después de recomendar a los integrantes faltantes con el carro 1 que aguardaba a los coleros, tomé el camino en bajada y antes de llegar al puente del rebosadero hice señas a los demás, que estaban en sesión fotográfica, para que reanudáramos la marcha y así reagruparnos de nuevo en Chocontá, donde reabasteceríamos baterías con un suculento desayuno. Al llegar al restaurante de turno, la rueda trasera de la bici de Carlitos avisó de pinchazo, justo a tiempo por fortuna. Unos 10 minutos después llegaron los dos rezagados escoltados por el carro 1 y completando así el primer tramo del día. A un lado de una de las mesas, José me confirmaba que tan solo íbamos descuadrados en 10 minutos del cronograma.

A las once en punto arrancamos de nuevo. Rodrigo acusó cansancio físico por falta de entrenamiento, sumándole a esto una molestia en la rodilla que ya le aquejaba de hace un tiempo, por lo que pidió cupo en el carro 2, siendo admitido y encargado además de ser el conductor elegido, pues la esposa de Darío ya estaba cansada de estar detrás del volante. Sander, Néstor y Rubén tomaron la delantera y se perdieron en el horizonte, mientras que el resto de la manada seguíamos a paso moderado.
“Ahora si comienza lo bueno” – sentenció Javier una vez salimos de Chocontá, palabras que no guardaban nada de mentira en lo absoluto, pues nada más pasar la población de Villapinzón empezaron a sucederse los primeros repechos, avistamientos de la montaña que nos perseguiría por el resto de la jornada. Gabriel presentó los primeros síntomas de sus eternos calambres y pidió cupo en el carro 1. Por mi parte y conociéndome, preferí tomar un paso moderado y no adaptarme al de mis colegas, perdiendo un poco de terreno en las subidas y volviendo a conectar en las bajadas. Junto a mí venía José, que también se la tomaba suave y sin afanes.

Luego de coronar uno de tantos repechos, empezamos a bajar a lo que daba la bicicleta, cuando sentí el temible bote de la rueda, señal inequívoca de que había pinchado. Ni modos, frené suavemente y me hice a un costado donde afortunadamente quedé estacionado en medio del carro 3 y el 2. La estrategia era que nadie parara y así mantener el cronograma sin pérdida de tiempo por lo que inmediatamente subí la bicicleta, desmonté la rueda y me subí con ella en el carro de los Pinzón para ir despinchando en movimiento mientras me adelantaba y veía a mis compañeros pasar por la ventanilla y sufrir con el siguiente repecho.
La camioneta me dejó por delante del grupo de atrás ya que a los tres tigres punteros no los logramos alcanzar. Bajé rápido la bicicleta y acabé de inflar la llanta para montarla después. En medio de estas maniobras algunos compañeros volvieron a sobrepasarnos y solo logré ponerme por delante de Luis Fernando y Carlos, el cual había pinchado nuevamente y ahora era asistido por José. Al estar un poco más fresco que los demás y con renovadas fuerzas, seguí solo con el impulso en las bajadas y pedaleando con el desarrollo más suave en la subida, esperando que los compañeros rezagados me volvieran a dar alcance y tal vez poder ayudar con algo de rueda en el ascenso. Efectivamente Luis Fernando fue el primero en llegarme pero en la siguiente cuesta volvió a quedarse. Más adelante en la subida a Tierra Negra, apareció José y con él completamos la subida a este alto de no poca gradiente donde nos esperaban el resto de camaradas. Arriba, con el sol perpendicular sobre nuestras cabezas y perdiendo líquido a cada momento, apareció providencialmente Edgar con dos cervezas frías cuál oasis en pleno desierto. Me supo a gloria el dichoso líquido, muy merecido por cierto. Al poco tiempo apareció Carlitos y Luis Fernando, completando de nuevo el combo.

