CRÓNICA DE GUASCA

Ciclismo Extremo en la Etapa Reina
Cielo nublado y lluvias aisladas en algunos sectores de la Sabana de Bogotá, eran los poco alentadores pronósticos del Ideam para aquella mañana del 19 de abril. Pese a esto y a la noche pasada por agua, el asfalto amaneció secó y no hubo necesidad de aplazamientos de última hora. El quórum, a excepción de un par de compañeros que se asustan con solo ver grises las nubes a través de sus ventanas, estuvo compuesto por 17 pedalistas que nos dimos cita para la Etapa 10 con rumbo a la Cuchilla de Guasca, la más dura de todas, sin duda alguna la Etapa Reina de este Clásico BSR.
Salida en grilla para el abrebocas hacia el primer puerto, el Alto de Patios. A las 7:31 ya estábamos sobre nuestras flacas Sergio y yo, los únicos representantes de la D en el punto de salida. Una ventaja de dos minutos se daría entre cada categoría, así que no duraríamos mucho en la “tete de la cours”.  Los primeros en sobrepasarnos fueron los de la C, primero Mauricio que juega de local en esta loma, seguido un poco más de lejos por Ruffo que la hacía por primera vez por esta vertiente. La arremetida continuó con los de la B, Luigi, Carlos Vega, José, Jhonatan y Michael; y cerrando lógicamente los capos de la A, Leonardo y Sander, que hoy venía a sudar la gripa que lo aquejaba.
Pasando el CAI, ya estábamos por fuera de los diez primeros en la escalada y todavía quedaba medio puerto. El paso, como siempre, moderado y sin desgastarnos mucho, sería la constante durante toda la jornada; sin embargo faltando un kilómetro largo, Sergio apretó un poco las tuercas y fue a asegurarse su posición en detrimento de la mía, aunque Rubén, que venía retrasado, se encargó de poner un hombre de por medio en la tabla. 
A Mauricio no pudieron alcanzarlo y se quedó con el premio de montaña de segunda categoría y de paso se ganó su ascenso a la categoría felina de la B. Sus nuevos congéneres tigres completaron el podio con Leonardo y Sander. José ganó el duelo de tigrillos y llegó de cuarto seguido por Luigi, Vega, Javier y los hermanos Jhonatan y Michael. En el décimo puesto llegó Ruffo y detrás de él entramos Sergio, Rubén y yo.  Luego arribarían el resto de retrasados, Pinto, Héctor, Jeferson y por último David.
Pinto no continuó porque estaba sin entrenar, pero eso sí antes de despedirse nos auguró que en Guasca estaba que llovía según le había dicho un amigo que estaba allá. “A palabras necias, oídos sordos”. El grupo no le había hecho el quite a la lluvia solo para subir Patios, así que continuamos el recorrido con la mirada firme en las montañas lejanas que se desdibujaban en el lejano horizonte. Montamos las bestias y nos lanzamos en veloz descenso hacia La Calera, subimos el Alto de las Arepas y cubrimos los repechos que anteceden el cruce a Guasca. Pasamos por el segundo punto de fuga del día y nos dispusimos a subir el Alto del Salitre, un corto pero sustancioso puerto de cuarta categoría. El ataque fue inmediato y en menos de un par de minutos otra vez me vi solo con mi compañero de escalada, el viejo Sergio.
