PAJAREANDO POR LA ESCALERA

Ayer domingo se corrió la etapa 13 del Clásico BSR Finalización, correspondiente a la salida 31 del presente año y la 116 del acumulado histórico.  Pese a que cayeron lloviznas aisladas en la ciudad la noche anterior, la mañana nos obsequió un clima seco que se apiadó de los innumerables ciclistas que colmaron las carreteras de la Sabana Bogotana, entre ellos 15 madrugadores pedalistas que a las 7:30 a.m. en punto se subieron a sus máquinas para dar cumplimiento al sagrado rito del ciclismo en carretera.
Los primeros 16 km de terreno plano se hicieron sin afanes, pero sin bajar la guardia y a unos cómodos 30 km/h, llegamos a Cartagenita y doblamos a la izquierda. El grupo siguió compacto y solo Peter tuvo que hacer una pequeña parada a recoger la caramañola que se le había caído, lastimosamente el punto de fuga ya estaba a la vuelta de la esquina y no hubo quien se apiadara en esperarlo. Ni modos, los felinos ya sentían el olor de la primera cacería y al asomarse el primer indicio de cuesta, el ataque y consecuente estirón del pelotón no se hizo esperar, hoy era día de montaña… ¿Y cuándo no en el BSR?
El suscrito cronista, quien desde hacía dos semanas no se subía en su flaca –grave descuido- fue el único que se compadeció del rezagado, más por falta de fuerzas que por razones de índole humanitario. Así y todo, Peter me alcanzó y subimos casi en su totalidad el puerto de cuarta categoría del Alto de La Virgen.  El podio estuvo compuesto por Jeferson, Sander y Leonardo, mientras que Javier les arrebató a Cristian y a David el cuarto puesto, quienes ya habían bajado la guardia creyendo que la cima estaba coronada. Luego pasarían Luigi, Rubén, Arley, Paolo, Julián, Sergio, Gabriel, Peter y yo.
En el parque de Zipacón nos reagrupamos de nuevo y sin más espera nos descolgamos hasta la población de Cachipay, el destino de hoy. Aunque temíamos que el mal clima hubiera hecho estragos en el sector destapado, nos sorprendió ver que estaba en un estado aceptable, incluso mejor que en otras ocasiones. Unicamente Gabriel y Peter optaron por bajar un poco menos que los demás, por lo que abajo en número de trece nos alistamos para la contrapartida y dispuestos a subir los 1.065 metros que nos separaban de la cima.
Como no habían integrantes de la E, fuimos los de la D los encargados de iniciar el tormentoso ascenso. Julián, Sergio y yo, arrancamos a las 9:25 a.m. con la esperanza de estar unas dos horas después como mucho, de nuevo en la tan esperada cima. El Plan de Carrera dictaba que nos separarían 6 minutos entre cada categoría, así que en ese orden de ideas, a las 9:31 salieron los de la C: Paolo y Arley; a las 9:37 los de la B: Javier, Rubén, Cristian, David y Luigi; mientras que a las 9:43 cerraban los de la A: Jeferson, Sander y Leonardo.
-“Despacio muchachos que esto es largo, no se vayan a fundir antes de tiempo”, fueron las primeras palabras que les compartí a mis compañeros de categoría, con la sabiduría que me daba ventaja sobre aquellos al haber subido el puerto en ocasiones pasadas y ser testigo del abandono de más de un Sobreruedista por la dura cuesta. El consejo no tuvo oídos sordos, y mis dos coequiperos se mantuvieron a la raya de mi lento paso, llegando los tres al cruce que lleva a Anolaima sin ninguna novedad.  De ahí en adelante Sergio primero y Julián después, se pusieron al frente del cañón pero las fuerzas empezaron a abandonarme y los fui perdiendo poco a poco. En ese momento pasó Arley con paso arrasador pasando a ser el puntero en solitario. Inmediatamente volteé a mirar para ver si venía Paolo, pero no había rastros del fantasma.
A medida que seguíamos subiendo, la distancia se hacía más grande y los sobrepasos se sucedían unos tras otros. Cristian sería el primer tigrillo que me rasguñó la espalda, seguido de lejos por Luigi y luego por David. Un extraño silencio se apoderó del bosque que rodeaba la carretera, todo quedó en suspenso por un instante, de pronto, las hojas que alfombraban el pavimento empezaron a espantarse hacia las orillas. No se escuchaba ningún motor que anunciara algún vehículo en la proximidad, cuando de la nada apareció el tigre Jeferson, parado en pedales, plato grande y piñón 23, calculo yo, una máquina total de asalto de montaña, el terror de BSR y nuestra mejor arma en la actualidad. No duró mucho la visión, solo tres palabras salieron de sus fauces: “Voy por ellos”, el resto es historia. Más atrás pasaría Javier, quien con paso conservador y conocedor del terreno, manejaba su propia estrategia. 
Sentí que las rampas hoy estaban más duras que antes, el ritmo iba desmejorando y el velocímetro no alcanzaba ni siquiera las dos cifras. La lejanía me empezó a envolver con música que se acercaba, súbitamente alguien tocó mi espalda y vi que era Rubén que iba haciendo su trabajo, amenizando la faena con un himno de los Guns N’ Roses, el pedalista se fue, la música fue desapareciendo… We been dancin' with Mr. Brownstone , He's been knockin', He won't leave me alone. No, no, no…
La canción me siguió sonando en la cabeza, hasta que el fantasma apareció de la nada y casi me mata del susto, estábamos en lo más duro pero a Paolo se le veía mucho mejor de fuerzas, por lo que siguió de largo sin dificultad. Al cabo de unos cinco minutos, pasaron los otros dos tigres, Sander y Leonardo, iban uno al lado del otro trabajando de manera mancomunada, cero palabras, concentración absoluta, paso demoledor, la mirada fija en el horizonte, no había tiempo que perder y mucho terreno por recuperar.