Faltaban 10 minutos para llegar al Puente de Boyacá y las cuentas del cronograma ya casi estaban ajustadas, sin perder más tiempo reanudamos la marcha cuesta abajo y pasamos derecho por el monumento dejando para otra ocasión la sesión fotográfica, hoy íbamos justos. La carretera otra vez se tendió hacia arriba y entramos en el único tramo que está en obra, con un solo carril por sentido a disposición, el cual superamos sin inconvenientes y con la paciencia de los autos que venían tras de nosotros, que se portaron muy educadamente con la caravana.
Valga la pena aquí comentar que durante todo el trayecto tanto de ida como de regreso, el expreso BSR fue respetado, aplaudido y saludado por los pitos de los carros que nos adelantaban; momentos estos de orgullo y satisfacción para nosotros, siendo esto consecuencia directa de lo que hacen nuestros campeones en Europa y que redunda en las carreteras de nuestro propio país. Muchas gracias a ellos.

Cuando volvió la doble calzada y por efecto de la leve pendiente, el grupo volvió a disgregarse. Rubén que iba en el medio fue el siguiente damnificado por pinchazo y quedó relegado con algunos compañeros ayudándole. Adelante Sander y Néstor se perdían en la lejanía, mientras que Leonardo llegando al inicio de la variante de Tunja tomaba el camino equivocado y se llevaba tras de sí a Carlos, Luigi, Yang y a este servidor. Cuando nos dimos cuenta ya era demasiado tarde y estábamos dentro de la ciudad. No había de otra, tocaba atravesarla de punta a punta y volver a reconectar con los demás en la variante. A lo hecho, pecho. Sabíamos que aunque por las variantes suele ser más largo el trayecto, siempre rendirá más que por entre los pueblos, por lo que no bajamos la guardia a pesar de que en tres oportunidades tuvimos que superar rampas de considerable pendiente.
Finalmente la capital boyacense se fue diluyendo del paisaje y avistamos el puente de empalme con la variante, que cruzamos justo en el momento exacto en que los rezagados del grupo y el carro escoba pasaban por debajo. “Llegamos apenas”- dijo Luigi cuando los vimos y apretamos las tuercas para volver a alcanzarlos y hacer con ellos los últimos kilómetros antes de llegar a la segunda parada estipulada en el cruce a Cómbita, donde nuevamente recargaríamos las ya agotadas reservas de todos. Eran pasadas las tres de la tarde, el cronograma estaba ajustado.

El almuerzo no llenó las expectativas de algunos aunque sí los estómagos, pero en las actuales circunstancias cualquier bocado de comida sabía a manjares. En el caso de nuestra mesa, los cuchucos con espinazo que pedimos venían sin este último ingrediente, el cual fue reemplazado por una tabla de carnes, que para algunos estaba un poco dura, menos para los gatos del establecimiento que se la tragaron sin chistar. Extrañamente a Gabriel le quedó grande su pedido y nos cedió un bocado de una exquisita yuca y otra carne en mejores condiciones que agradecimos al acompañarla con un par de cervezas frías.
Creo que en las otras mesas contaron con mejor suerte por lo que no podemos juzgar a la ligera al restaurante sino más bien achacar el regular servicio a que llegamos pasada la hora del almuerzo y ya se había vendido casi todo.

