CRÓNICA GUADALUPE - PÁRAMO EL VERJON

Etapa 10: Señales en El Verjón
La historia tiende a ser repetitiva y a veces no aprendemos de nuestros miedos infundados y experiencias propias.  En el 2012 el solo hecho de montar bicicleta por la vía a Choachí era visto casi como misión suicida y para nada segura. En ese entonces un compañero llamado Bryan Camilo no paraba de insistirnos en que fuéramos a visitar el Santuario con nuestras flacas. No faltaron los comentarios como: “¿Está loco?  o “Yo allá no voy ni porque me paguen”. Pero fue al final de ese año cuando ingresó Javier (en ese entonces Oscar), quien nos sugirió tenerla en cuenta dentro de la programación dominguera, pues según él no le parecía que hubiera peligro alguno rodar por esos lares. “Lo peligroso –decía- es que se nos atraviese una vaca cuando estemos bajando”, frase que por cierto sigue vigente y la volvimos a escuchar hace poco.
La propuesta se quedó solo en eso durante el primer semestre del 2013, pero un festivo que no teníamos salida oficial, José “le cogió la caña” a la idea y se aventuró con Javier a hacer un reconocimiento de terreno por su cuenta y riesgo. El guía y el invitado regresaron intactos y el mensaje de éste último era un versión moderna del “veni vidi vici” de Julio César (vine, vi y vencí); algo así como: “- Noo, ¡la verraquera!”.  El 14 de julio siguiente, luego de subir el Alto de Patios para calentar piernas, 7 pedalistas nos dirigimos al cerro de Guadalupe: fuimos, vimos, pedaleamos, vencimos y volvimos.
De nuevo la programamos para el 25 de mayo del año siguiente aprovechando un domingo de elecciones y el incremento de la vigilancia que suele darse para estas fechas en las zonas aledañas a la capital, obteniendo un leve aumento en la asistencia: esa vez hicimos cumbre 10 integrantes pero todavía eran muchos los que no se atrevían a pisar el cerro.
El pasado 25 de Octubre repetimos la terapia de choque y las elecciones, haciendo un leve cambio en el recorrido, no haríamos Patios pero subiríamos completo el Páramo del Verjón por la vertiente capitalina y remataríamos en Guadalupe. Pese a las buenas experiencias de los años anteriores, el ambiente se tornó oscuro a la hora de confirmar y algunos comentarios por el chat de whatsapp (no malintencionados por supuesto) con respecto a la seguridad de la ruta, hicieron que más de uno desistiera de participar y que otros que ya estaban confirmados, cambiaran de opinión a última hora por diversos motivos: reuniones familiares de última hora, enfermedades adquiridas durante el sueño, extraños percances mecánicos, compromisos laborales extras y viajes inesperados fuera de la ciudad; amén de los que ya sabíamos que no podrían asistir por estar asignados como jurados de votación.
La víspera de la etapa escasamente sobrevivíamos 8 pedalistas, de los cuales no sabíamos cuántos desaparecerían en el transcurso de la noche y las primeras horas del día en cuestión. Al amanecer se despejaron las dudas, más no las nubes negras que cubrían el cielo. Lo que faltaba, San Pedro se excusó también: estaba largo de agua y la lluvia envolvía toda la Sabana de Bogotá. Ni modos: Salida cancelada.
Si algo he aprendido con el ciclismo es que las cosas no hay que forzarlas y que todo tiene su razón de ser: el tiempo de Dios es perfecto. Media hora después del último mensaje climático, dejó de llover. No nos convenía salir, diría José más tarde. Es verídico y comprobable que tenemos que hacer caso de las señales que siempre están ahí para guiarnos por el buen camino, y no me refiero solo a las de tránsito, sino especialmente a aquellas que no son implícitas pero que aparecen y desaparecen con el único fin de que no nos desviemos de nuestro sino. Lo puede atestiguar Giovanny, que la mañana que se accidentó hizo oídos sordos a su esposa para que no saliera a montar bicicleta. O que me dicen de Paulo César que cuando bajaba del Vino hacia San Francisco “a tumba abierta” sufrió una impresionante caída, gracias a Dios sin consecuencias graves, por adelantar una tractomula. Este año me perdí de la etapa a Las Margaritas por exceso de sueño y a Guayabal por falta del mismo. Para la primera hubiera sido imposible asistir pues no desperté sino hasta las 9 de la mañana. Para la segunda hubiera podido irme trasnochado, pero con toda seguridad el arrepentimiento hubiera sido peor que los remordimientos por no haber salido. Luego de aprendida la lección, lo mejor es decir: Hoy no me convenía salir. Dejemos que El Jefe nos enseñe el camino y no forcemos los eventos. Si un camión nos obstaculiza bajando, en realidad lo que nos está haciendo es avisarnos de que no tenemos por qué ir más rápido, todo a su debido tiempo, no hay afán.