En las rectas todavía alcanzaba a divisar a Sergio a unos 300 metros más o menos, sin embargo algo no estaba bien, ya había pasado lo más duro, incluso el destapado sin dificultad, pero sentía que las piernas ya no respondían y que la gasolina se acababa. Traté de sostener el paso que me ganaba en los pocos y cortísimos repechos, pero una vez se inclinaba de nuevo el terreno la cadencia bajaba dramáticamente. La velocidad ya rondaba los 7 km/h en unas rampas que no creo que superaran el 5% de porcentaje. Definitivamente algo no estaba bien.  Me acercaba a una curva a izquierda en donde queda ubicada la única tienda en kilómetros y tal vez la única antes de llegar a Zipacón. Pasé por el frente, pero 5 metros después me bajé de la bicicleta. No daba más. Tomé un refresco y un descanso de unos cinco minutos y volví a retomar el ascenso.
La situación mejoró al principio, era obvio, pero unos dos kilómetros después me tocó volver a poner pie a tierra. La terapia se repitió otras dos veces. La idea de subirme a un vehículo empezó a rondar en la cabeza pero no le hice mucha fuerza. Por fin, en mi última parada, saqué tímidamente la mano para parar un vehículo, con la esperanza de que no me recogiera, pero con el deseo de acabar con el sufrimiento.  Pasó un taxi y una camioneta pero hicieron caso omiso del desvalido ciclista.  Caminé un poco hacia arriba para acortar la distancia al cabo del cuál se acercó un colega en todoterreno que al pasar al lado mío me dijo: “Vamos, queda poco”. Volví a subirme en la negra, con el ánimo reconfortado por la promesa del colega. Las cuentas no me cuadraban, los kilómetros se hicieron eternos y de aquello nada. En la siguiente curva divise el aviso de “Camino Real de Zipacón”, el primero de dos, que anuncia que estaba en el último kilómetro. Gracias Dios mío.
Si no es porque se llega a Zipacón en bajada, tal vez no lo hubiera hecho montado en la flaca. El impulso me alcanzo para trepar hasta el parque y rodar un par de cuadras más hasta una panadería, donde me estacioné o mejor dicho, casi me desplomo. Duré unos 10 minutos con una pony malta en las manos y jadeando sin parar. Traté de comunicarme con la manada pero fue imposible. Ni llamadas ni mensajes salían, algo propio de el Alto de la Virgen. Mandé un mensaje vía Whatsapp “Estoy con una pájara en Zipacón. No me esperen arriba”. El primero en contestar fue Parra: “Pájara es igual a una pálida o es una moza?  Algo de humor también serviría para recuperarme. Cargué agua en la caramañola y comí algo de sal (no lo que está pensando Parra, por supuesto), salí a la calle y entró una llamada, era Peter:
-Quiubo mano, ¿dónde está?
-Estoy atravesado en Zipacón. No se preocupen vayan siguiendo. Yo me demoro mientras me recupero un poco.
- ¡No mano, que tal! Ni más faltaba, nosotros lo esperamos. Usted siempre se queda esperando a los rezagados, pues nosotros también lo esperamos. Coja un taxi y suba, o mejor dicho, nos vemos en Cartagenita.
- Listo Peter, muchas gracias. Voy a hacer eso. Muchas gracias de nuevo.
Dicho y hecho. Atravesé la calle y paré un taxi. El segundo que pasó me recogió, como pude solté la rueda delantera y monté a la negra entre el baúl. Me empaqué atrás con otros dos paisanos, que me imagino disfrutaron de mi ciclo aroma, después de dos horas de lucha con la montaña. Subí lo que quedaba a 40 km/h., un poco parecido a lo que suben los tigres. Al pasar por la cima, divisé al grupo. Le dije al taxista que me dejara ahí. Pagué y me uní a la manada que estaban ayudando a despinchar a Gabriel. Ya no había más montaña.
El premio de montaña de primera categoría lo ganó Jeferson, quien según palabras de él, se relajó pasando Zipacón y puso el plato pequeño. El pacto de no agresión entre Sander y Leonardo, se rompió en el último repecho, y fue éste último el perdedor al soltársele la cadena y quedar literalmente pataleando a escasos metros de la cima. A Cristian le alcanzó la gasolina para llegar de quinto, pues Luigi fue el único que pudo sobrepasarlo. Javier dio a buen recaudo con David y Rubén hizo lo propio con Paolo. Arley se quedó en los últimos kilómetros y fue pasado por Julián, mientras que Sergio, aunque le recortó camino, no pudo alcanzarlo.
Dos minutos después arrancamos. Llegamos a Cartagenita e hicimos el trayecto hasta el siguiente punto de fuga a paso moderado. Al pasar el peaje, se relanzó la carrera. Los felinos apuraron el paso y se fueron perdiendo en el frente de batalla vía la variante. Peter se quedó conmigo y nos metimos por Madrid para cortar terreno.
En el sprint de meta, Jeferson, Sander y Luigi se alzaron con el podio, seguidos por Leonardo, Cristian y Javier. Luego entraron Rubén, Sergio, Paolo, Julián, David, Arley y Gabriel.
Eso es todo compañeros y no lo olviden, la infidelidad a la flaca se paga caro.
P.D. Al llegar a la casa me di cuenta que tenía puestas las medias al revés.  No creo en los agüeros, pero por si las moscas, revisen bien cómo tienen puestas sus prendas antes de salir de sus casas, no vayan a pescar una pájara por vestirse a oscuras.

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