El sol radiante proseguía su lento recorrido hacía el occidente y nosotros aún no habíamos llegado a nuestro destino. Sergio y familia se habían adelantado al pueblo para comprar un no se qué no se dónde. No había tiempo para reposar demasiado de las viandas, por lo que volvimos a tomar la herramienta y retomamos la ruta. Cruzamos por un lado de Cómbita, que por lo que dijo Javier, es poco más que el parque principal y las casas de alrededor, la carretera ya picaba hacia arriba y en el cruce nos esperaba el papá de Sergio quién al paso de la caravana, ya disgregada por las rampas, nos informaba que quedaban 3 kilómetros para la cima. De los 16 pedalistas, solo quedábamos 13 en pedales, pues Sergio iba con su familia y Luis Fernando ya había concluido su tarea del día. Felicitaciones tocayo, me quito el sombrero. Gabriel, que había tomado un nuevo aire, se desmoralizó con el pronóstico de terreno a subir y claudicó en la siguiente curva. De todo lo recorrido hasta ahora, esta era la parte más dura de la jornada y las rampas en vez de disminuir tendían al alza. Por mi mente cruzaron imágenes del niño Nairo subiendo a diario por esta loma y forjando las piernas que un futuro lo premiarían como el mejor escalador del mundo. Carlitos sufría al lado mío y Edgar cerraba el grupo, tomé leve delantera y alcancé a Darío justo en el sitio en que la montaña nos daba algo de tregua y avistando una torre de comunicaciones le dije a Darío que ya estábamos cerca.
Los dichosos 3 kilómetros se alargaron a 4 y mientras el declive se ponía a favor de nosotros, llegaron de nuevo Carlos y Edgar con quienes coronamos por fin este durísimo repecho que nos desembocó en la vía a Bucaramanga. El resto de compañeros ya nos había sacado suficiente terreno y entramos en la disyuntiva de si tomar a izquierda (Tunja) o derecha (Barbosa). De pronto divisamos un ciclista bajando por el filo de la montaña y dedujimos que no podía ser otro que un BSR, así que el instinto de manada nos lanzó tras de él, descolgándonos unos tres kilómetros donde en una curva a la derecha vimos a nuestro ídolo pintado sobre la fachada de una casa, no había duda, habíamos llegado a nuestra meta de esta peregrinación: la casa de los padres de Nairo Alexánder Quintana.

La felicidad por este primer objetivo logrado fue total y no fue opacada ni siquiera cuando nos enteramos por boca de su señora madre, que efectivamente Nairoman había estado ahí pero que había partido a la una de la tarde.
Y aunque hubiera sido muy emocionante habernos encontrado con este monstruo del ciclismo mundial, las posibilidades de toparlo eran algo con lo que no contábamos. La sesión fotográfica esta vez fue extensa y sin pecar de abuso de confianza, doña Eloisa nos acompañó para varias de las tomas. Que humildad, que sencillez, que nobleza, que amabilidad, que sedonón tan verraco, deme unas cervecitas por favor, muchas gracias, todo muy bonito, llaveros, mugs, cobijas y demás souvenires se mezclaban con los abarrotes y “galguerías” que ofrecía muy atentamente la “Tienda La Villita”. A estas alturas de la travesía el cronograma de José, que no había arriesgado a compartir por temor a ser linchado, nos indicaba que los tiempos estaban perfectamente sincronizados y que su bola de cristal y/o tarot no le habían fallado esta vez. Buena esa José, algún día se le iba a dar la habichuela y que mejor ocasión que por Boyacá donde está la mata de las verduras.