Adelante todo sucedió muy rápido y de repente, no hubo tiempo para memorizar nombres e imágenes, las cámaras estaban apagadas y el recuento fue nulo; únicamente, como casi siempre sucede, la moto tres fue la única testigo del duelo de los rezagados. Sergio no conocía el puerto de subida, solo lo había bajado de regreso. Yo en cambio, ya lo tenía un poco más memorizado y la última vez les había dado un hachazo a Yesid y al difunto Chucho, tenía antecedentes es verdad. El muchacho, tal vez oliendo el tocino, trató de soltarse en la última herradura, yo lo dejé que tomara confianza pero me acerqué sigilosamente en el siguiente descanso, estábamos literalmente a la vuelta de la esquina. Preparé los fierros para mi ataque sorpresa, lo medí a conciencia, fue premeditado lo confieso. Espere a que la curva se asomara a la izquierda y divisé los policías acostados que irónicamente me harían justicia, era ahora o nunca. El joven no sufrió, se los aseguro, el golpe fue certero más no sucumbió de inmediato. Al pasar por su lado con el arma todavía cargada, pude ver sus ojos claros que me miraban de soslayo como preguntando: ¿En qué momento me jodiste? – Pero el daño ya estaba hecho, no hubo necesidad de mirar hacia atrás, no en ese momento, tal vez mas tarde…
El Alto del Salitre se lo llevó Jeferson mientras que Sander repitió segundo lugar y Vega completó el podio. Javier recuperó posiciones y entro cuarto seguido por Rubén y David. Leonardo se contuvo y arribo séptimo por delante de José, Héctor, Luigi, Mauricio, Jhonatan, Michael y Ruffo. Nos descolgamos hacia Guasca en donde el piso completamente seco y el cielo un poco más despejado, desmentía por completo las versiones del amigo de Pinto. En el cruce hacia Guatavita se estaba realizando una competencia contrareloj individual, por lo que tendríamos compañía en nuestro siguiente puerto, la Cuchilla de Guasca. Una pequeña “parada técnica” a la orilla de la carretera se convirtió en la única lluvia que vimos ese día en el pueblo. Después de bajar de peso, volvimos a montar las chicas, otra vez para arriba compañeros.
La arrancada fue casi igual que la anterior y aunque hubo un poco más de “timidez” de parte de los punteros por fin se decidieron a prender los motores y salir de una vez por todas del segundo premio de montaña de segunda categoría que nos aguardaba. Los kilómetros se fueron sucediendo con una lentitud poco esperanzadora. Gracias a Dios a cada tanto pasaba un pedalista de la competencia a veces acompañado por un automóvil, lo que hacía más llevadero el ascenso. Ya reconciliados y curadas las heridas con Sergio, mi fiel compañero de viaje, nos acomodamos a un cansino paso que si bien nos extendería el suplicio, nos llevaría con éxito a la cima tarde que temprano. Las mediciones periódicas de kilometraje y altitud se convirtieron en un aliciente para hacernos las ilusiones de coronar este páramo que al llegar a los 3.000 metros ya nos cambiaba la cara y nos presentaba su lado más hostil. La temperatura bajó ostensiblemente y un fuerte viento acompañado por una brisa casi imperceptible se apoderó de estas altitudes haciendo que las rampas duras se duplicaran en dificultad.
A falta de dos kilómetros y medio divisamos y posteriormente alcanzamos a Héctor, que se debatía pesadamente sobre su flaca en un intento de arrebatarle la victoria a la montaña.  Con mucho esfuerzo lo dejamos atrás a su suerte, augurándole los mejores deseos, pero con la corazonada de que tal vez no lo lograría. Las buenas noticias llegaron cuando empezamos a cruzarnos con nuestros compañeros que ya descendían luego de clavar la bandera del BSR en la cúspide. – Dos kilómetros – nos gritó Leonardo en medio del ventarrón invernal, o tal vez infernal, que soplaba en este paraje. La buena nueva movió las entrañas de Sergio quien pronto revivió el pasado inmediato y se dispuso a devolverme las atenciones recibidas. Se fue sin más, sin despedirse, tan seguro de sí mismo que no miró hacia atrás por si yo venía, este premio era suyo y punto. Y tenía razón, yo ya iba con lo justo. La memoria me trajo de recuerdo las últimas curvas de este hermoso puerto, el clima lo embellecía aún más, al fin y al cabo era un páramo. Me transporte a las durísimas etapas de las grandes carreras europeas que acaban con nieve. Doblé la última curva a la izquierda y entre en un verdadero bosque de niebla donde no se veía a 10 metros adelante. Se me hizo un poco más larga de lo que recordaba pero sabía que era el final. La luz de los carros estacionados arriba y que recibían y luego empacaban a los competidores en sus entrañas nos dieron el recibimiento, la fina lluvia sabía a dioses, estábamos en la cima de la Cuchilla de Guasca.
Los tigres de la A se quedaron con el puertazo: Jeferson, Leonardo y Sander hicieron el respectivo podio. Luigi entró cuarto seguido por Vega, José, Javier, Rubén, Mauricio, David, Jhonatan y Michael. En la casilla trece llegó Ruffo y enseguida nosotros dos. Héctor fue vencido por La Cuchilla, pero estaba sin filo y no sufrió heridas que lamentar, solo las del orgullo del ciclista.
