Aquella misma tarde del descalabro en La Escalera, las voces de protesta no se hicieron esperar en mi golpeado espíritu deportivo. Si iba a seguir rodando con los BSR tenía que ser juicioso con las salidas dominicales y tratar de no descansar los puentes festivos o por lo menos recuperar la inactividad con salidas entre semana para no perder la forma. Lo vivido en esa penosa jornada ya era cosa del pasado y estaba dispuesto a evitar a toda costa que me volviera a suceder.
Empecé haciendo dos salidas entre semana, trabajando fuerza en pendientes cortas pero con un buen desarrollo. Además de eso hice una salida más larga (vuelta a la Sábana), el domingo que precedió el puente festivo, cuando no había salida oficial programada con el grupo. Creo que con eso sería suficiente, si no para mejorar el rendimiento, por lo menos para no quedarme sin fuerza a medio camino en los ascensos, como había sido la constante durante este año, con muchos altibajos después de la lesión de la rodilla.
El pasado domingo 23 de Noviembre, nos esperaba la salida a Guatavita, la más larga de la temporada con casi 120 km., rematando en Patios por si fuera poco. A pesar de lo que se nos avecinaba, la asistencia estuvo bastante nutrida, con 19 pedalistas que no desaprovecharon el hermoso día de verano que nos regalaba Dios y dispuestos a dar el todo por el todo en esta etapa 14 del Clásico BSR Finalización. Un integrante nuevo, Elkin Forero, se convirtió en el estreno 40 del año en curso (el 94 del acumulado de BSR), un pedalista de poca trayectoria, pero que en su corto tiempo en el mundo de las bielas ha logrado increíbles progresos en su rendimiento físico. Lógicamente estuvo de acuerdo en hacer su estreno en este largo recorrido y previa entrevista telefónica, no vio ningún problema en medírsele a hacer el doble de kilometraje de lo que hasta ahora estaba acostumbrado a realizar en sus salidas en solitario.
Paso relajado durante los primeros kilómetros de la Autopista Norte, solo con una detención para arreglar un problema con el portacaramañola de David, que fue aprovechado por los compañeros para hacer nuestra “parada técnica” y de paso colaborar con el ecosistema y cuidar nuestras vejigas. Resuelto el percance, retomamos la marcha pasando por Briceño, Tocancipá y Gachancipá; donde al salir a la doble calzada otra vez; el grupo apretó el ritmo en cabeza de Luigi y Sander, lo que ocasionó que poco a poco fuera sobrepasado por cada uno de los integrantes que trataban de no perder la rueda, ante lo cual preferí guardar mis “cartuchos” para el final de la batalla y no quemarme antes de tiempo.
El único que quedó detrás mío fue Gabriel y con él seguimos a paso más moderado al grupo que avanzaba con afán desmedido sin percatarse de la retaguardia. José primero, y Paolo después, ambos viejos combatientes de esta etapa, también hicieron caso omiso de los punteros y prefirieron quedarse con los rezagados para no desgastarse demasiado y llegar con las fuerzas menos minadas al punto de reaprovisionamiento. Fue así como los cuatro jinetes (no del apocalipsis), presintiendo la debacle, pasaron por Sesquilé e hicieron los tortuosos columpios y posterior trepada al Lavadero, como se le conoce a la subida que lo encumbra a uno a las calles de Guatavitá. El resto del grupo ya estaba cómodamente instalado en la sede social y punto de refrigerio establecido.
Cada quien tomó y comió lo que quiso y pudo, cada quién habló lo que se le antojó, cada quién pagó lo que debía y cada quién hizo sus conjeturas de lo que pasaría de aquí en adelante. Solo el destino nos diría quiénes llegarían al Alto de Patios y bajo qué condiciones. Al cabo de unos minutos que se hicieron eternos por la demora en la atención de los posaderos y por el ánimo que se vivía en la estancia, finalmente jinetes y caballos se fundieron en un solo ente y abandonaron las blancas casas de este hermoso pueblo con el fondo del embalse de Tominé que nos acompañaría aún durante algunos kilómetros más, mientras bajábamos de las nubes en que se encuentra este paraíso, acaso dándonos la despedida y deseándonos buena mar para la tormenta que se avecinaba.