Todo muy rico, muy chévere, pero como hasta el sol tiene que descansar, su luz no nos acompañaría mas allá de una hora adicional y todavía quedaba el regreso a Tunja y luego llegar a Soracá.
Nos despedimos de doña Eloisa como si fuera la propia madre de todos los ciclistas con la promesa de volver algún día y encontrar, esta vez sí, a Nairo, ojalá ya con el trofeo del Tour de Francia en su repisa. Nos enfundamos las chaquetas y volvimos a subir lo que habíamos bajado cuando salimos a la carretera principal para luego lanzarnos en un largo descenso que nos desembocó de nuevo en Tunja pero por un lado diferente de donde pasamos con los perdidos hacía un par de horas. El grupo se había fraccionado en dos y los de adelante marchaban con el carro 3de escolta, mientras que atrás nos acompañaban el 1 y el 2. Con Javier cómo guía, pronto nos vimos inmersos en el tránsito vespertino de la ciudad y sin mayor dificultad nos llevó a la variante donde nos advirtió sabiamente: -“Hay dos rutas para llegar, las dos son subiendo pero la corta es durísima y el camino largo es más pedaleable, ustedes elijen”- Sin pensarlo dos veces escogimos la larga a sabiendas que nos demoraría un poco más. Bajamos un par de kilómetros por la variante en dirección a Bogotá y encontramos el entramado de glorietas que pasaban por debajo y nos ponían en la dirección correcta. Efectivamente había que subir una pequeña colina pero el trazado estaba bien planificado y el ascenso era lo más parecido a un Mondoñedo desde Mosquera. Javier se fue adelante mientras que Yang y yo lo seguíamos de lejitos y cerrando el grupo José, Edgar, Darío y Gabriel. A medio camino de coronar y con el día moribundo Yang me dijo: “¿Y hasta el hotel queda en un premio de montaña?” –“Ja, ja, ja, si señor”- le contesté cayendo en cuenta de todo lo que habíamos trepado hoy- “Y todavía nos falta subir las bicicletas hasta el cuarto piso del hotel”- Agregué para darle más dramatismo al cierre. Cinco minutos después de coronar, arribábamos a Soracá, fin de la primera jornada y con unos 200 kilómetros acumulados solo desde la calle 170 con Autopista Norte. Allí nos esperaban el resto de compañeros que salieron adelante y que guiados por los tigres Sander y Néstor, tuvieron que soportar las duras rampas del camino corto, un “minitablazo” al decir de algunos de los implicados.

A medida que entrábamos en el “Hospedaje La María”, la propietaria nos iba acomodando en las habitaciones. Los carros acompañantes y las bicicletas también tenían asegurado su lugar en el mismo edificio y fueron las primeras en entrar en hibernación después del abultado kilometraje. Uno a uno fuimos reapareciendo por los pasillos ya con ropa limpia y un baño reparador encima. Pasadas las 8 nos dirigimos a un asadero – restaurante y dimos cuenta de una media docena de pollos con arroz, papa y demás acompañamientos, que repusieron las calorías perdidas y acumularon algo para el siguiente día. Después de la comida y como era de esperar, la gran mayoría se entregó a los brazos de morfeo y descansar cuánto más fuera posible, más sin embargo un puñado y medio de pedalistas de cuyos nombres no quiero acordarme y que guardaré en anonimato para evitar comentarios malintencionados de la prensa; todavía sufrían los rigores de la deshidratación a gran escala y lo único con que pudieron calmarla fue con unas ricas, deliciosas y espumeantes cervezas soracenses, que fueron despachadas sin remordimiento alguno mientras se rajaba a diestra y siniestra de los no presentes, en buenos términos valga la aclaración. La tertulia se cerró pasada la medianoche con un pacto de caballeros que rezaba: “lo que se dijo en Soracá se queda en Soracá”. Más no puedo decir.