No había tiempo para el descanso, el frío se robaba el show. Le pedí a una señora que acompañaba a un colega que nos tomara una foto a Sergio y a mí. La señora literalmente tiritaba. Ahí comprendí que el esfuerzo de todos nosotros era por partida doble. Nos dispusimos a bajar de inmediato. El piso mojado hacía más demorado el descenso, los dedos de las manos empezaban a entullecerse y había que pedalear en falso para mantener las piernas a temperatura, teníamos que llegar a mejores tierras cuanto antes.  El clima mejoró a medida que bajábamos y un kilómetro antes del refrigerio en Guasca nos encontramos con Mauricio que había pinchado y lo asistía Ruffo. Gracias a Dios el sol ya había asomado.
El desayuno cambió el semblante y recargó las baterías de la tropa. La rueda de Mauricio volvió a pincharse y hubo necesidad de que Javier le prestara su repuesto pues la manguera se resistía a recibir parche alguno. Partimos de regreso atravesando el pueblo para tomar la variante, pero antes de llegar al empalme Jeferson acusó también pinchadura en su flaca con el agravante de la coraza desgastada por uno de sus costados. Luego de unos 10 minutos el arreglo todavía estaba en proceso por lo que propuse, dado el retraso y lo que faltaba, que los de las categorías C y D, partiéramos adelante para ir ganando tiempo y previendo que una vez se desvararan, el ritmo sería brutal y los que pagaríamos los platos rotos seríamos nosotros. El grupo accedió sin protestar y pronto nos vimos de nuevo en cabeza de competencia Sergio, Héctor, Mauricio y yo.
Llegamos al cruce de Guatavita y doblamos a la izquierda para volver a subir El Salitre, esta vez por su vertiente moderada. Ibamos a lo que nos daban las piernas, había que aprovechar la ventaja que teníamos pues una vez nos alcanzaran los felinos no tendrían misericordia en imponer su ritmo. Héctor, que tenía menos desgaste se fue adelante y no lo volvimos a ver. Al quedar reducidos a trio, caí en cuenta que el único que faltaba era Ruffo, no se había venido con nosotros y era una falla que hubiera quedado solo con la jauría. Coronamos el Alto y nos descolgamos de inmediato. En la Ye, Mauricio se había quedado rezagado. No paramos, sabíamos que él nos alcanzaría pronto. Unas pequeñas gotas empezaron a caer al azar y al cabo de un minuto ya se habían convertido en un aguacero. Paramos un momento mientras guardaba el celular en una bolsa y seguimos cabalgando bajo la lluvia. Después de hacerle el quite todo el día, por fin San Pedro nos había pescado en el retorno. El aguacero no pasó de chubasco o chaparrón que llaman y cinco minutos después, aparte de las prendas mojadas, no quedaba rastro alguno del agua.
Pasando la báscula decidimos seguir de largo por el punto de fuga, igual quedaríamos de últimos apenas nos diera alcance el grupo. Pero atrás las cosas estaban demoradas.
Mientras Jeferson componía su bicicleta, Rubén hacía todo lo contrario parqueando la suya al lado de un cactus. Cuando acabó el primero y se disponían a reanudar la marcha, el segundo dio cuenta de un nuevo pinchazo por cuenta de las agudas espinas de estas plantas. El último desvare no duró mucho y apenas estuvieron listos, los felinos arrancaron con todos los fierros. El damnificado, como era de esperarse, fue el pobre Ruffo quien se vio rápidamente rezagado de estas fieras. Por suerte Javier tuvo compasión del desafortunado y lo asistió para conectarlo de nuevo con sus apresurados congéneres.
Al llegar al punto de fuga, Mauricio nos dio alcance y los tres de nuevo emprendimos el ascenso del Alto de Arepas.  No bien empezado el puerto aparecieron los primeros cazadores: Jeferson y Rubén pasaron espantados y a todo galope. ¿Quién lo creyera? Después de haber sido asistidos por sus compañeros, este par de vergajos dejaron botados a sus colaboradores y se volaron sin siquiera respetar el punto de fuga que para ellos si aplicaba. Cosas de la vida, cría cuervos… Los primeros que pasaron en legalidad un minuto después serían Sander, Jhonatan y David, de ahí en adelante pasaron el resto de felinos juiciositos en procesión, todos menos Ruffo.
A pesar de los 85 kilómetros que llevábamos encima, el ascenso a esta primera parte del puerto se hizo sin mucha dificultad, un buen pronóstico para lo que faltaba. El cuarto Premio de Montaña de la jornada era de 17 kilómetros y abarca en sí mismo tres altos: Arepas, El Sapo y Patios. Es decir, si contamos por separado cada alto que subimos hoy nos daría un total de ocho en una sola etapa: Patios, Arepas, El Salitre, La Cuchilla, El Salitre, Arepas, El Sapo y Patios; un bocado nada despreciable para un ciclista profesional y un banquete bastante opíparo para los aficionados de BSR.
Llegando a la cima de Arepas, Mauricio, que se nos había distanciado en el primer kilómetro, aparecía otra vez a la vista de los coleros. Sin embargo al bajar a La Calera volvimos a perderlo de vista. Pasando el pueblo, las cosas empiezan a ponerse más duras, el corto ascenso al Alto del Sapo de poco más de 4 km. con un par de descansos, no dan tregua al ciclista y minan las fuerzas del más fuerte con rampas hasta del 8% en las curvas más exigentes. Mi compañero fiel y yo, sorteamos con éxito esta segunda loma y nos tomamos un merecido descanso al paso por el Embalse San Rafael, donde hay que subir un poco más y luego sí descender un par de kilómetros antes del remate final. Fue en este punto, justo antes de volver a la batalla, cuando reapareció Ruffo o más bien, resucitó.
La etapa reina fue ganada por Sander, un merecido premio teniendo en cuenta su estado de salud y la dureza de la prueba. Leonardo se encargó de escoltarlo y Jhonatan sorprendió a los tigrillos en el tercer lugar. Su hermano Michael entró de cuarto seguido por David, Luigi, Javier, Vega y José, quien perdió varias casillas en los últimos kilómetros por un súbito abandono de fuerzas en los momentos decisivos de la etapa.
Ruffo se puso al frente de las acciones apenas pasamos la quebrada y nos fue marcando las durísimas curvas que se sucedían sin piedad ora a derecha ora a izquierda. El paso se tornó pesado y la rodada muy lenta. Llegamos a la inmisericorde recta doblegados pero no vencidos y todavía con dos kilómetros por subir. Volvimos a divisar a Mauricio, quien ya nos llevaba unos 200 metros del desafío, una gran distancia teniendo en cuenta el terreno que afrontábamos. El avance de mi bicicleta empezó a ser más veloz que el de Ruffo, si cabe decir que 6.5 km/h es velocidad. Poco a poco sobrepasamos otra vez a Ruffo y nos pusimos adelante con Sergio para ayudar en la escalada y acabar más rápido el sufrimiento. Con la cabeza gacha y más ganas que fuerza sacamos la recta a flote y entramos en el siguiente sector de curvas. Una leva ganancia en el velocímetro nos indicaba que el terreno era más benévolo pero incesantemente hacia arriba. Miré hacia atrás y noté que Ruffo se había quedado. Sin poder hablar so pena de perder el aliento, le señalé a Sergio con la mano derecha la piedra que indicaba un kilómetro para el Alto, estábamos a tiro de as de coronar. Mi fiel compañero hasta ese momento, volvió a transformarse cual Dr. Heckyll and Mr. Hide, y con hacha en mano me dio la última estocada del día. La respuesta nunca llegó. Tenía las fuerzas contadas para pedalear hasta el peaje, ni un metro más. Un leve esfuerzo de contraataque hubiera sido mi acabose. El muchacho volvía a ganarme la cima.
El Alto de Patios me recibió con los brazos abiertos, es decir con el peaje abierto que no paga en este sentido. Tal y como lo pronostiqué, las piernas trabajaron hasta este punto, la maquinaria se detuvo tan pronto se invirtió la inclinación del terreno. Labor cumplida, la Etapa Reina era historia: 102 kilómetros de terreno quebrado, de los cuales me atrevería a decir que unos 45 kilómetros fueron de desnivel acumulado. Un logro personal. Gracias compañeros de lucha, aunque ustedes son más tigres, se que el esfuerzo fue igual para todos.
Un par de minutos más tarde arribó Ruffo. Agotado, rendido, sumamente cansado, pero con la alegría en el rostro que solo brota de los objetivos bien logrados y las dificultades superadas. Ahí estábamos arriba José, Mauricio, Sergio, Ruffo y yo; los últimos de esa jornada; ya no quedaban ciclistas, ni propios ni ajenos, solo los cinco en lo más alto de nuestras andanzas.



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