El arreglo del portacaramañola de David no duró mucho y éste de nuevo se precipitó a tierra. El dueño se apeó de su bici, pero esta vez el grupo no se detuvo. Hubo que llamar al orden por vía del silbato a los punteros para que bajaran la velocidad mientras esperábamos al compañero damnificado. Solo Alvarito continuó de largo, tal vez porque llevaba unos audífonos puestos y no se enteró de lo que pasaba a sus espaldas. Afortunadamente el rezagado volvió a conectar con el grupo, pero algunos compañeros siguiendo el instinto animal, o felino que llaman, se apresuraron a darle caza a Alvaro, quien ya llevaba bastante metros de ventaja. Uno a uno, igual cómo sucedió en el trayecto de ida, y otra vez con Luigi y Sander a la cabeza, fueron arrastrando a la gran mayoría de integrantes, quienes volvieron a partir el grupo en dos, pero esta vez dejándonos a siete compañeros en la retaguardia.
Julián, Paolo, Sergio, Gabriel, Camilo, Leonardo y yo; el grupo de “los cortados”, seguimos en nuestra táctica conservadora, aunque a decir verdad, muchos de ellos ya acusaban la falta de gasolina. Le pedí a Leonardo, el tigre alfa; que conectara con los punteros para que nos esperaran, pero me recordó que igual, lo tendrían que hacer en el punto de fuga antes de empezar a subir Arepas o serían castigados. Y tenía toda la razón, no veía el por qué del afán de ir adelante si después tendrían que parar. ¿Cuestión de estrategias? No creo mucho. A no ser que fuera para ir doblegando a los rivales directos.
Llegamos al cruce de Guasca y emprendimos el falso llano que nos llevaría al Alto del Salitre. Los siete jinetes (esta vez si parecían del Apocalipsis) en una sola manada a paso moderado, con Camilo y conmigo a la vanguardia, coronamos sin inconvenientes y nos descolgamos hasta la Ye para doblar hacia la izquierda y enfilar hacia La Calera. Salvamos los cortos repechos que nos seguían desbastando las esperanzas de llegar a la cima y apretábamos el paso en los descensos para recuperar el terreno perdido. Después de pasar el peaje, Julián se me acercó para que le echara un vistazo a su rueda delantera que la sentía baja de aire y efectivamente, el caso ameritaba irnos de primeros auxilios. Nos orillamos a la vera del camino y cada quien reclamó esa parada como un bálsamo para nuestras cansadas piernas. Ayudamos con el cambio de manguera, que por cierto no se había pinchado sino que se le había levantado un parche antiguo y nos comunicamos con la avanzada. Como era de esperarse, nos esperaban al pie de la montaña, prestos para el ataque final.
Montamos la rueda y volvimos a encaramarnos sobre nuestras flacas, esta vez con la esperanza de no bajarnos hasta el Alto de Patios. Solo nos separaban un par de kilómetros de nuestros compañeros, por lo que el inicio del desenlace estaba literalmente a la vuelta de tres curvas. Antes de la última, empecé a hacer sonar el silbato para avisar que ya íbamos llegando y no detener la marcha. La señal fue entendida de inmediato y a la distancia observamos cuando los “avanzados” empezaron a montar sus bestias. En menos de un minuto pasamos por el punto de fuga y se nos unieron los restantes doce Sobreruedistas. El remate estaba lanzado, había llegado el momento de la verdad, de aquí en adelante cada uno iría por sus propios medios, y miedos también, a tratar de coronar la tan anhelada y sufrida meta. Lo único que acudió a mi mente fueron las palabras de los Jedis de la Guerra de las Galaxias: “Que la fuerza te acompañe”…
El impulso nos alcanzó para pasar de largo y tomar la delantera. En primer lugar Paolo, seguido de este cronista y de una horda de felinos hambrientos que no dejó que duraramos mucho en compañía de la moto 1. El primero en pasar fue Luigi, arrastrando tras de sí a Sander, Jeferson, David y Alvaro. Instantes después perseguían José, Javier, Leonardo y Rubén. Tras de ellos Elkin, Mauricio y Parra hacían su mejor esfuerzo para sostenerles el paso. En menos de un minuto fui relegado a la posición 14, en la que me sostuve por un tiempo similar, hasta que me pasó Julián y posteriormente Camilo. Miré hacia atrás y vi que Carlos y Sergio cerraban el lote, mientras que Gabriel se me acercaba de a poco. Finalmente éste último me alcanzó en el pequeño descanso del primer kilómetro, pero el esfuerzo le fundió el motor y volvió a quedarse cuando la loma se tornó hostil de nuevo. Seguí a mi ritmo tratando de sostener la cadencia y vi a lo lejos que Camilo subía con dificultad. En el kilómetro 2.5 le di captura y me alcanzó la fuerza para seguir de largo. Julián también se estaba quedando, pero me estaba demorando más tiempo en recortarle terreno. A falta de una curva logré a tenerlo a unos 50 metros, pero coronó el Alto de las Arepas de primero y lo volví a perder de vista.