Tengo que confesar que en mi caso la noche no fue tan reparadora como hubiera querido. La ausencia total de ruido que solo es posible sentir en estos pueblos “alejados del bullicioso y de la falsa sociedad”, como dijo Chente; me dificultó conciliar el sueño rápidamente. Por otra parte, un ligero dolor de estómago y algo de resaca muy mínima, me despertaron antes de que entrara el primer vestigio de luz solar por la pequeña ventana del cuarto y me obligaron a visitar el baño en la madrugada cuando el grueso del pelotón aún dormía.
A las 6 de la mañana volvió a sonar la alarma del reloj que tenía ajustada para el día anterior, pero solo hasta una media hora después empezaron a sentirse los primeros ruidos del contingente que se preparaba para la jornada decisiva. El sueño empezaba a apoderarse de mí en un ligero duermevela, justo ahora cuando tenía que levantarme y partir. Cuando salí del cuarto la gran mayoría ya estaban enfundados en sus uniformes variopintos y se disponían a empacar sus pertenencias en sendas maletas. Quince minutos después estaba en igualdad de condiciones con el optimismo a rebosar luego de comprobar que el temido dolor muscular que acostumbro a sentir al día siguiente de mis jornadas domingueras no existía en lo absoluto, probablemente a causa de las precauciones sabiamente tomadas. Al bajar al “lobby” del hospedaje y pasar al “parking” encontré al equipo enérgico alistando juiciosamente el equipaje para el regreso. Dos tigres, Sander y Rubén, se habían salido de sus jaulas y escapado furtivamente del pueblo con rumbo a Jenesano, dizque para estirar las piernas con unos 20 km adicionales de montaña, no hay respeto con estos felinos. Con la ayuda de Darío (aire) y Luigi (pegante) despinché la manguera averiada el día anterior y la embutí en el portaherramientas. Saldamos las cuentas pendientes del bar (que la noche anterior habíamos atendido en la modalidad de autoservicio) y nos despedimos amablemente de doña Carmen y su esposo, agradeciéndoles su enorme hospitalidad y prometiéndoles regresar algún día de estos, si Dios no la presta.

El sol volvía a inundar de luz y calor el ambiente, señal que otra vez agradecimos de todo corazón al Santísimo. A la salida del hospedaje, fuimos obsequiados con bananos por parte de la tripulación del carro 1, alimento indispensable anticalambre para lo que nos esperaba. Nos detuvimos en una cafetería frente al parque principal e improvisamos un desayuno light para no salir con el estómago vacío a darle manivela a las flacas. Cada uno se aprovisionó según su apetito y necesidades, llenando las cantimploras para los siguientes 70 km., pues según lo convenido no volveríamos a parar sino hasta mitad de camino, en Chocontá, para un refrigerio más “trancado”. A las 8:30 de la mañana crujieron los motores de los carros acompañantes y con el cielo azul como testigo, abandonamos este pintoresco pueblo bajo la mirada atenta de los transeúntes que nos despidieron sin despedirse, deseándonos tal vez desde su puro corazón campesino un feliz viaje y regreso a casa.

De regreso tomamos el camino largo por el que llegamos los últimos la víspera, que no obstante nos calentó las piernas con un par de kilómetros de cuesta tendida hasta un alto donde se divisaba la ciudad de Tunja en toda su amplitud, para luego descolgarnos por la pendiente que nos conectaba con la variante. Al llegar a la intersección tomamos el último descanso y nos metimos de lleno en la autopista con los primeros 5 kilómetros ininterrumpidos de ascenso constante que fraccionaron el grupo apenas empezando con Néstor y Darío en la punta, Luigi flotando en el medio; José, Leonardo, Edgar, Carlos, Sergio, Yang y este cronista en el grupo principal seguidos por Gabriel y cerrando Javier y Luis Fernando. Al concluir la variante y también la cuesta; preferimos tomarla suave con José y dejamos que solo el impulso nos llevara en los descensos para dejar que las piernas descansasen. Los compañeros de la vanguardia se fueron perdiendo en la serpenteante carretera, mientras que José y yo aplicábamos la misma terapia en los siguientes repechos, tomando yo la ventaja en las bajadas donde “la negra” por ser más pesada picaba en punta para luego ceder en la siguiente subida y ser alcanzado de nuevo. Pasamos el Puente de Boyacá y nos involucramos en el siguiente puerto duro, Tierra Negra, donde fuimos alcanzados por Javier, quien prácticamente seguiría de largo. En el posterior descenso, Luis Fernando me dio alcance y rodamos un buen tiempo, pero una “chichiligencia” lo volvió a rezagar al comienzo del tercer puerto de consideración, al cual llegué con lo justo a la cima en parte por el gradiente de la cuesta, el viento y el sol implacable. José venía a la retaguardia en el momento en que divisamos el providencial aviso “Alto de Ventaquemada” y despachábamos así el último escollo de consideración de la mañana.

A partir de este punto y a sabiendas que luego del descenso el terreno sería más benévolo con las piernas, me fui tomando confianza y ganando en ritmo de pedaleo, a tal punto que no volví a ver a José en el retrovisor y me concentré únicamente en los kilómetros que me restaban para llegar al refrigerio. Apuré en pequeñas dosis las viandas que llevaba para el camino a la par que ya iba desocupando la segunda caramañola. Pasé por Villapinzón con la moral de que faltaba poco para el siguiente pueblo, pero los 13 kilómetros que los separan se me hicieron eternos. Cuando al fin divisé las famosas antenas repetidoras a mi derecha y mientras tomaba un trago, los tigres que habían desertado aquella mañana de la concentración pasaron como bólidos y no me dieron el más mínimo chance de chuparles rueda aunque fuera en el límite de mis fuerzas. Finalmente el pueblo fue asomándose en una curva, pero hubo que rodar otro buen rato para llegar al restaurante donde ya estaban acomodados los que iban adelante. Al minuto llegó José y poco después lo harían Luis Fernando y Gabriel, completando los pedalistas que habíamos partido desde Soracá no hacía más de tres horas antes.

Las sensaciones no eran buenas ahora que estaba sentado a la mesa, las piernas me dolían y me sentía exhausto y somnoliento. Pedí unos huevos con arroz pues el apetito no daba para más. Me tomé un par de gaseosas y llené con agua las caramañolas que todavía contenían algo del Powerade de la recarga matutina. Llamé a la casa para avisar de mi paradero y me aseguré que hubiera una silla disponible en alguno de los carros por si las fuerzas me faltaban. Todavía quedaban unos 60 km. para llegar a Bogotá, Alto del Sisga incluido y la meta se me hacía larga, casi infinita.
Luis Fernando hizo un llamado al orden en el regreso para que a falta del último tramo casi todo en terreno llano pero tal vez el más duro de toda la odisea, nos mantuviéramos en grupo y así poder colaborarnos mutuamente y afrontar el remate en manada, al mejor estilo de Bogotá Sobre Ruedas. Este S.O.S. fue un alivio para la agobiante jornada y conllevó a un desenlace inolvidable.

Un día de sol en medio de este clima invernal era algo sorprendente en esta época, pero dos días seguidos de intenso verano eran un verdadero milagro, que solo el Altísimo nos ofrecía como recompensa a las lavadas que más de uno de los que hoy estábamos aquí, habíamos aguantado en el transcurso de esta temporada. El astro rey acariciándonos las espaldas fue el último recuerdo que tenemos cuando abandonamos el apacible hogar del restaurante en Chocontá y nos enfrentamos de nuevo con la árida autopista. El libreto empezó a interpretarse tal y como lo planteó Luis Fernando y la subida al Sisga fue neutralizada en su totalidad, marcando él mismo el paso a seguir y escoltado por el resto de compañeros, o mejor dicho casi todos, pues Sander, Néstor y Darío hicieron caso omiso de la recomendación y apenas hicieron terreno sobre nosotros, apretaron el acelerador y no los volvimos a ver en carretera. Gabriel no confió en sus capacidades y pidió que uno de los carros lo remolcara con él a bordo hasta el puente del rebosadero donde volvió a montar su bicicleta. Igual, lo alcanzamos y dejamos atrás, por lo que creo que mejor optó por colgar las zapatillas de una vez por todas y hacer lo que más le gusta: viajar augusto en carro, sin preocupaciones y sumando puntos para la combinada, en la que no tiene competencia.