Como al que no le gusta el caldo se le dan dos tazas, la ruta volvió a programarse para el pasado domingo 8 de noviembre luego del puente festivo del Día de todos los Santos. Se recomendó en la invitación a que no se hicieran comentarios de la salida por whatsapp para no volver a causar un efecto dominó y las confirmaciones se recibirían en su mayoría por correo electrónico. También se alargó la ruta haciendo primero Guadalupe, luego completaríamos El Verjón y nos descolgaríamos unos 11 km hasta el parador Las Brisas. El resultado fue inesperado, algunos que estaban confirmados para el intento anterior cancelaron y se sumaron a la abstención, mientras que otros que habían cancelado se animaron y le apostaron a ir si el clima ayudaba. Pese a los pronósticos pesimistas que acarrea una doble invitación por la ruta a Choachí y un crudo invierno, el sábado en la noche luego de un día enteramente lluvioso teníamos 16 pedalistas confirmados.
A las 5:30 a.m. escuché los 10 timbrazos de la primera alarma. El sueño había sido muy reparador y la débil luz diurna ya se colaba por la ventana. No se escuchaba ruido alguno de gotas cayendo en el ambiente y el azul del cielo ganaba en mayoría sobre las escasas nubes. Los siguientes 10 timbrazos de la segunda alarma me volvieron a la realidad y me despertaron totalmente. Las señales concordaban en armonía celestial, el anhelado día había llegado, no había disculpa para no salir a pedalear, el camino estaba libre y despejado.
Siendo un punto de encuentro inédito en todas las salidas del grupo desde sus inicios, mis cálculos fallaron para llegar a tiempo al Edificio Colpatria por lo que hubo que recurrir a la ayuda de la “llamada a un amigo” y pedir 5 minutos extra de espera. La ciclovía empezaba a bullir de deportistas y el tráfico se hacía un poco complicado, pero a las 7:35 a.m. estaba saludando a los demás compañeros que muy cumplidos aguardaban a que José despinchara su rueda trasera. La grilla de partida sin embargo no fue la que esperábamos la noche anterior, fue mucho mejor, completamos 20 pedalistas, el doble del último ascenso, otra excelente señal.
Atravesamos la Carrera Séptima y nos deslizamos hacia la Calle 26. El Plan de Carrera era subir estrictamente en grupo hasta el cruce de Guadalupe. La calzada se empezó a inclinar nada más pasar por debajo del puente de la quinta, y hubo que poner un desarrollo más cómodo para avanzar.
Pasamos por la entrada al Funicular y tomamos la Circunvalar donde nos esperaba una rampa de considerable dificultad aunque corta para luego más adelante doblar a la izquierda en el desvío a Choachí.  Rodrigo, por ser el menos entrenado, tomó la delantera y asumió el rol de neutralizador, yo me fui detrás suyo y José cerraba al grupo, ambos armados con sendos silbatos para avisarnos de cualquier rezagado. Pasamos el CAI y el decorado empezó a cambiar, dejando atrás la urbe de cemento y adentrándonos en el bosque de la montaña. El punto de fuga estaba ubicado en el km 9.5 lo que nos daba bastante tiempo para subir juiciosos. Nos cruzamos algunos colegas que ya bajaban y que se sorprendían un poco al ver el numeroso lote que subía al unísono, como un solo ente, guiado por el sentido de pertenencia y la confianza en El de Arriba. El espectáculo no podía ser mejor, tal vez memorable, si alguna vez hemos subido como un grupo compacto, era ésta. El orden y la disciplina reinaba en el ambiente, más no el silencio. Aunque adelante Rodrigo nos llevaba a un cómodo 10 km/h que nos daba espacio para intercambiar algunas frases, los felinos que viajaban en los vagones traseros apenas si sentían el esfuerzo y seguramente comentaban sus ataques pasados y venideros sin ni siquiera jadear.