Inicié mi descenso sin afán y con mucha precaución. Todavía quedaba mucha tela por cortar. Entrando a La Calera volví a hacer contacto visual con Julián, pero en el pueblo definitivamente lo perdí. Ahí me llegaron Gabriel y Camilo. El primero iba a ser su acostumbrado transbordo a Bus, mientras que el segundo continuaría en la batalla. De los últimos no se tenían noticias de que vinieran cerca. El paso por La Calera poco o nada ayudó a recargar las baterías. La carretera no demoró en ponerse otra vez hacia arriba y nosotros con ella. Mi acompañante de turno definitivamente no venía muy bien y en el primer repecho se quedó de mi rueda. Yo hice de tripas corazón para alcanzar el Alto del Sapo, y ya arriba todavía me preguntaba si podría coronar en Patios.
Me descolgué por frente a la represa de San Rafael y a lo lejos alcancé a divisar otra vez a Julián. Ahora me llevaba más de 800 metros, de los cuales yo tenía por recorrer más de la mitad en descenso, o sea que prácticamente la distancia no había aumentado mucho. Hice los siguientes repechos en solitario ahora con la idea de no bajarme y perder las cuatro posiciones ganadas con no poco esfuerzo. Llegué al último descenso que me dejaría en la boca del lobo para el temido remate. El sol había pegado con fuerza todo el día y ahora estaba justo encima de nosotros, añadiendo otro castigo más a tan agobiante travesía. Las piernas clamaban a gritos el fin del suplicio, pero todavía quedaba lo más duro. De pronto me pareció escuchar de nuevo la voz de Obi Wan Kenobi al oído: “Que la fuerza te acompañe…”.
Se acabó el descenso y apenas tuve el tiempo suficiente para quitarme las gafas, meterlas en el bolsillo de atrás y poner la bicicleta apuntando al cielo. La dureza de la montaña me recibió como un baldado de agua fría. Esto era el acabose. A 7 km/h , Blackie (negra) y yo avanzábamos penosamente, sorteando la madeja de curvas de bienvenida de este cierre. Una a una fueron superadas con el deseo postergado de no sucumbir en la próxima. Increíblemente ahora añoraba llegar hasta la recta de los lamentos, mi “coco” de esta llegada, pues sabía que al tomarla ya solo faltarían 2 kilómetros. Mis deseos fueron complacidos un par de minutos después y además venían con regalos. A mitad de la mencionada recta, Julián le daba alcance a Elkin, quien había puesto pie a tierra y ahora se montaba de nuevo en su bici a tratar de seguirle la rueda a su cazador. Este espejismo me devolvió la moral y me propuse, sino alcanzarlos, por lo menos recortarles terreno.
Con la mirada clavada en el pavimento de uno dos metros adelante mío, seguí pedaleando sin bajar la guardia. Me propuse no levantar la cabeza hasta que llegara a la curva hacia la izquierda, pero la curiosidad no me dejó hacerlo. So pena de convertirme en estatua de sal como la mujer de Lot, pero esta vez si miraba hacia el frente, no aguanté las ganas y me sorprendí al ver que mis compañeros estaban a menos de 20 metros de distancia. Se acabaron los lamentos de la recta y ahora nos recibirían una seguidilla de curvas de un poco menos de intensidad, tan solo un poquito. En la segunda curva Elkin volvió a bajarse de su bici, era increíble lo que había hecho este nuevo compañero, mis respetos señor Forero. Pasé por su lado no sin antes augurarle que ya íbamos a coronar. Ya íbamos por cinco atenciones y la posibilidad de una nueva presa estaba a menos de diez metros.