Coronamos el Sisga con la satisfacción de si fuera el mismísimo Alto de La Línea y celebramos por la otra vertiente con un raudo descenso “a tumba abierta” aprovechando la amplitud de la vía, el poco viento y las ganas de llegar lo antes posible.
Como es costumbre nos volvimos a reagrupar pasando el puente de Sesquilé y sorteamos sin dificultad la tachuela que antecede el peaje, ahora sí solo quedaba terreno plano. Dejamos atrás los carros acompañantes debido al trancón vehicular para pagar el arancel y rodando cuidadosamente en fila india por la despejada berma cruzamos Gachancipá a moderados 30 km/h para luego tomar la variante de Tocancipá, donde el desnivel a favor hizo que la velocidad se elevara hasta el siguiente piso del acelerador. Nos fuimos turnando en la punta con relevos no programados pero coordinados, que unidos a la ausencia de viento nos pusieron a rodar como si estuviéramos disputando un sprint de etapa. Los rostros no expresaban lo que traíamos a cuestas, las fuerzas salieron de no se dónde, la alegría y la camaradería se fue contagiando en el lote, el expreso BSR transitaba como flotando sobre los rieles, ciclismo puro en acción.

Al pasar Briceño aparecieron de nuevo los vehículos de asistencia, el móvil de prensa pasó a un lado y empezó lo que podría describirse como una sesión fotográfica a campo traviesa. A cual más se disputaban por pasar al frente del pelotón y salir en primer plano en la foto, ora Luigi, ora Edgar, ora Carlos, todos querían darse su shampoo gráfico y robar cámara, mientras el obturador disparaba ráfagas multicolor de imágenes para la posteridad. Sin embargo el exceso de fama, como suele suceder, se le subió a algunos a la cabeza y en su afán de estar más cerca de cada toma, subieron las agujas del velocímetro hasta sobrepasar el límite de algunos, por lo que tocó llamar al orden y volver a encarrilar a las ovejas al rebaño, se acercaba el repecho de Almaviva y no queríamos desbaratar el tren antes de tiempo. Luis Fernando neutralizó este último rompepiernas y el puente siguiente de La Caro
corrió por mi cuenta. Al descender por el lado opuesto la jauría no se pudo contener más y en una explosión de júbilo, alegría y mezcla de toda clase de emociones, los once binomios que permanecíamos juntos rompimos filas e hicimos nuestra última escaramuza como cierre y fin de la emisión, demostrándonos a nosotros mismos que todavía teníamos energía para rato y que solo nos detendría la Voluntad Divina en nuestra inagotable sed de cabalgatas ciclísticas por cuanta carretera se nos atravesase. Hoy se renovaba la fe en el grupo.

Muchas gracias a todos los compañeros pedalistas que hicieron parte de esta aventura ciclística. A José por toda la logística del recorrido, altimetrías, cronograma, reservaciones, etc. A Luis Fernando y señora, hijo y señora, por la asistencia en el carro 1 y los refrigerios. A Darío y señora por la asistencia en el carro 2. A Sergio y familia, padre y madre por la asistencia en el carro 3, a la hermana por el excelente trabajo de reportería gráfica. A Sander, Néstor y Rubén por poner el paso a seguir (aunque nunca los alcanzamos) pero que son la meta a cumplir. A Leonardo, Javier, Luigi, Edgar, Yang y Carlos por la paciencia y espera con los gatos de las ligas menores; a Rodrigo por su osadía y por servir de conductor elegido y a Gabriel por su entusiasmo y ganas, así se suba cada rato al carro, que le vamos a hacer. A todos los compañeros que nos acompañaron via WhatsApp enviándonos mensajes de apoyo y deseándonos la mejor de las suertes. A todos los conductores que nos echaron pito por la carretera, en un claro gesto de apoyo al ciclismo nacional. A la mamá de Nairo Quintana por su amabilidad y paciencia a la hora de posar para la foto. A doña Carmen por fiarnos medio petaco de cerveza estando dormida. A San Pedro por brindarnos este par de días del carajo. A Dios por llevarnos y traernos sin inconvenientes que lamentar. A todos ustedes por aguantarse esta larguísima crónica sin quedarse dormidos, ola, ola, olaaaa, despierten!

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