Un puesto del Ejército Nacional unos metros arriba y una patrulla en moto con policías que pasó haciendo ronda, revitalizaban la confianza en el grupo. Paolo, que traía problemas técnicos con su pacha empezó a quedarse del grupo pero fue asistido por Marco Tulio, quien le sirvió de gregario, mientras que José daba aviso a la vanguardia para bajar el ritmo y facilitar la reconexión. Llegamos a un pequeño descanso y aprovechamos para estirar la espalda con un pedaleo suave. En la siguiente curva divisamos el desvío hacia
El Santuario donde 4 policías bachilleres tomaban nota de los vehículos que entraban y salían. Apenas tuve el tiempo para hacer sonar el silbato y avisar a los felinos que ya se podían quitar el bozal y desplegar sus fauces. En menos de medio minuto, Rodrigo y yo, pasamos de punteros a últimos. La lucha por la cima daba inicio siendo los hermanos Schleck (Salcedo) los primeros en dar el ataque por izquierda.
El durísimo primer repecho dio cuenta de medio pelotón, seleccionando a los mejores. Vendria una seguidilla de descansos enganchados con rampas cada vez más penosas, que apenas si daban tiempo de tomar nuevos aires, estábamos por encima de los 3.000 metros de altitud. Leonardo fue el primero en llegar al techo seguido de cerca por Sander y David. Nuestro guía anfitrión Javier se presentaba en el cuarto lugar y Rubén en el quinto. Pese a partir en desventaja del punto de fuga y dejar a Paolo en curso, a Marco Tulio le alcanzó para coronar sexto. Jhonatan llegó enseguida y quedó atravesado en el penúltimo descanso pues su plato 39 con piñón 23 no le ayudaba en nada para seguir trepando por esta pared. Ruffo hizo sus primeros puntos para la combinada y tuvo que poner pie a tierra para coronar de octavo. José, en la novena casilla, también se bajó de su flaca en el parqueadero que precede la cima y estableció la meta para los siguientes arribos: Michael, Edgar, Héctor, Idemeyer, Franky y Oscar. A René lo pasé mientras caminaba con su compañera pero volvió a subirse con fuerzas renovadas y me remató en los 20 sufridos metros finales. Luego llegarían Rodrigo y Arley Reyes, un nuevo compañero de la facultad.

Bajamos con mucha precaución de este pedestal ciclístico y volvimos a tomar la vía a Choachí. Sander tomó la delantera pues iba a bajar hasta el pueblo. Todavía nos restaban 8.5 km hasta la cima del páramo. Desafortunadamente en el descenso la cadenilla de mi bicicleta se soltó y al retomar el ascenso los cambios empezaron a saltarse. Me bajé a revisar y descubrí que un eslabón estaba torcido. Rodrigo y David se quedaron conmigo para resolver la avería, pues gracias a Dios traía la herramienta para hacerlo. Volver a poner a funcionar el engranaje nos tomó unos 25 minutos que agradecimos con un sol que se compadeció del habitual clima de la zona. Arrancamos a seguir subiendo, otra patrulla motorizada pasó de largo y unos metros adelante soldados a lado y lado de la vía mientras que José y Marco Tulio habían bajado para acompañarnos en la travesía. Un poco más arriba Edgar y René también hacían lo propio, para más tarde llegar todos juntos a la cima y completar los 18 km del Verjón además de los 2 km de Guadalupe. Aquí estaba el resto del grupo incluido Paolo que había seguido derecho en el cruce al Santuario.
La idea era bajar 11 km más por la otra vertiente, pero debido al retraso que les causé (aprovecho para ofrecer una disculpa caballeros), decidimos acortar la ruta hasta el parador más cercano calculado en unos 7 km. Rodrigo y Paolo ya venían con lo justo, mientras que Marco Tulio tenía compromisos familiares, por lo que en este punto ellos tres dieron media vuelta y emprendieron el regreso. Los restantes 16 nos descolgamos y entramos en un bosque de espesa neblina que al disiparse nos vino a depositar 9 km abajo de la cima, la misma que hacía poco habíamos coronado con no poco esfuerzo.

El restaurante que nos acogió para el desayuno se levantaba al borde del abismo y la vista era impresionante sobre el desfiladero. Luego de las viandas y con renovado ímpetu, nos dispusimos a afrontar el último reto de la jornada. Arley, Oscar, René, Franky y yo; nos encargamos de abrir las acciones para este duro puerto de
segunda categoría. Tres minutos después salieron Héctor y Edgar, mientras que los tigrillos de la B lo harían con la misma diferencia con José, Ruffo, Idemeyer, Javier, David, Rubén y Michael. Cerrando los tigres de la A Leonardo y Jhonatan a otros 3 minutos.
Franky y René tomaron ventaja mientras que Arley se quedaba en los primeros metros, dejándonos a Oscar y a mí en la mitad de la contienda. Las piernas empezaron a sentir la inclinación de la cuesta que siempre se mantenía por encima del 7%. Oscar se puso delante de mí y lo fui perdiendo poco a poco, mientras que Franky empezaba a flaquear en la punta y cedía su puesto a René. Al alzar la cabeza la vista era impresionante sobre el corte de la montaña y en la lejanía se distinguía el puente vehicular donde obligadamente teníamos que llegar y que a la vez marcaba sino el final del sufrimiento, si una rebaja en las penas de estos condenadas al ciclismo.

A medida que avanzábamos el orden cambiaba en la misma proporción a las reservas que cada quien tenía. Oscar le daba alcance a René y yo hacía lo mismo con Franky. David pasaba como primero de la B y Michael le pisaba los talones, seguido por Rubén en plena inspiración. Persiguiendo Javier y un impresionante Idemeyer a la rueda. Con mucha persistencia alcancé también a René y lo dejé atrás, mientras que Héctor y luego Edgar me daban cacería justo antes de llegar, quien sabe cómo, al puente que minutos antes veíamos como misión imposible de lograr. Efectivamente la intensidad del declive aminoró un poco para satisfacción nuestra y ahora se trataba de mantener la ventaja lograda en este primer tramo. José pasó refunfuñando por su mal desempeño y Ruffo lo seguía de cerca. Volví a recortarle terreno a Oscar, pero éste supo mantenerme a raya. El paisaje cambió drásticamente y entramos en terreno de páramo nuevamente a rematar los 2 últimos kilómetros decisivos a meta.
El tigre más joven Jhonatan le ganó al experimentado Leonardo en la zona de repechaje y con un cambio de ritmo se impuso en el premio de montaña y de paso la etapa. David mantuvo su ventaja
sobre sus congéneres y llegó tercero seguido por Rubén que pudo sostenerse apartado de Javier. Michael desfalleció al final y llegó sexto, mientras que Idemeyer se impuso con categoría sobre los de la C, Héctor y Edgar, y sus colegas Ruffo y José. Este último se quedó por fuera del top 10 en los metros finales a raíz de un ataque sorpresa no previsto del primero. Oscar volvió a tomarme ventaja en los repechos, que para mi satisfacción personal, atribuyo a que no podía emplatonarme por falta de eslabones en mi cadena. Cuando quedaban 200 metros miré hacia atrás para cerciorarme de que René no venía a reclamar mi puesto pero me encontré con que el que se acercaba era Sander y su moto ATM (a toda mecha). Pese a los gritos de ánimo de mis compañeros para ganarle aunque fuera una vez al tigre, las fuerzas no me alcanzaron para lograr la hazaña. Cerrando y con lo justo llegó René a la cima en el puesto 15 y después Arley quien sobrepasó a Franky, que mas tarde en la rueda de prensa expresó al respecto: “esta subida me estaba cobrando arriendo”.
El descenso fue inmediato apenas coronó el último y lógicamente encaravanados. La serpiente multicolor, que por cierto cada vez más ya está tomando los colores de BSR, se deslizó cuesta abajo a mejores climas. Solo una safada de cadena de David y un pinchazo de Sander, detuvieron levemente la marcha. A mediodía, según lo previsto, el expreso Bogotá Sobre Ruedas rodaba de nuevo por la calle 26 y los pasajeros se iban desperdigando a sus sitios de origen.
¿Una salida peligrosa? Para nada. No he visto más policías y ejército en ruta alguna como la del pasado domingo. Y no eran elecciones.
¿Una etapa fácil? No creo. Si contamos los tres ascensos de la jornada, tuvimos un acumulado de 29 km de montaña.
¿Una ruta más? Es cierto. No creo que de los 20 que asistimos haya alguno que diga que no le gustó la etapa. Sencillamente espectacular.  Choachí nos espera el próximo año, espero que no olvidemos esta salida y caigamos de nuevo en los miedos infundados sin razón, porque de verdad que no los hay.
Es todo compañeros, nos vemos la próxima.

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