Lentamente alcancé a Julián pasando por el cruce a Santiamén… ¿Cómo? ¿Y usted que hace aquí? ¿Pero si yo le llevaba mucha ventaja? ¡Y ahora me viene a alcanzar casi llegando!... Fueron sus justificados reclamos al pasar yo por su lado. Por lo menos él todavía tenía alientos para hablar. No me acuerdo qué le contesté, seguí pedaleando y pasé al frente. Ahora tenía un problema que resolver: ¿Cómo me iba a soltar de Julián? La respuesta se dio por sí misma, simplemente dejé de escucharlo.
Pocas veces en la vida un giro de la cabeza le puede dar a uno una doble satisfacción. En una curva hacia la izquierda, miré hacia atrás para ver en qué andaba mi presa, pero oh sorpresa, ya estaba a más de 20 metros. Volví de nuevo la cabeza hacia el frente, y oh, otra sorpresa: una chaqueta naranja avanzaba lentamente, menos que yo, a escasos 20 metros, llevaba por dentro a Mauricio. No contento con lo hecho a lo largo de este puerto, un sentimiento de avaricia por querer más sobre pasos y uno de gula por más presas, se apoderó de mi y de Blackie, que ahora éramos sin duda alguna: el Binomio de Oro.
Poco a poco, pero lo que se dice poco a poco, fui acercándome al viejo Mao, con mucho sigilo y pericia. Ahora se trataba de ser “perro viejo” en estas lides y a falta de una curva, no me podía dar el lujo de alertar a mi compañero de mi inminente llegada. No sé como hice, si aguanté la respiración, si la negra se contuvo también para que no le sonara nada, si el ruido de los carros ayudaron, si Mao iba tan concentrado que no se percató de mi presencia; lo cierto es que estando a menos de dos metros de mi compañero y a unos diez del peaje-meta, saqué las fuerzas de todo el imperio de la Guerra de las Galaxias, pasé de mi piñón 25 al 23 mientras me paraba en pedales y luego al 21 cuando hice el sobrepaso, y al mejor estilo de Rodrigo y de Yesid; asesté tremendo hachazo en la humanidad del pobre Mao, quien vio cómo a escasos dos metros de la raya de sentencia, perdía su posición conmigo a causa de un ataque relámpago y certero, que apenas si me alcanzó para pagarle el tiquete a él más ni siquiera para pagar el mío.
Gracias a los entrenamientos, gracias a la comida, gracias a mis patrocinadores, gracias a Blackie (¡no te vuelvo a abandonar carajo!), pero más que todo gracias a mi estrategia conservadora a lo largo de esta inagotable etapa, se vieron los resultados materia de esta crónica. Gracias a todos los compañeros que llegaron por delante de mí, pero muchas más gracias a los que llegaron después, por dejarse atender y devolverles atenciones pasadas.
No tengo en el momento el orden exacto de llegada a la meta, pero dicen por ahí que Sander se impuso sobre los otros tigres Jeferson y a Leonardo. También dicen que José se hizo un etapón y se metió de cuarto, ganándole a todos los tigrillos de su especie. Que Alvarito que llevaba un buen tiempo sin hacer salidas largas, logró llegar de sexto. Que Paolo hizo valer su ascenso en la categoría C, que Parra también se sostuvo luego de subir La Línea el pasado puente, que Carlitos logró sobrepasar a Camilo a Gabriel y a Sergio, que éste último llegó fundido, pero llegó, que Bongo le dio a Borondongo y que Borondongo le dio a Bernabé…
Eso es todo compañeros, quedamos en espera de los reportes de la moto 1 y la 3, porque esta vez les narré lo que vio la moto 2. Nos vemos la próxima… y no lo olviden… ¡que la fuerza los acompañe!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario